La fama es relativa, como el tiempo

Miércoles, 1 de octubre de 2014

Me dirigía a la SER para hablar con mi amigo Carles Francino. En la puerta de la radio, una mujer de mediana edad reclamó mi atención. Hasta aquí todo normal. Pero lo importante fue lo que me dijo a continuación: «Yo a usted le admiro mucho, lo que pasa es que ahora no me acuerdo cómo se llama». ¡Fantástico! La señora acababa de sintetizar en una sola frase el sentido actual y más profundo de la fama. (Si es que alguna vez tuvo un sentido). Ahora, la explosión mediática en todos los soportes y formatos posibles hace que nos suenen las caras de esa gente que vemos por todos lados, pero no sabríamos ubicarlos exactamente. Nos suenan, pero no sabemos si tienen programa, salen en él, cantan, lloran, son de Youtube o nos lo han mandado por Whatsapp. Puede que, a estas alturas, haya más famosos que ciudadanos anónimos. Es una consecuencia del ruido, la repercusión y la repetición de contenidos a toda hora. Una lluvia ácida que estaría oxidando el ya de por sí odioso concepto de la fama, la popularidad o como demonios queramos llamarlo. Me permití contestarle a la señora: «¿No cree que si no se acuerda de quién soy, igual es que no me admira tanto? ¡Que no pasa nada, eh! Me conformo con que me mire un poco». No me contestó. Solo me pidió una foto que al final no pudimos hacer porque tenía la memoria del teléfono llena. Lo que digo: saturación. La fama es relativa, como el tiempo. Y cuando ese tiempo pase, la fama se convertirá en un pequeño recuerdo. Y más adelante será un vestigio. Y un poco más tarde, una curiosidad del pasado.

El efecto Gallardón
La mayoría de la gente estaba contenta tras la dimisión del ministro Gallardón. A falta de una encuesta del CIS, ese sería el baremo del fracaso en tu gestión. Cuando dejas un cargo y la gente respira y resopla, como el que se libera del botón del pantalón tras una opípara comida, es que muy bien, muy bien, no lo has hecho. Ni los más viejos del lugar recordaban una dimisión. Ya sabemos que aquí no se lleva. Gallardón dice que deja la política. Se aceptan apuestas para descubrir en qué consejo de administración de una gran empresa se sentará el muchacho. No pasen pena, llegará a final de mes.

Debería haber guarderías para padres
Me ha tocado pasar por el doloroso trago del primer día de guardería de mi hija. Yo lo viví peor que ella. La noche anterior casi no dormí. Sentía una especie de pena pequeña, como un quiste de tristeza en el ánimo. Por la mañana, la entregué en la escuela y… ella no lloró. Al contrario. Jugó y lo pasó en grande. Pensé que estaría bien, para estos casos, una segunda guardería para adultos adonde acudir en estos momentos. Un sitio donde nos arroparan madres expertas, nos dijeran que no pasa nada, que somos buenas personas y nos dejaran dormir en sus brazos. Luego, ya recompuestos, volveríamos a recoger a nuestros hijos con la energía renovada. Ahí lo dejo.

Santiago Segura es inmortal
Háganme caso. Esto es así. El director, a punto de estrenar «Torrente 5», está igual que hace veinte años. El tiempo no pasa por él. Es un paréntesis, vive entre corchetes, es un error espacio temporal del que le está sacando mucho provecho y yo me alegro. Pensaba todo eso el día que vino al programa. Cerré los ojos (metafóricamente hablando) y le vi en 1995, cuando vino por primera vez. No se le ha caído el pelo porque ya venía caído de serie. Engorda y adelgaza secuencialmente. Pim-pam, pim-pam. Tienes que fijarte en la camiseta de promoción y prestar atención al número de la entrega torrentiana. Solo así puedes ubicarte en el calendario. Todos moriremos algún día, pero él seguirá rodando Torrente hasta el infinito y más allá.

«Memorias en diferido» en Interviú

Carta a los reyes

Jueves, 3 de julio de 2014

QUERIDOS REYES 'MAJOS':

Soy un niño catalán de casi cincuenta años que todavía cree en los milagros. Lo de los milagros lo cuento ahora, lo de catalán al final de la carta. Creo en los milagros cotidianos, los de la gente normal. Esos que no reconoce el Vaticano. Hoy en día, para muchos españoles resulta un milagro llegar a final de mes. Como también lo es que la gente no se haya cabreado de verdad, viendo cómo nos cuentan (sin reír) que «ya estamos saliendo de la crisis, gracias al esfuerzo de todos». Últimamente se usa la palabra todos con demasiada ligereza.

