Tenía unas horas libres y paseé por Madrid. Sin nada que hacer y con la sola compañía de mi cámara de fotos. Anduve escogiendo la ruta al azar. Vi un montón de locales cerrados y ese maldito cartel de «se vende» o «se alquila» que podría ser el logotipo que define la situación en este momento de España. ¿Se imaginan?: «España. Se vende negocio por no poder atender».
En mitad de la rutina de repartidores, taxis acelerados y vecinos con prisa, una alegría: unos niños jugando al balón. Ni videojuegos, ni internet, ni nada de todo eso. Dos niños pasándose la pelota. Simple y bonito. Seguí andando y al cruzar un patio transitable de un horrible edificio de viviendas, encontré el cartel que corta el rollo: «prohibido jugar a la pelota». Estaba lo suficientemente alto para no poder ser arrancado y también para ser ignorado. Los niños me seguían sin saberlo, cruzaron ese patio carcelario dando toques al balón y se fueron entre risas. Ni lo vieron. Debería estar prohibido prohibir jugar.