Una dependienta menuda y simpática me atiende en una tienda de ropa. Yo siempre pregunto, es que no sé callar. «¿Qué? ¿Cómo van las ventas?». «Pues no muy bien, la verdad, ya sabes cómo está todo…». La ropa está colgada, la música demasiado fuerte para mi gusto, jóvenes americanos surferos nos miran desde los carteles con esa felicidad forzada en sus miradas y sus sonrisas blancas imposibles. La escenografía es impecable y solo faltan… los clientes.
La bajada del consumo es espectacular por mucho que el Gobierno sediento se agarre a los datos del paro y su disminución, como el náufrago en la última tabla que queda. Aquí las tablas son de surf y un vídeo machacón nos muestra esos locos que cabalgan olas inmensas. «Mi hermana está ahí, en Australia, y dice que no vuelve a España ni loca. Hizo estudios superiores de marketing, no encontraba trabajo y se fue. Y eso que está en otra cosa, cobrando poco, pero no vuelve». Pienso que historias como estas explican perfectamente la realidad. Una joven que no ve en su país el escenario adecuado para tirar adelante con su vida. No solo eso, sino que se va a las antípodas, lejos de todo. Y no va a surfear precisamente, quizás trabaje de camarera. Mientras los políticos siguen discutiendo a ver quién le pone el cascabel al gato y algún banquero empieza a pisar la prisión, los jóvenes, el verdadero futuro, se van por el sumidero de la crisis. Y no se van porque quieren y no hay que sacar pecho de eso, como hizo algún descerebrado en un ataque de demagogia surrealista.
«El Berenjenal» en Interviú.