Obama está a punto de entrar en la historia y Bush está saliendo de ella por la puerta trasera. El primero tiene que intentar reconstruir lo que el de Texas ha dejado hecho un páramo. Un marrón de las proporciones de Júpiter. Conozco bastantes norteamericanos con dos dedos de frente y se ponen como motos cuando les hablas de Bush. De cómo un mediocre mal asesorado se ha cargado la imagen de los Estados Unidos en todo el mundo. Antes, era un país potente que todos envidiábamos. Ahora es un imperio decadente, arrasado por el neocapitalismo de los ochenta y de los noventa, con más enemigos que amigos en el planeta, con varias guerras vergonzosas repartidas por el mundo (siempre lejos de casa) y una prisión ilegal que se llama Guantánamo. Por no hablar de como las hipotecas basura han incendiado la economía mundial. Unos prendas, vamos. Unos ricos venidos a menos.
A pesar de todo eso y mucho más, el mundo entero se cree a Obama. «Grandes esperanzas», titula la revista Time. Me decía Punset el otro día que, cuando las cosas van muy mal y hay que salir del túnel, el ser humano confía en los líderes jóvenes para cruzar los desiertos. Ojalá tenga razón. Se le ve sensato, cauto, responsable y muy consciente de la importancia histórica de su designación. Primero tiene que reconstruir la economía de su país y luego pacificar por acción y por omisión. El mundo pide otro código ético de lideraje. Una manera integradora de hacer política, economía y solidaridad. Todos estamos conectados, así que ya no vale ir de millonario-salvador de la libertad mundial-reserva espiritual de occidente. Yo creo que Obama sabe todo eso de sobras. Habrá que ver si le dejan hacer y hasta dónde llega su personalidad para blindar y hacer respetar su parcela de poder, que es enorme. Recuerdo que Zapatero me dijo cuando le entrevisté que lo primero que hizo al llegar fue dejar claro a los poderes periodísticos, eclesiásticos, empresariales y demás lobbys que él era el presidente elegido y que sólo debía dar explicaciones a los electores.
Por lo que se refiere a Bush, ya no quedan ni chistes. Se marcha a zapatazos y convencido de que ha hecho lo que tenía que hacer. ¡Qué va a decir! Y todavía sale Aznar en el último Vanity Fair elogiándolo, citando a Churchil con lo de que «los pueblos son ingratos con sus líderes» y demás tonterías de manual de autodefensa política. Ojalá los nuevos tiempos impidan que los tontorrones vuelvan a decidir el rumbo del mundo. Aunque, bien pensado, eso es mucho pedir.