Déjate de tonterías. Lo único que buscamos, lo único que queremos de verdad es sentirnos queridos. No hay lujo, ni regalo, ni nada que se equipare a ese sentimiento, a esa sensación. Lo material se desvanece, caduca, te lo quitan, te lo regatean, se desvaloriza en menos que canta un gallo. Lo material es como un coche que a la que sale del concesionario ya ha perdido valor. Nada. Fuera. Quizás te puedas dar un capricho, una cena, un pequeño viaje… Eso, quien pueda. Pero si estás una época en la que, por lo que sea, no puedes permitírtelo, pues no pasa nada. ¡Qué va a pasar!
Si tengo dudas sobre eso, se lo pregunto a mi madre. Una mujer de la posguerra que creció en la necesidad, en la carestía. Y aquí está la mujer, en ésta época digital sin entender la mayoría de las cosas y tan solo pidiendo y dando CARIÑO. Así, en mayúsculas. Todos lo buscamos, aunque nos cueste reconocerlo porque el mundo actual se ha puesto arisco y comercialmente individual y competitivo. «No cuento cómo me siento no vaya a parecer vulnerable y me quede en la cuneta». ¡Chorradas! Hoy voy a explicar cómo me siento y cómo el cariño que he detectado en los últimos días me ha masajeado el alma.
La semana pasada estrenamos nuestro nuevo programa de televisión. No dejo de repetirme que se trata solo de un programa, de un trabajo, pero es como si la realidad, lo que pasa alrededor, se empeñara en cuestionarme eso. Es más que un programa. Es un estado de ánimo, un reto, un puente audiovisual hacia la gente que nos sigue, gente cómplice, gente que quiere que nos vaya bien. Ahí está el foco del cariño. Otro más y ¡bendito sea! Debo decir que ya venía sintiendo eso desde hace años y que estoy absolutamente convencido de que es lo mejor de mi profesión. Será lo que recordaré. «Te admiro», me decía alguien. «No lo hagas», le contesté. «Quítale las dos primeras letras. Mírame. Y se puede ser, quiéreme. Encapríchate, siéntete cómplice porque yo me siento así con vosotros». No sé si quedé demasiado poético o sonó a falsa modestia. De todo hay un poco también. Somos un montón de cosas, pero sobre todo somos emocionales y esa es la gasolina, el ADN verdadero. Estar triste es una mierda porque lo anula todo. Estar contento, sentirse querido es lo mejor porque lo ilumina todo. Y yo quiero vivir ahí. ¿Quién no? Querido y respetado. Ya pueden caer chuzos de punta (que caen), pero si hay cariño, hay camino.
Un mensaje sincero de Whatsapp, un taxista que pasa y levanta el pulgar al verte, un discreto «gracias» en la cola del pan, un «te vi anoche» por lo bajini de una mujer mayor al cruzar un paso de cebra. El cariño es líquido y se cuela por todas partes. Y tú lo vas acumulando, lo pones en tú reserva y te viene muy bien ese miércoles (por ejemplo) a las doce de la noche en un frío polígono industrial de las afueras. Ahí nos juntamos para fabricar la comedia.
El otro día, antes de empezar, el escritor y guionista Albert Espinosa nos regaló a Berto y a mí una ficha de casino a cada uno. «Os va a traer suerte». Nos contó una historia preciosa de sus años de hospital, de cómo un hombre le regaló cientos de fichas de casinos de todo el mundo para que él las regalara, para que repartiera suerte. O sea: el cariño se transmite, es la energía. Nunca se destruye, solo se transforma.
«El Berenjenal» en Interviú.