Así me he quedado estas vacaciones. Del tamaño de un muñeco de fieltro, que no de vudú. No confundir.
Esto es un detallazo de Vane y Tània, The sisters, que se han montado un chiringuito en la red. ¿Quieres ser de fieltro? Es muy fácil.
Soy de fieltro
Poesías con sello
Muchas veces he dicho que me resulta imposible agradecer a todos los que me mandan algún detalle. Ni tan siquiera enumerarlos. Decenas o cientos de gestos. No importa el valor. Desde una botella de aceite a un muñeco que canta. El abanico es alucinante. Gracias otra vez.
Intento contestar a muchos de los mensajes, pero me resulta muy difícil. Tendría que parar el programa y dedicarme un año entero al tema y creo que la productora no estaría de acuerdo. La gente (que le gusta el programa) es maravillosa e imaginativa. Y se lo curra. (Gracias Yanira por el álbum de fotos).
Quiero enseñaros la carta que me llegó esta semana de Manuel María Fernández Fernández de Paterna del Campo. Un joven poeta de veinticinco años que nos dedica sus versos. Y, por si no queda claro, los versos empiezan en el sobre. Nunca había recibido una carta así. La primavera, aunque lluviosa, ha desatado al bardo que llevamos dentro.
Pregunta con premio
¿Si te toca un helado gratis, pone «premio»? ¿Todavía salen los palos con regalo? ¿No habíamos quedado que nadie regala nada?
Luz de regalo
Uno de los regalos más originales que me han hecho jamás. Una felicitación de luz. «Sin photoshop», como puntualiza Cristina Barroso desde Avilés. Muchas gracias, de verdad. Tiene mucho mérito.
Cristina dice que nuestro trabajo le anima a dedicarse a esto tan complicado de la televisión. No sé si somos un buen ejemplo, pero me gustaría pensar que somos agradecidos. ¡Que se haga la luz!
Pompeya
Me han regalado uno de los viajes pendientes de mi vida: Pompeya.
En el año 79 d.c, el Vesubio entró en erupción y en cuestión de horas, sepultó la próspera Pompeya, a treinta kilómetros de Nápoles. Es un viaje al pasado. Un retrato en tres dimensiones de aquel 24 de Agosto. Las piedras incandescentes se fueron acumulando por capas, atrapando a los veinte mil habitantes (los moldes de los cuerpos te dejan sin respiración) y todo lo que encontraron a su paso.
Tras las excavaciones, han quedado cinco kilómetros cuadrados. Uno puede pasear por sus calles, entrar en las casas, admirar sus pinturas, alucinar con sus prostíbulos y hacerse una idea de como era la vida cotidiana. No te cansas de andar. Solo faltan las personas y algo de ornamentación.
Se encontró el pan en los hornos, perros atados con sus correas y reformas a medio terminar. Los visitantes circulan silenciosos. Hay algo especial en el ambiente. Estás dentro del testamento de una tragedia. Un viaje absolutamente recomendable.