Pep Guardiola, entrenador del Fútbol Club Barcelona, debe ser la única persona de España en estos momentos que se está pensando si sigue en su puesto de trabajo o lo deja voluntariamente. El fútbol siempre es un mundo aparte. Cuando medio país se ha quedado sin uñas esperando la recuperación económica, los elegidos del balón (no todos, claro) pueden permitirse el lujo de marcharse a su casa renunciando a una ficha que sonrojaría hasta a un banquero. Lo de Guardiola es un sinvivir en Cataluña. Resulta que el entrenador del mejor equipo del mundo de la historia no lo ve claro.
Respetando los motivos personales y la libertad de cada uno, hay algunas cosas que no me cuadran y que nos dejan cada año en la misma encrucijada. Es evidente que Guardiola no tienen sintonía en la junta. De no ser así, este hombre tendría un cargo vitalicio, un lugar de privilegio en el club, el nuevo Ferguson, ya me entienden%u2026 ¿Por qué no sucede esto? Nunca los sabremos porque la conocida discreción catalana ya se ocupa de no airear las desavenencias. El aficionado (y hasta los jugadores) solo quiere que el sueño no termine. Desea que el éxito se convierta en estilo, en un sistema de trabajo y de futuro que garantice buen fútbol, fantasía, emoción y espectáculo. Pero Guardiola%u2026 Como no da entrevistas, no sabemos qué le preocupa realmente. No podemos ayudarle, solo sentarnos y esperar. ¿Puede llagar a cansar la gloria? En Cataluña ya se utiliza el verbo guardiolear. Dejo que cada lector busque una definición.
«El berenjenal» en Interviú.