Ya que me he portado bien durante todo el año (mejor de lo que me hubiera gustado), les hago llegar mi carta con el sueño de que se vean cumplidos mis deseos. Además, me han dicho que son ustedes mágicos. El día de su coronación, por ejemplo, desaparecieron por arte de magia todos los símbolos republicanos y si ponías la tele o leías los periódicos, se respiraba una unanimidad y una genuflexión colectiva que luego no encontrabas en la vida real. Debía tratarse de un truco. Les felicito por eso. A ustedes y a los siete mil policías que velaron por la «seguridad». Yo, ante siete mil policías, no digo ni que soy del Barça y podría confesar que maté a Kennedy a mis cuatro años de edad. Cada vez que veo un policía, creo que he hecho algo delictivo, es un problema que tengo. Un eco del pasado.

Un servidor de ustedes y del Ministerio de Hacienda creía que un país normal podía discrepar en libertad y que las opiniones, por diversas que sean, conforman el carácter de un pueblo. Eso no es ni bueno ni malo. Sencillamente es lo que hay. Porque esos a los que ustedes llaman «súbditos» son cada uno de su padre y de su madre, y tienen mucha mala leche en la intimidad. A la gente se les convence con normalidad/modernidad democrática, con transparencia y con ética. Las pompas y las circunstancia parecen de otro siglo. Quedan muy bien en las fotos, pero nada más. Lo más sano sería escuchar a todas las minorías, valorar todas las opiniones, consultar y luego gobernar en consecuencia. Pero, bueno, no me hagan mucho caso porque yo soy cómico y estoy todo el día diciendo tonterías. De momento me pagan por eso. No mucho, pero no me quejo. Está la cosa como para quejarse, ¿saben? Me siento un poco raro escribiendo esta carta. Todo es un poco extraño porque hace calor, es verano y no se ven renos, ni Papa Noeles, ni tampoco suenan los villancicos de siempre. Además, me han comentado que los Reyes, antes, eran sus padres. Eso les iguala, solo un poco, con la mayoría de mortales. Confío que la magia sea hereditaria, y los hobbys, no. Les pido que naveguen menos y escuchen más. Que no cacen, que recorten sus gastos como hemos hecho todos.

Les he comentado que soy catalán. Mis padres nacieron en Andalucía y vinieron a Cataluña a ganarse la vida. Después nací yo. Así pues, solo tengo agradecimiento para mi tierra. Y respeto. Por eso no puedo hacer otra cosa que respetar a la mayoría de los que viven aquí y todo lo que deseen para prosperar. Ahora Cataluña plantea el reto más importante de su historia. Algunos lo ven como una maniobra política, pero yo creo que es algo mucho más importante. Se trata de un sentir ciudadano, social y sentimental. Les aseguro que es gente buena que quiere ser escuchada. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? La misma España que ha tolerado su coronación está en plena transformación. Las estructuras mentales, institucionales y capitalistas parecen agotadas y ahora se trata de evolucionar. No hay otro camino. Ustedes pueden ponerse del lado de los poderosos, los que no quieren que nada cambie para mantener su estatus, los amantes del besamanos, los interesados, o bien del lado de la gente normal que necesita cambiar la Constitución y limpiar y renovar el panorama político y social. Entre muchas otras cosas. Estoy convencido de que se pondrán del lado que más les interese.

P.D.: Ah, se me olvidaba lo más importante. Siempre me quedé con las ganas de que los Reyes me trajeran un Scalextric. ¿Tienen ustedes manera? Muchas gracias.

«El Berenjenal» en Interviú.

Todos somos inmigrantes

Domingo, 30 de marzo de 2014

Hubo un tiempo en el que los acomodados habitantes del mal denominado primer mundo considerábamos la inmigración como algo que les pasaba a los otros. Bastaba con cambiar de canal para olvidar el tema. Como si al apretar el botón del mando a distancia desconectáramos también nuestra caprichosa conciencia. Está técnica (muy parecida a la del avestruz) servía para huir de todas las desgracias en general y así quedarnos en nuestra sopa boba de falso bienestar. «Hay que ver qué mal está todo, ¿no? A ver, ponme otro gin-tónic«. Pero yo creo que eso era antes, porque las cosas han cambiado. Tengo la impresión de que la gente, ahora, es más lista, más sensible y está mejor informada. Todo es más crudo, más real. Quieren aborregarnos, eso es cierto, pero algo está fallando en el sistema operativo que quiere controlar nuestras cabezas. Ahora vemos una desgracia y queremos saber qué o quién la ha causado y cómo van a solucionarlo, porque hay noticias que escuecen el alma de la sociedad. Una sociedad que en los últimos años le ha visto las orejas al lobo del capitalismo, y en el peor de los casos ha sufrido sus consecuencias. Así pues, el dolor y la necesidad ajena ya no nos parecen algo tan lejano. Es cierto que aprendemos a hostias, pero bienvenido sea el cambio. Ya no se puede mirar hacia otro lado sin que se te caiga un poco la cara de vergüenza. Como mínimo, quieres saber la verdad y que no te venga el ministro de turno con milongas. El dramático caso de la inmigración está subrayando en rojo todo eso. Los muertos en Ceuta, la escalada de esos hombres sin futuro por la valla de la vergüenza nos ponen un espejo delante, y lo que vemos no nos gusta nada. Los responsables políticos lo traducen y lo pervierten todo con ese lenguaje escapista y ambiguo que no reconoce errores, ignorando el sufrimiento real de la gente. Eso también da vergüenza. Mucha. Pero el éxodo continúa porque el deseo de una vida mejor, o simplemente una vida, es la energía más poderosa que existe. No hay bala de goma que la pueda destruir.

