Una extraña maldición, persigue a Eivissa desde hace tiempo. El año pasado fueron las autopistas y, este verano, le toca el turno al chapapote. Ya sabrán que un carguero embarrancó incomprensiblemente a la salida del puerto y se vino abajo como un juguete roto y maloliente, impregnándolo todo de fuel. El viento, que soplaba de levante, puso el mar en ebullición (como cabreado) y otra vez a sufrir. Lo que se ve en la foto, es una tranquila cala invadida por una especie de churros de papel absorbente que se impregnan de lo viscoso. Parece una tontería, pero funcionan.
En otro orden de cosas, me chocó leer que un importante empresario de la noche, se quejaba en una revista de «cómo había cambiado la isla». Se quejaba precisamente él, que se ha forrado con el cliché de isla de excesos y vicios que entre todos han construido. El que se quejó fue el pueblo, los votantes, que han relegado a la derecha a la oposición, en las últimas elecciones. Siguen teniendo el dinero, pero ya no podrán hacer y deshacer a sus anchas. La autopista, quedará, para siempre, como la herida de una isla mágica que está pidiendo a gritos que la respeten por tierra, mar y aire.
Sufrimiento ibicenco
Martes, 17 de julio de 2007