El caso Santandreu

Lunes, 23 de enero de 2017

Me propongo escribir algo sobre lo que pienso acerca del paso de Rafael Santandreu que tanta polvareda ha levantado. Quizás demasiada. También quiero aclarar, si es que hace falta, algunos detalles de aquella noche, los motivos por los que le invitamos y mis conclusiones, siempre personales, sobre el tema.

Fui yo el que pedí a mis excelentes compañeros del equipo de producción de invitados, traer a Santandreu. Me parecía interesante conocer al protagonista de uno de les éxitos editoriales más sonados de los últimos tiempos. Unos días antes, me enseñaron la famosa entrevista escrita y contestada por él mismo. Aquello me pareció alucinante e inédito para mi, como ya dije en antena. Y llegó el día. Mi equipo le comentó antes de empezar que yo iba a mostrar la entrevista escrita (fue idea mía) y yo mismo le dije que me planteaba una conversación con un buen debate sobre el tema de fondo: el mundo de la autoayuda. Ningún problema. Santandreu venía a favor y eso es de agradecer. Y así lo hicimos. Por lo tanto, no se puede hablar de una escenificación pactada, ni de un sketch. Lo que se hizo es no esconder ninguna de nuestras intenciones al invitado (siempre lo hacemos así) y explicarle las bases sobre las que íbamos a hablar ante el público. Luego, efectivamente, había que conversar y ver como evolucionaba la charla. Nadie sabe cómo saldrá una entrevista y eso es, precisamente, una de sus grandezas.

La charla, según mi punto de vista, fue muy sincera y honesta. Los dos dijimos lo que pensamos. Mostré la entrevista escrita sí, y él pudo explicar por qué lo hizo, desgranar sus ideas y convencer o no hacerlo, a todos los que le vieron. Tuvo tiempo y espacio para ello, algo que siempre garantizamos en el programa. Para nosotros, esto es muy importante.

Personalmente, cada vez discrepo más sobre este mundo de la autoayuda. Pienso que es un castillo de arena, construído sobre los miedos de la gente, la persistente inestabilidad en la que vivimos y el miedo atávico sobre el futuro. La vida es jodida, lo sabemos, y a veces nos bloqueamos y buscamos argumentos e ideas que nos arrojen algo de luz. Es comprensible, no sé si recomendable. Pero debo decir que cuanto más mayor me hago, más escéptico me vuelvo. Creo que una buena charla con amigos de verdad, te da mucha claves para vivir. Creo que una buena peli, un buen libro, un ensayo, una novela, un poema, una obra de teatro, un paseo con calma, abre la mente y enseña los caminos. Siempre ha sido así. Si todo eso falla, o no, siempre se puede acudir a un buen y reputado profesional. No estoy en contra de la psicología, la buena, y todas sus ventajas ampliamente contrastadas. Al contrario. Lo que me escama es ese culto a la superación a toda costa, el éxito (ese becerro de oro actual) y la busca de la felicidad, propagado por nombres-marca que suena a hueco, a reiterativo y oportunista. Creo que la mayoría de la gente piensa así y que hay un cierto hartazgo general, pero eso es solo una impresión personal.

No conozco con detalle la obra y el trabajo de Santandreu. No lo suficiente para valorar y examinar sus tesis y pensamientos. Lo que he leído no me ha convencido. Y tampoco lo hizo en la entrevista. No disipó ninguna de mis alarmas sobre el tema. Pero eso no quita que deba agradecerle su paso por el programa y la disposición que mostró. Siempre digo que un late es (o debe ser) un escaparate sobre la vida y sus protagonistas. Nuestra obligación es hacer de intermediarios para que todos se expresen. Luego, como siempre, es el espectador el juzga y saca sus conclusiones. Tú debes garantizar una condiciones honestas y favorecer el espectáculo. Eso es lo que intentamos cada noche en «Late Motiv».

No entiendo nada

Lunes, 13 de abril de 2015

Tengo un vicio (confesable) que es el de dibujar en todas partes a todas horas y en todas las condiciones posibles. No sé cuando se metió en mi cabeza esa obsesión, la verdad es que no me acuerdo muy bien. Quizás todo empezó cuando empecé a vivir solo en Barcelona en los noventa. Trabajaba en la radio y tenía bastante tiempo libre por las noches. En lugar de tirarme en el sofá y ver la tele con calma, disponía todo mi arsenal de papeles y tintas y lo hacía todo a la vez: miraba la tele y emborronaba.

Así todo el rato. Me daba bastante vergüenza enseñarlo, algo que no entiendo por qué pasa , pero pasa. Yo diría que eso viene de nuestra época escolar, donde no nos enseñan a ser libres con el trazo, a probar, a encontrar nuestra expresión sin pudor y a disfrutarlo. Demasiada teoría y poca práctica. Mucho estudio y poco juego. Pese a ese lastre yo dibujaba y dibujaba.