La otra noche vino Carlos Iglesias al programa. Acaba de estrenar «2 francos 40 pesetas», donde sigue explicando su experiencia personal ambientada en los años sesenta en Suiza. «Cuando hice la primera parte, tenía que esforzarme para explicar que hace años nosotros éramos los inmigrantes. Para esta segunda parte ya no hace falta explicarlo, la gente está viendo cómo muchos se ven obligados a irse de España para ganarse la vida». Ahí lo tienen: todos somos inmigrantes. Otra vez. En mi propia familia, durante aquellos penosos años sesenta, también hubo algunos que emigraron, en este caso a Alemania. Se marchaban llorando, volvían llorando. Desarraigados permanentes que llevaban la inadaptación en la mirada. Tendemos a diferenciar nuestros emigrantes de los que ahora quieren entrar en Europa desde África. A estos los vemos como sombras en la noche. Hombres sin equipaje y sin nombre. Una estadística. Pero no nos engañemos, son la misma persona. Y aun así nos inventamos excusas para cerrarles el paso o sembrar de cuchillas las malditas vallas. Europa tiene otro problema más. Estaría bien que en las próximas elecciones se tomaran en serio de una vez por todas este tema. Estaría bien que dejaran por un momento de hablar de dinero y hablaran de personas, promoviendo una política humana acorde con los tiempos actuales.

«El Berenjenal» en Interviú.

Esto del periodismo

Miércoles, 12 de febrero de 2014

No me considero periodista, aunque a veces pueda parecer remotamente que lo soy. Creo que lo mío es hablar  primero yo solo y luego con la gente. Me comporto como un anfitrión que invita a una serie de personas con algo que contar a su casa y todo eso se retransmite por televisión. A poder ser, bastante tarde por la noche. Mi trabajo es conseguir que hablen, me gusta crear un clima propicio y distendido. «Tú lo que eres, es un climatizador», me dijo una vez mi amigo y compañero de fatigas Xavi. Bueno. Me gusta bastante. Un climatizador crea confort, ¿no? Pues está bien, oye. Supongo que en verano, con el calor que hace en el plató, seré un aire acondicionado.

Que no sea periodista no quita que no me interese el gremio. Como consumidor (sufrido) y como vecino y amigo de periodistas. Me parece un gremio muy necesario y muy complicado a la vez. Siempre zarandeado por sus propios egos, por las tensiones que soportan y provocan, por la incomodidad que generan en los «afectados», o sea la gente que «es noticia», por las presiones y prebendas que marcan sus empresas editoras… ¡No veas! Si lo piensas bien, parece un milagro que todavía se editen periódicos. Por no hablar del combate a muerte papel vs. digital. Tienes que saber todo eso cuando te acercas a un medio de comunicación con el objetivo de informarte. Tienes que separar la opinión y la intención de los hechos en sí, tienes que cotejarlo con otros medios, tienes que recordar qué partido gobierna… Un currazo, vamos.

Los periodistas han visto muchas películas de periodistas. Por eso hacen cosas que a menudo parecen escritas por un guionista. Ahí está la imagen de Pedro Jota encaramándose a unos paquetes de folios para darse un homenaje el día que se va. Pedro Jota supo tocar la tecla de la épica y una cierta autoparodia y allí aguantó, y lo seguro es que hasta emocionó a más de un compañero. Estamos hablando del hombre que, con su contumaz perseverancia, ha tirado sal en los motores de todos los gobiernos y se ha agarrado a la tesis de que fue ETA la que voló aquellos malditos trenes. Eso, entre otras muchas cosas. No importa. Él ha sabido navegar y sobrevivir (escándalo privado aparte) y se ha plantado en el momento actual como un mártir del rajoísmo. Que te echen (teóricamente) siempre añade valor a tu currículum. Que te eche (teóricamente) Rajoy no deja de ser un milagro, conociendo la proverbial pasividad de Mariano. Se habla de una indemnización escandalosa pero, claro, a ver quién es el medio que lo saca. Los grandes gurús del periodismo siempre están a la greña, con el hacha de guerra en la boca. Yo creo que esos gurús (y sus acólitos) están más preocupados en contar cómo les gustaría que fueran las cosas. No es tan importante cómo son de verdad, porque usted y yo somos unos indocumentados a los que nos tienen que aleccionar poniéndolo todo en contextos a menudo enfermizos.

