Cuando alguien renuncia a un premio con argumentos sólidos y honestos, está dando una colleja en toda regla al que lo otorga. Entonces el premio se convierte en un bumerán y también en una ocasión inmejorable para denunciar y poner el dedo en la llaga. Eso es lo que ha hecho el prestigioso músico Jordi Savall cuando se ha negado a recibir el Premio Nacional de Música. Un artista de incuestionable prestigio internacional le ha dicho a Wert y a los suyos que el penoso estado de la cultura no puede enmascararse con los dichosos premios y que no lo quiere. No quiere un premio de un Gobierno que no apoya la cultura. Colleja, bofetón, toque de alerta, llámalo como quieras. ¿Causará algún efecto en la política cultural? Por supuesto que no. En este país todo el mundo se enroca en sus posturas; el diálogo y el contraste está penalizados, y al que discrepa se le coloca en el saco de los enemigos. Así es como se cuartea, se agrieta la realidad. Y no pasa nada, patada y para delante. Un buen ministro llamaría a Savall, sin cámaras, y escucharía sus argumentos, su sombrío pronóstico y hasta sus ideas para sanear y mejorar la cultura. Un buen ministro lo haría. Wert no.
El ejemplo de Concha Velasco
Concha Velasco es un ejemplo andante de dignidad, oficio, simpatía y lucha constante. Yo ya lo sabía, pero los acontecimientos no hacen otra cosa que confirmarlo una y otra vez. Pasó por «En el aire» tras su dura enfermedad y su retorno paulatino a los escenarios. No conozco a ningún invitado que se haga querer tanto como Concha. Usa la autoparodia como terapia, cosa que solo está al alcance de los más grandes. «Mira, me he quedado en nada. He adelgazado doce kilos, pero lo peor es que he perdido cuatro centímetros. ¿Te gusta cómo visto? ¿Estoy en primero de Diane Keaton?». Y allí estaba ella: rejuvenecida, con el aspecto de una joven traviesa, con sus ojos vivos y brillantes de siempre, con una función diaria en el teatro y un libro de memorias que la da un poco de pereza promocionar. Lo entiendo. No es mujer de remover el pasado, «nadie debería hablar de nadie», sino más bien de exprimir y celebrar el presente. Quería reír, dar y recibir cariño. «No me hagas pensar», me pidió. Y le hice caso e intenté decirle por enésima vez que todo el mundo la quiere y que es la más moderna de España. Otra noche inolvidable.
«Ilustres ignorantes» es un ecosistema
Seguramente conocen ustedes «Ilustres ignorantes», de Canal . Aparentemente se trata de un programa de humor, pero, en realidad, yo creo que se trata de un ecosistema propio, una rareza, una excepción, un oasis de comedia en mitad del océano embravecido de la televisión. Tuve la ocasión de asistir como invitado y poder comprobar lo que ya se huele desde el otro lado. Javier Coronas, Pepe Colubi y Javier Cansado gozan de una libertad creativa casi insultante. Se lo pasan bien, se gustan, son unos incorrectos y han encontrado una fórmula equilibrada sin parangón. Cansado pone la veteranía surrealista; Colubi, el humor más lúbrico de bragueta abierta y mente rápida, y Coronas dirige sin dirigir, empaqueta, hace de anfitrión que pasaba por allí. El resultado es un billar mental, un frontón a tres bandas (con invitados) que pasa volando y dinamita toda la tele correcta y resultadista que conocemos. Viven al margen de la competición de audiencias y se nota. Y se disfruta. Como buen ecosistema —buen clima, agua abundante, cosecha reducida y recogida a mano y con cariño—, ofrece buenos frutos, delicatessen, nada de humor a granel. No necesita grandes medios técnicos, ni ruidosas campañas de promoción. Estos minifundistas tienen la clientela perfecta y toda la producción vendida.
«Memorias en diferido» en Interviú