No insistas

Jueves, 14 de marzo de 2013

¡Es que la gente es muy pesada! Tú sales de un museo y, de repente, te ataca una necesidad enorme de ir al baño. No puedes volver al museo. Has aguantado mucho rato, pero ya no puedes más. Se activan tus radares con el objetivo de encontrar un sitio cerca. Se te acaba el tiempo, una especie de alien te aprieta desde tu interior (bajo vientre, concretamente) y andas medio torcido. Hasta te cambia el carácter.

Por fin, encuentras un bar, te abalanzas sobre él pero cuando ya estás a punto de entrar en los servicios, este cartel actúa como un mazazo sobre tu sistema de contención de líquidos. No solo te acuerdas que su uso está reservado para clientes sino que, además, añade que «no insistas». Lo encontré en Cartagena e imaginé un continuo ir y venir de personas «necesitadas» y el hartazgo de su propietario. Pedí un agua (lo que me convirtió en cliente) y gocé del placer de vaciar todo lo que llevaba dentro. Ya más calmado, al salir, me di cuenta de que era el de señoras.

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No insista

La boca

Jueves, 7 de febrero de 2013

Barcelona, Passeig de Gràcia. En este día lluvioso y desapacible, la boca de metro en obras se convierte en algo amenazante. Se diría que las vallas que protegen a los transeúntes de las incomodidades de la reforma encierran, al mismo tiempo, a un animal peligroso. A la derecha se aprecia un fragmento de la Casa Batlló, que en materia de misterios y apariciones mágicas sabe un rato largo (sin duda Gaudí se quedó a gusto utilizando su iconografía).

Así las cosas, pensé que las ciudades bonitas y luminosas encierran también su lado terrorífico. El metro, sin ir más lejos, es un complejo sistema digestivo de la ciudad. Mecánico y en movimiento. Poblado de miles de personas que se mueven por sus intestinos de cemento. Según esta apreciación paso a rectificar el título inicial. Esto no es una boca. Esto es un culo muy feo por el que salir al exterior exclamando: «¡Vaya mierda!».

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La boca

Orgullo fálico

Domingo, 6 de enero de 2013

A veces, los países se ponen muy masculinos (¿o sería mejor decir machistas?). A pesar de que la Argentina tiene un nombre femenino, su orgullo se concentra en un obelisco fálico y desafiante que parece plantar cara a los oscuros nubarrones que se ciernen sobre él. Pasas por debajo y piensas: «Cómo me caiga ahora el símbolo de la Argentina encima, me mata». Pero nunca pasa, por suerte.

En Barcelona, los franquistas también nos endosaron su obelisco en un cruce de avenidas, pero la gente, tan sabia con retranca, lo bautizó como «el lápiz». Un simple y sencillo lápiz. Así es cómo pasamos a ver el poderoso pene del imperio como un entrañable lápiz con el que escribir nuestra propia historia.

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Obelisco

Después del temporal (electoral)

Jueves, 3 de enero de 2013

Pasan las campañas y luego vienen otras. Y otras y otras. Así, hasta el día del juico final que, seguramente, vendrá precedido de una campaña. Esa sí que será para verla. Todos contra todos en la madre de todas las guerras dialécticas. Las campañas tienen permiso para ensuciar nuestras cabezas y nuestras calles. Caras sonrientes con eslóganes resultones, que intentan resumir la ineficacia y la impotencia. Dicen que la política pasa por su peor momento de imagen entre una población cansada de confiar. Quizás sea un ciclo. Pensé otra vez en ello cuando descubrí un jirón de papel pegado a una papelera, tras las últimas elecciones catalanas. Podría ser una buena metáfora. Aquellas palabras acabaron en la basura sin que el líder se dé por aludido. Y así seguimos.

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Papelera

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