Caminé por Barcelona horas después de la manifestación del pasado jueves, huelga general. Vi un cajero destrozado y una pintada enorme con pintura roja: RABIA. Ya sabemos que esa violencia no va a ninguna parte, pero no olvidemos que la protagonizan los exaltados de siempre. Los que se confunden entre una masa legítima, ruidosa, cabreada, que se quiere hacer oír. Esa masa bien podría hacer suya solo la palabra RABIA. Rabia, impotencia,… Negar eso desde las instituciones, obviarlo o menospreciarlo sólo alimenta la espiral. La gente (que no es tonta) sabe que hay que apretarse el cinturón, pero, ojo, no va a tolerar que esto se haga injustamente. Es decir, perdiendo derechos básicos y cargando sobre los más necesitados. Es de cajón.
Los bancos siguen en el ojo del huracán, donde se han metido ellos solitos, y el Gobierno debe demostrar que le importa más su país que aprobar con nota en eso tan abstracto que se llama Europa. Si no lo hace, la RABIA (que no desaparece, más bien se transforma) seguirá suministrando energía al pueblo cabreado. Yo no hubiera hecho una huelga. Las manifestaciones bastaban para expresar lo que piensa la mayoría de la gente. Y lo que piensa ha quedado muy claro.
«El Berenjenal» en Interviú.