La vida pega acelerones. Se encabrita como una moto trucada y todo empieza a ser, mucho más interesante. En los últimos cuatro días he vivido más que en todo un año.
El jueves, la entrevista con Zapatero. El viernes, la presentación de la nueva entrega solidaria de Kukuxumusu y El Terrat el sábado, un aterrizaje sabroso y humano en el paraíso donde vive Karlos Arguiñano, que se llama Zarautz. Hoy, cuando escribo esto en mi casa de Barcelona, no sé si lo he soñado o realmente me lo he buscado yo solo. Está claro que es lo segundo y, una vez más, me siento un privilegiado.
Lo de La Moncloa fue un subidón para el programa, para la cadena y para mí mismo. Algo así como un premio a tantas y tantas noches de esfuerzo y risa. No soy yo el que deba valorar la entrevista en sí misma. Ni tampoco creo que se tercie un análisis exhaustivo. Yo, personalmente, me quedo con el momento de charla tranquila y sosegada que se generó. Con el paso adelante de un presidente que, sin condiciones ni supervisiones, abrió las puertas del mayor centro de poder del país a un programa de humor. Ni yo soy Larry King, ni aquel era el día para ganar un Pullitzer. Así me lo planteé. Con mis nervios y temores, claro. Dejándome caer en los brazos de la responsabilidad, la improvisación y el buen rollo. Así es como soy. Para lo bueno y para lo malo.
Zapatero me pareció un hombre que ama su oficio. Que es plenamente consciente del cargo que ocupa y que disfruta explicando el engranaje de la democracia. Creo que es más feliz trabajando para España que peleándose por ella. Sabe lo complejos que somos todos los depositados en este territorio y está por guardar la tranquilidad para pensar en lugar de chillar. Para arrimar hombros en lugar de lanzar dardos. No personaliza el poder. Siempre habla del «gobierno». De un plural que vive en su cabeza. No entró en valoraciones políticas, pero los que le atacan por falta de personalidad, están errando la estrategia.
Como ya vieron, me nombró vicepresidente in pectore. Lo primero que voy a hacer es dimitir. Porque lo mío es la risa. ¿O se creará un ministerio de la risa? A lo mejor ya existe. ¿Transportes?
«Kukuxeando»
El viernes, le dimos otro empujoncito a Cromosomos. Nuestras camisetas solidarias con Kukuxumusu. Visité sus oficinas en Pamplona. ¡Qué cara de buena gente tiene todo el mundo¡ En esta segunda entrega, vamos a dedicar todo lo que ganemos a la Fundación Gaztelan, que lucha por encontrar un trabajo a los más desprotegidos. Cada vez que contacto con organizaciones así, me reconcilio con la condición humana. A comprar camisetas como locos. ¡Es una orden!
Urmeneta me invitó a un chuletón que fue aplaudido al salir de la cocina. Y hablamos de nuestras cosas y comprobé la generosidad de los «kukuxus» que me hace considerarlos amigos de verdad. Mi alianza con Mikel, volverá a «explotar» muy pronto. Nos espera «Hell and heaven». Ya les contaré, ya. La vamos a seguir liando.
«El maestro»
Y luego, a ver al maestro. Maestro de vivir, de hacer tele y de acoger. Karlos Arguiñano. El tipo más divertido de España que es mucho más que un cocinero. Nos invitó a la matanza de un cerdo en su caserío. «Se llama Buenafuente», anunció. Y se descojonó. Como solo él sabe hacerlo.
Con Arguiñano, estás agusto en cinco minutos. Te cuenta las cosas como si fuera la primera vez que las dice. No le importa quien eres, ni qué haces. Te da su risa, su sabiduría cotidiana y aplastante. Con esos sesenta años que son la envidia de los que todavía nos creemos jóvenes.
Así es que comimos y reímos y renové mi amor por Euzkadi. Posiblemente la tierra más bonita de España. Quise hacerme una foto, en la capilla sixtina de la cocina televisiva. Me puse el gorro y, de repente, me sentí feliz. A ver si es que tiene poderes. Gracias Karlos.