Entré a trabajar en la Ser en 1982. Ha llovido un poco. No mucho porque somos un país seco. En la radio aprendí el curioso oficio de contar tus cosas y hacerlas interesantes o divertidas. Lo suficiente para que te sigan contratando y pase la vida y pasen más cosas para ser contadas y reidas y todo adquiera, así, una extraña naturalidad. Luego vino la tele y una época en la que, por responsabilidad, no podía compatibilizar los dos mundos. Lo pasé mal porque echaba de menos la radio. (Durante meses no podía escucharla, pero por suerte se me pasó). Siempre estaba en mi cabeza. La radio seguía sonando porque yo la asociaba a los momentos más divertidos de mi vida y eso ni puedes ni quieres olvidarlo.
Cuando nos inventamos el «Nadie Sabe Nada» con Berto, sentí que algo bueno iba a pasar. Esas cosas se sienten. El programa me ha reconectado con lo que fui o con lo que no he dejado de ser. El día que presentamos la programación de la Ser, una especie de placer me recorría todo el rato. ¡¡¡Ahí estaba después de treinta y cuatro años!!! ¿No me digan que no es para estar contento? ¡He aguantado! Ha empezado nuestra cuarta temporada pero, en mi caso, sigue el guión de mi vida siempre ligada a la radio. Y lo voy a celebrar cada semana téngalo por seguro.