Aunque la txapela no me quede del todo bien, estoy encantado con el premio Txapeldun del año. Porque comimos de maravilla, porque me lo entregó mi gran amigo Mikel y porque Sagardi me viene demostrando que es un marca con oficio, respeto por lo que hace y generosa. Por todo eso y por mucho más, gracias de corazón.
Gracias Sagardi
Cuando el éxito es merecido
Cuando el éxito sonríe a alguien que se lo merece, se produce una especie de justicia, un bienestar, un equilibrio sano y reconfortante. Llámalo «éxito» o «consagración» o algún otro sinónimo que no haya manoseado y desnaturalizado esta sociedad nuestra tan competitiva, a menudo hasta la náusea. «Éxito» pero de verdad, vamos. Bueno, pues creo que eso es lo que ha sucedido con El Celler de Can Roca, nombrado recientemente el mejor restaurante del mundo.
Si alguien se lo merece, son los hermanos Roca. Un tridente perfecto. Todos los que les conocemos estamos contentos, y esto no pasa muy a menudo. Mucho menos aquí, donde la envidia, la tiña, el resquemor son signos de identidad aunque nos cueste reconocerlo. Con los Roca, no. Todo el mundo quiere a los hermanos. Por su generosidad, por su perseverancia, por esa pasión e innovación nunca impostada. Por su fidelidad a los orígenes (el cariño y agradecimiento hacia su madre es algo digno de enmarcar). Ahora me acuerdo de la noche que entrevisté a Iniesta. Luego, al acabar, le dije: «Es cojonudo que todo esto te pase a ti, a gente como tú». Es lo mismo que les diré a los Roca cuando los vea.
«El Berenjenal» en Interviú.
El abridor de Antonio
Antonio es un veterano camarero. Ha visto de todo… Bares, restaurantes, bodas, actos, nada se le resiste a Antonio. Cuando se abrocha la chaquetilla y se peina hacia atrás, se ve capaz de todo. Solo hay una cosa que no soporta, y es que le cojan el abridor y no se lo devuelvan. Eso no. «Eso es una falta de respeto», sostiene. Por eso, escribió su nombre y lo pegó en la parte trasera del modesto abridor de propaganda. Era su manera de «marcar» el territorio. Antonio: si lo buscas, lo tengo yo. Así nadie te lo cogerá.
«Fotodiario» en El Periódico
Hay ranas
El cartel lo deja muy claro, así que luego no vale hacerse el sorprendido una vez hemos entrado en el local. Es un rótulo honesto, que va de cara, que dice lo que hay. «Hay ranas». Estamos en la calle Corrientes de Buenos Aires y el calor aprieta en pleno mes de noviembre. Estamos en «su» verano, algo que los europeos no podemos entender aunque finjamos (en realidad, hay muchas cosas que no podemos entender, empezando por lo de «ser europeos»).
El caso es que me quedé un buen rato observando esta información. ¿Se trataba de una problema grave de humedad? ¿Habrá deshumidificadores en Argentina? El bochorno emborronaba mi pensamiento. Tardé un poco en asociar el cartel de «Hay ranas», con el del «Restaurante». ¡Claro! La especialidad de la casa son las ranas. «Qué listo soy, joder». Me pareció un poco raro, hasta que pensé que en Catalunya cocinamos caracoles. «¿Quiere entrar?», me preguntó al fin un camarero. «No, gracias. Ya he comido». Mentí.
«Fotodiario» en El Periódico
Lo que antes fue un bar
El polvo y el abandono van nublando el recuerdo del Marvan. Se acalla el rumor de un bar, con la de cosas que habrá vivido. Lo que se ha vivido y lo que se ha bebido. Todo desaparece y el neón, sin corriente eléctrica, es la metáfora perfecta de otra luz que se apaga en la noche.
Claro que con la corrección actual, los bares ya no son lo que eran. Ni se fuma, ni se grita, ni se confiesa uno. Todo muy limpio, con sus horarios, sus impuestos… Ya solo quedan buenos bares en los cuadros de Hooper. Aquellos que encerraban secretos, silencios y barras de madera done se apiñaban los pájaros solitarios. Ahora se impone lo aséptico y lo rentable. Y si sobrevives a todo eso, viene una subida del IVA y te tumba. Todo sea por aburrirnos.
«Fotodiario» en El Periódico