Ya sé que en futbol todo es provisional y que hoy estás bien y mañana quién sabe. Vale. Pero ahora, como culé, estoy disfrutando de lo lindo con el tsunami de juventud, eficacia y buen fútbol que están desplegando los jóvenes del Barça. Creo que estamos ante algo muy importante y cuando ves que los protagonistas lo gozan tanto no puedes hacer otra cosa que ponerte cómodo y reconciliarte con el fútbol. Dure lo que dure.
¡Gracias chicos!
Sí, ya lo sé
Real Madrid
¡Quién fuera paleolítico!
Nuestros primos lejanos del Paleolítico, por lo que parece, eran lo más. Gente fuerte, noble, que iba de cara, en constante movimiento, más sanos que todas las cosas. Un primor de Homos en todas sus acepciones, ramas y categorías. Por lo visto, el Neandertal era lo máximo. Una pena que se extinguiesen. De lo contrario, ahora serían la élite de los homínidos, o quizás la casta, como gusta etiquetar recientemente. Ahora se habla mucho de la paleodieta. ¿Les suena? Vendría a ser algo así como intentar emular la alimentación de aquellos seres para conseguir una pureza, una salud de tales proporciones que hasta tu propio cuerpo se asusta de lo bien que estás. Todo energía. Conocía el tema, pero esta semana leí una entrevista con un especialista en la materia que, además, habla ya de «paleovida». Y «paleodeporte». Se trata de levantar troncos y piedras, de reptar y moverse como se supone que hacían nuestros ancestros. Todo muy básico, muy orgánico. No era vasco, aclaro. Ah, y todo eso hay que hacerlo en ayunas, sin la «recompensa» de la comida «que luego sienta de maravilla», aclaraba. Según dice el muchacho (recuerdo que era calvo), los resultados son espectaculares. Si se combina ese ejercicio con la mencionada dieta (nada de cereales, azúcares, bebidas gaseosas, grasas…), puede que incluso llegues a levitar de bienestar. A ver, reconozco que me cuido bastante, pero no sé si todo esto se nos está escapando un poco de las manos. Quiero decir que hemos pasado de cero a cien en pocos años. Hasta hace poco, este era un país de barrigones, cerveza, tapita, mucho tabaco y copiosas comilonas. Todo sin prisa, abusando, haciendo alarde de ello y hasta elevándolo a categoría de arte popular. Hemos pasado de aquellos excesos a un subidón actual, cada vez más masivo, de culto al cuerpo. La gente no para de correr, de montar en bici, de apuntarse a triatlones, a pruebas extremas, a maratones… Gente con la que ya no puedes quedar tranquilamente porque está «entrenando» como si de profesionales se tratara. Y cuando quedas para comer, cuentan las calorías, calculan, equilibran o se reservan. ¡Así no hay quien se coma un arroz, hombre! Hablo de personas mayores con cuerpos de jóvenes y caras de personas mayores, con mallas apretadas, zapatillas carísimas y los más variados y sofisticados complementos. Runners. Guerreros del futuro contra el sobrepeso. Atletas de mirada perdida, trepando por cuestas o perdiéndose por los campos y montañas con relojes GPS. Que hasta los animales piensan: «¿Pero qué les está pasando? ¿Están desalojando las ciudades? Quiero pastar tranquilo».
No parece que sea una moda; más bien, una nueva manera de vivir, de intentar no morir nunca. Cosa bastante absurda, por cierto, porque ya sabemos cómo acaba la película, ¿no? Quizá sea un acto reflejo ante la perspectiva de que, a este paso, no nos jubilamos hasta los ochenta, y como tengas que confiar en la Seguridad Social… Que la ultravejez nos coja atléticos.
Yo hago dieta, sí. Lo confieso. La hago porque tengo que verme cada noche en un plató y las cámaras son muy injustas con los rechonchos como yo. ¿Creen que la hago a gusto? Pues no. Ni mucho menos. Es como si una información grabada a fuego en mi ADN me recordara continuamente todo lo que me estoy perdiendo. Frustración continua. ¡Me gusta comer, comer mucho y muy sabroso! Lucho contra ello en cada hora del día. Mis pasos me empujan a las pastelerías, a las pizzerías, a los asadores, a las arrocerías. Pero mi cabeza manda una orden (con la que no estoy de acuerdo) y entonces rehúyo esos templos del sabor y me dirijo incomprensiblemente a un bar y pido un agua y un café. Y ya está. Así hasta el próximo envite de gula, que sofoco como puedo a base de carne a la plancha, pescados y verduras. Como si estuviera enfermo. ¿Paleodieta? Sí, pero con todas las consecuencias. Yo la hago si puedo vestir pieles, vivir semidesnudo, no trabajar, dormir y fornicar sin criterio, gritar y hacer mis necesidades por doquier. O todo, o nada. Como eso no puede ser, seguiré siendo un goloso reprimido. Un hombrecito con sobrepeso del siglo XXI. Un atribulado Homo sapiens convencido de que ha evolucionado cuando, por lo visto, se trata de todo lo contrario.
«Memorias en diferido» en Interviú
Pau
Pau Gasol es un invitado que dignifica los programas donde va. Tenemos el honor de ser uno de esos. Vino cuando empezaba y cuando triunfó. Ha vuelto a visitarnos y hemos comprobado que sigue igual, mejor diría yo. Un gran deportista que lleva la leyenda con normalidad, con discreción, con profesionalidad… Fue un verdadero placer compartir unos minutos con él. Le deseamos lo mejor.
About to have lots of fun with these two great guys @EnElAireAB @Buenafuente @Berto_Romero pic.twitter.com/vzB6tCvHLK
— Pau Gasol (@paugasol) May 27, 2014
La pareja del siglo
Iker es uno de los mejores porteros de la historia. Un buen chaval con la cabeza amueblada que, a pesar de ser entrenado por Mourinho, sabe pedir respeto para sus rivales. Ella es una muchacha de mirada fría y una voz más bien grave, un poco aséptica.
Él sigue ganando como si nada, ella está en el medio de un huracán. Pero es que encima son novios y entonces el periodismo (o lo que queda de él) empieza a rechinar y ella se pone una camiseta de la selección para informar (?) y de los nervios se le escapan algunos errores y los españoles (siempre con la chanza a punto) abren la caja de las bromas. Todo muy lógico y muy raro al mismo tiempo. Hasta cuando ganamos títulos somos diferentes.
«Fotodiario» en El Periódico