Tres de la madrugada: «¿Se ha hablado del rescate de España durante la cumbre, señor Rajoy?». «No se ha hablado. No hay nada de nada». Nada de nada. La negación al cuadrado. Nada de nada es el eco sordo de la inoperancia y de la impotencia. Un buen eslogan para la corriente filosófica del nihilismo, que siempre me ha resultado inquietante. (Nihilismo, del latín nihil, nada). Los del nihilismo dicen que toman como base la negación de uno o más de los supuestos de la vida. Unos pasotas ilustrados y con argumentos, vamos. O sea, que la vida carece de significado, propósito o valor intrínseco. ¡Glups! La nada me persigue. Llego al despacho. «¿Qué tal, chicos, alguna televisión interesada en algo?». «No. Nada. No hay dinero». (Cara oculta del capitalismo: si no hay dinero, no hay nada. Si hay dinero, lo hay todo. Para los de siempre, claro). Nada. ¿Qué te da un banco ahora si vas a contarles que las estás pasando putas? ¿Qué le queda a Lance Armstrong después de destaparse su fraudulenta carrera de campeón? ¡Exacto! Nada. En blanco. Armstrong se quedará con el maillot blanco de rey de la nada. Hombre o mujer que viene de la oficina del paro: «¿Has encontrado algo?». Ya imaginan la respuesta.
Recuerdo que cuando preparaba el programa «Conversaciones secretas», del Plus, al que me invitó el genial Millás, hablamos y hablamos. Le conté mi vida, mis angustias, algunos secretos y muchas perplejidades. Millás escuchó y zanjó el final de la comida con un «Andreu, nadie sabe nada». Me he apropiado del concepto y voy a usarlo pronto. Creo que resume un momento de aparente inopia social. Solo aparente. Debajo del manto de la nada está pasando todo.
«El Berenjenal» en Interviú.