Ese hombre al que diremos que no

Martes, 30 de abril de 2013

Los semáforos son paréntesis, pequeñas trampas de un minuto y medio que paralizan la vida de las ciudades y nos colocan cara a cara con la realidad, a veces con nosotros mismos (¡hay que ver lo que se llega a pensar en coche!), otras con la realidad exterior, casi nunca agradable.

Este hombre exhibe su discapacidad con regularidad e intenta ganarse la vida vendiendo pañuelos. Un 90% de los conductores le dirá «no, gracias» e intentará mirar hacia otro lado. Él no insistirá y seguirá preguntando en su búsqueda de la caridad con un tiempo limitado. Cuando arranquemos nos sentiremos un poco culpables y nos recordaremos que ya ayudamos de otra manera, de muchas maneras. Pero no podremos evitar pensar en su historia. ¿Cómo habrá llegado hasta este punto? ¿Nosotros lo haríamos? Llegada la luz verde, arrancamos, creemos huir, pero solo es un pequeño acelerón hasta el próximo semáforo.

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Ese hombre al que diremos que no

‘Rock & roll’ y drogas

Miércoles, 27 de marzo de 2013

El azar crea extraños compañeros de viaje. Esto es lo que encontré en una farola de Buenos Aires. Si analizamos las capas, veremos que primero fueron las clases de guitarra. Luego, alguien pensó que el mismo interesado en el instrumento y lo que le rodea podría tener un problema con las drogas. Y lo relacionó sin escrúpulos porque tapó de tal manera el teléfono que es imposible leerlo. Eso es un mal compañero pegador de carteles.

Desconozco si el binomio guitarra-drogas sigue vigente, pero me temo que pertenece al pasado excesivo de los sesenta y los setenta, aquella época en la que muchos se drogaban para viajar y luego descubrieron que no se movían del sitio. Cuando volvían, las cosas estaban peor.

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Carteles

No insistas

Jueves, 14 de marzo de 2013

¡Es que la gente es muy pesada! Tú sales de un museo y, de repente, te ataca una necesidad enorme de ir al baño. No puedes volver al museo. Has aguantado mucho rato, pero ya no puedes más. Se activan tus radares con el objetivo de encontrar un sitio cerca. Se te acaba el tiempo, una especie de alien te aprieta desde tu interior (bajo vientre, concretamente) y andas medio torcido. Hasta te cambia el carácter.

Por fin, encuentras un bar, te abalanzas sobre él pero cuando ya estás a punto de entrar en los servicios, este cartel actúa como un mazazo sobre tu sistema de contención de líquidos. No solo te acuerdas que su uso está reservado para clientes sino que, además, añade que «no insistas». Lo encontré en Cartagena e imaginé un continuo ir y venir de personas «necesitadas» y el hartazgo de su propietario. Pedí un agua (lo que me convirtió en cliente) y gocé del placer de vaciar todo lo que llevaba dentro. Ya más calmado, al salir, me di cuenta de que era el de señoras.

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No insista

La boca

Jueves, 7 de febrero de 2013

Barcelona, Passeig de Gràcia. En este día lluvioso y desapacible, la boca de metro en obras se convierte en algo amenazante. Se diría que las vallas que protegen a los transeúntes de las incomodidades de la reforma encierran, al mismo tiempo, a un animal peligroso. A la derecha se aprecia un fragmento de la Casa Batlló, que en materia de misterios y apariciones mágicas sabe un rato largo (sin duda Gaudí se quedó a gusto utilizando su iconografía).

Así las cosas, pensé que las ciudades bonitas y luminosas encierran también su lado terrorífico. El metro, sin ir más lejos, es un complejo sistema digestivo de la ciudad. Mecánico y en movimiento. Poblado de miles de personas que se mueven por sus intestinos de cemento. Según esta apreciación paso a rectificar el título inicial. Esto no es una boca. Esto es un culo muy feo por el que salir al exterior exclamando: «¡Vaya mierda!».

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La boca

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