Se llama Madagascar y es uno de los países más pobres del mundo. Una isla gigante llena de desheredados del mal llamado primer mundo. Fuimos a ver como trabaja sobre el terreno la organización Yamuna, con la que vengo colaborando activamente desde hace bastante tiempo. A pesar de que colaboro con varias asociaciones, decidí concentrarme en una para entender y vivir una realidad apasionante: dedicar tu esfuerzo y tu tiempo, para mejorar una pequeña parte de la sociedad. Y Yamuna no me ha defraudado. Al contrario. La dignidad y profesionalidad con la que trabajan en su sede de Antananarivo, me emocionó y me dejó con la boca abierta. Si podéis, echadle un vistazo a su web y si os animáis, podéis colaborar como yo hago, en la medida que cada uno pueda.
Estuve en este oasis, lleno de niños con futuro, y en las calles polvorientas, sucias y desatendidas de la ciudad. El cielo y el infierno. La vida es demasiado injusta con personas que no tienen ninguna culpa. Sencillamente nacieron allí. Servir de altavoz para Yamuna y sus logros, ya ha pasado a ser una obligación para mi.