A mí, si me hacen escoger, me gusta mucho más Jordi Évole. Mi compañero de productora lo está bordando con su Salvados. Le conozco y sé que siempre busca la equidistancia, el contraste, el testimonio, la voz de la noticia. Un hombre con un equipo, cargado con la responsabilidad del éxito, que no hace otra cosa que espolearle cada semana. Un perfeccionista, eso es lo que es Jordi. ¿Tiene fallos? Pues claro, como todo el mundo. Estoy convencido de que si un día se sube encima de un paquete de folios (que lo dudo), dirá toda la verdad, no omitirá nada y se subirá con todo el equipo.

«El Berenjenal» en Interviú.

Adiós Berlusconi

Domingo, 8 de diciembre de 2013

Los humoristas estamos un poco tristes, suponiendo que podamos permitirnos algo así. Estamos tristes porque Berlusconi se va de la política. Con las toneladas de chistes que nos ha puesto en bandeja. Es que nos superaba. Estabas escribiendo uno y se conocían los detalles de otro bunga-bunga. Una mina. El hombre era una mina inagotable. Todo eso desaparecerá porque Silvio se va. Bueno, a ver, más que irse lo han empujado como empujaban los piratas a sus enemigos por la tabla, hasta caer en el mar a merced de los tiburones. Ha costado años y años, pero al final lo han conseguido. La diferencia aquí es que Berlusconi tiene tanto dinero, tanto poder acumulado, que puede comprar todos los tiburones y conseguir que se comporten como simples sardinas. Y encima puede retransmitirlo por una de sus cadenas de televisión (pensándolo bien, es un buen formato de reality extremo), o montar un partido benéfico del Milan, que es suyo. O celebrarlo con el volcán artificial (sí, sí, lo tiene, como un malo de James Bond) de una de sus residencias. Puede congregar a todas las mujeres de la comarca y alguna que otra de la comarca contigua. Solo para bailar, ¡eh! No sean malpensados.

Puede hacer todo lo que quiera menos… ejercer la política. Así que estamos ante un caso de orgullo tocado, que no hundido. Berlusconi nunca se hunde, pero se puede sentir tocado, que para el caso es peor. Cabe recordar la pedrada que le lanzaron hace años. Y el hombre siguió y siguió. Se operó otra vez y siguió. Para un tipo que hizo de la bravuconada y el exceso su patrón de conducta y de gestión, no debe ser fácil asimilar que ya no le dejan. ¿Quién no le deja? ¿Desde cuándo alguien va a decirle lo que puede o no puede hacer? Por eso se revuelve como un león herido en su jaula y lanza aseveraciones como: «Es un día negro para la democracia. No os pido nada para mí, solo os pido que penséis en vuestros hijos». Ojo, que Silvio, en su delirio interesado (como siempre), está creyendo que su expulsión (tardía) de la política como consecuencia de todos los procesos es un asalto a la democracia, así, como concepto. La democracia, tan citada, tan manoseada, calla y no dice nada. ¡Si la democracia hablara! Quizás dijera: «¿No entendisteis nada? Es eso, ¿verdad?».

Sea como sea y aunque nada es exactamente como nos cuentan, hay algo parecido a un alivio cuando personajes como Berlusconi tocan fondo o llegan al fin de su trayecto. Como el caso de Carlos Fabra, el de Castellón. Otro que tal. Después de años y años de despropósito político y dominio de la escena (cómica), el hombre de las gafas ha sido trincado. Al hombre al que siempre le tocaba la lotería le ha tocado ahora la pedrea. Él dice que está contento porque la mayoría de las acusaciones no han sido probadas. Sí, vale, pero algunas sí. Suficientes para que le caigan cuatro años. Y Bárcenas, en la cárcel, sonriendo mientras le brilla un diente de oro en la penumbra de su celda. Siempre los cogen por alguna chorrada, pero los acaban cogiendo. Aquí, los héroes desconocidos serían los abogados, jueces y funcionarios que durante años han sufrido jugando al frontón de la dichosa inmunidad, hasta encontrar una grieta, un motivo, una ocasión. Ellos sí que serían la democracia. O lo que quede de ella.

«El Berenjenal» en Interviú.

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