Dejo mi aislamiento por unas horas y paso por Barcelona, camino de Madrid. Se acerca la noticia que todos estamos esperando: la continuidad de nuestro programa en otra cadena. Ya quedan pocas horas… Mientras tanto, la ciudad se achicharra y se apaga. Pero se apaga de verdad, porque se ha ido la luz y se ha quedado a oscuras. Un pedazo de avería de esas que les gusta a los periodistas. La radio vuelve a jugar un papel importante y va informando de lo que sucede. Mejor eso, que quedarse una hora colgado al teléfono de Fecsa Endesa que , como es habitual, indica que «espera que todo se solucione en breve». Lo mismo que dijo Kofi Annan, cuando dejo la ONU. Los apagones, dejan siempre en bragas a la modernidad. De repente recordamos nuestra vulnerabilidad y empezamos a buscar velas por todos los cajones. Y ya sabemos que en los cajones, suele haber de todo menos velas.
Yo, por si acaso, me he quedado en casa toda la mañana aplatanado. Compruebo que los de el jueves ya tienen operativa la web que había sido silenciada. La portada es cojonuda: Leticia de flor y Felipe de abeja apunto de fertilizarla. Punto y final para la polémica y las ventas de la revista que, a buen seguro, se van a disparar. Dicen que hasta se subasta la portada «maldita» en el e-bay. Si quieres dar importancia a algo, prohíbelo.
Me cruzo con un tío por el paseo de Gracia que me pregunta con complicidad: ¿Qué tal el ocho? ¡El ocho! Como soy muy educado, le digo que bien, muy bien. La verdad es que me gusta el número, pero desconocía que eso era de dominio común. La ciudad es más mestiza que nunca. Barcelona ya es , en toda regla, un destino turístico de primer orden. A mi eso me gusta. Siento algo parecido al orgullo. Orgullo de ciudad. Cuando veo que un turista consulta un mapa, pienso que se siente atraído por algo que yo quiero y, eso, no deja de ser bueno. ¿Se puede querer a una ciudad? Pues sí. La ciudad como escenario silencioso. Como el decorado de nuestras vidas.
Me he comprado Rayuela de Cortázar para saborearla en las tardes sofocantes. Me he leído «Plataforma» y la verdad es que me ha decepcionado un poco. Compro papel. Hay muchas cartas por escribir y todavía más dibujos por nacer.