Soy hombre de pocos lujos. Para mí el lujo es estar tranquilo, y eso, normalmente, es más barato de lo que parece. Suelo escaparme algún viernes a un buen restaurante-pizzería de mi barrio. Un sitio barato, donde te atienden bien (conocen tu nombre aunque no salgas por la tele) y la cocina es digna y sabrosa. Ya saben que siempre pido lo mismo: unos espagueti carbonara y una cerveza. Una patada a la dieta cabrona de siempre, pero estamos hablando de lujos, ¿no? Me siento en un rincón, releo el periódico manoseado de todo el día y vuelvo a darme cuenta de que las noticias urgentes y tremendas de la mañana por la noche son una letanía de tinta con algunas manchas de aceite. Más de lo mismo. Por la noche todo es menos grave o así lo parece. Hace poco pregunté cómo andaba el negocio, vi mucho follón de gente. «Pues ya estamos con las cenas de empresa de Navidad. Lo que pasa es que desde hace tiempo las cenas se las paga la gente, los trabajadores». No deja de ser curioso que la gente no quiera descabalgar de ese rito laico y lúdico que son las cenas de empresa. «Yo creo que se lo han tomado como algo personal. Si tienen que pagárselo ellos, pues se lo pagan». Así está el panorama. Cuando yo empecé a trabajar, en los ochenta, la Navidad se notaba en las empresas por la cantidad monstruosa e impúdica de regalos que se amontonaban en las oficinas. Una barbaridad. Recuerdo al conserje construyendo una pirámide en el hall de las oficinas. «Esto es para el director». Con el paso de los años y la llegada de las penurias, la pirámide cada vez era más pequeña. El conserje se fue a su casa con una jubilación anticipada, si es que tuvo suerte. Luego, los regalos se redujeron a algún que otro mensajero y un paquete pequeñito. Alguna agenda, alguna botella de vino, cuatro cosas… Ahora, ya ni eso. En el entorno empresarial ya no se regala nada, así de asfixiados vamos todos. «El regalo es tener un trabajo», se escucha de vez en cuando, y eso suena como una derrota, un resignarse, un «pues vaya una mierda». Yo creo que se va a hablar de todo eso en las cenas de empresa. Se beberán muchos gin-tonics repletos de variadas hortalizas, se tonteará entre compañeros (se olvidará al alba), se pondrá a los jefes a caer de un burro y, después de la resaca, algo parecido al alivio se percibirá en la cara de los trabajadores. Menos da una piedra.
Un buen chiste
Anuncio de la lotería. El apesadumbrado hombre de moda entra en el café. Le rodea la fiesta de los agraciados. Pide la cuenta y el sonriente camarero le dice que son 21 euros. «¿Veintiún euros? No me digas que me has comprado el décimo…» «¿Qué décimo? Esto es un Starbucks».
Yo aviso: Marte ha entrado en mi signo
¡Atención! Esto es lo que leí hace pocos días sobre mi signo, Acuario, en un periódico respetable: «Marte en Acuario, después de dos años de ausencia, inicia un periodo de renovación energética. Es el momento de emprender cambios». ¡Toma ya! No sé muy bien qué significa, pero suena bien. Suena a que van a pasar cosas, y eso me encanta. No especifica qué tipo de cosas, ni cuántas, ni en qué cantidad, pero no importa porque van a pasar. Yo, si eso, ya iré viendo. «Renovación energética». Eso debe ser muy bueno también. He renovado mi energía como los millonarios renuevan su sangre en clínicas selectas. Me gusta imaginarme como Iron Man con una luz en el pecho apartando de mi camino a los pesados, los tristes profesionales y los agoreros, lanzando un gran chorro de luz blanca. ¡Fuera, tengo energía! «Cambios». Eso depende, claro, pero pensemos que son cambios a mejor. Para eso están los horóscopos, ¿no? Para cogerlos por la parte buena y creerte, cuando tomas el café de la mañana, que una gran batalla cósmica que se libra en el universo conocido va a determinar tu vida. Mmm… vale. No puedo tener más que palabras de agradecimiento a Marte, al que no conozco personalmente, por el baldeo que le va a pegar a Acuario y del cual me voy a beneficiar. ¡Gracias, Marte! Y todo gratis, ojo. De momento, esa transformación imparable ha empezado con un resfriado que arrastro desde hace tres semanas y que me ha dejado hecho un guiñapo. No me preocupa. Ahora sé que forma parte de un gran plan, de mi relanzamiento. Soy como una serpiente que está mudando su piel y eso me hará invencible. Voy a tomarme un Frenadol para celebrarlo. ¡ A su salud!
«Memorias en diferido» en Interviú