'No entiendo nada'
Hasta que un día, una pintora profesional, me dijo que no temiera nada, que fuera más lejos y que hiciera lo que me diera la gana, porque lo que uno hace es único y no importa la técnica sino el alma de tus dibujos. ¡Buena cosa me dijo!. Me vine arriba y el virus del arte (a mi manera) se metió en mi cabeza para siempre. Aquello fue imparable. Sentía que me enamoraba de la pintura.

Estaba deseando tener un rato para pintar. Llené libretas y carpetas, experimenté con materiales, rompí mucho y guardé bastante. Algunos amigos (pocos) se interesaban por aquella epifanía de monigotes, trazos y colores. «¿Pero tú estás bien?», me preguntaban con una cierta sorna. Yo estaba muy bien y regalaba (todavía sigo haciéndolo), algunas de las piezas que salían de mi cabeza y de mis manos. Regalar lo que pintas, creo, es una de las cosas más bonitas que puedes hacer con tu arte. Regalas una parte de ti, de tus obsesiones, de tus pensamientos más íntimos. Y eso es para siempre. Lo que regalas es lo que te va a sobrevivir. Para lo bueno y para lo malo.

'No entiendo nada'
Pasaron los años y la obsesión fue a más. La diversión iba en aumento y no había ningún motivo razonable para detenerla. Hasta que mi amigo Mikel Urmeneta, una noche memorable de 2005, me dio el empujón definitivo. Estábamos en Ibiza para una entrevista y vio todo mi arsenal. «Pero tío, ¿esto qué es? No puedes dejarlo. ¡Sigue, sigue!». Insistió mucho. Mucho. «Tus dibujos no dejan indiferente». Sonaba bien, parecía un halago. Yo creía que era una broma pero no, el hombre iba en serio y se puso muy pesado. Y, claro, si un dibujante genial y profesional, te anima de esta manera pues habrá que hacerle caso ¿no? Eso hice y el alud fue imparable. Siempre le consideraré mi padrino en este campo.

'No entiendo nada'
Hasta que hace algo más de un año conocí a los de Resevoir Books en la presentación del libro de Mongolia. Me armé de valor y les dije que «tenía cosas, muchas cosas, que a lo mejor podrían conformar un libro». Lo dije con la boca pequeña, como probando, porque aunque parezca mentira no me gusta hacer el ridículo sino es cobrando en un programa de humor. Decidieron verlo y se animaron a trabajar en el proyecto. Los editores (buenos) son esa gente con una paciencia infinita que saben animar y esperar en la proporción adecuada. Yo me propuse la tarea (como si no tuviera cosas que hacer ¿sabes?) de definir un estilo y aprovechar las noches de insomnio después del programa para armar una buena colección. Manos a la obra. Recuerdo aquellos meses como los más productivos de los últimos tiempos. Había que trabajar a escape libre, dejar que todo fluyera.

'No entiendo nada'
Así es como se hizo «No entiendo nada», el libro con el que me examino. Uno de los trabajos que más ilusión me ha hecho en los últimos tiempos. ¿Que de qué va? ¡Buf! Eso lo tendrá que decir el que lo tenga en las manos. Yo creo que va de todo y que se adentra en territorios oscuros, a veces un poco ligeros, otros más profundo. Es humor y no es humor. Va de la vida. De la muerte, del sexo, de las mentiras, de los miedos, de las esperanzas. Lo que es la vida. O como la veo yo a esa hora incierta en la que todos duermen y, curiosamente, eres más sincero que nunca contigo mismo. Son dibujos que vieron la luz cuando los focos del programa se apagaban, cuando las risas se callaban, cuando las únicas voces estaban en mi cabeza y misteriosamente, tomaron forma y se proyectaron en los papeles para siempre.

Me quedé a gusto y ahora quiero más. Nunca dibuja uno lo suficiente. Por suerte.

Los libros nunca morirán

Jueves, 1 de mayo de 2014

«Dentro de dos generaciones, los libros serán algo del pasado». Un señor inglés, muy serio, lanza esta aseveración a la cámara sin despeinarse y el reportaje se ilustra con unos niños consultando sus tablets como si tal cosa. (Mi hija tiene un año y medio y ya lo maneja. Desliza su dedito y alucina con las imágenes). Todo esto sucede a altas horas de la madrugada. Ha terminado mi programa del día 23 de abril, el día del libro, Sant Jordi. Esa misma mañana me he sumergido un año más en la multitudinaria fiesta cívica de los lectores. ¿Han estado alguna vez en Barcelona un Sant Jordi? Es, sencillamente, IMPRESIONANTE. Y, claro, pienso: ¿de dónde sale ese agorero especialista inglés? ¿De verdad va a desaparecer el libro? ¿Qué nos regalaremos por Sant Jordi? ¿Smartphones? ¿Qué pensarán los miles y miles de personas que hoy han glorificado el libro como algo imprescindible en sus vidas?%u2028

Sant Jordi es una revolución pacífica en toda regla. Una invasión de las calles, una ocupación lúdica del espacio público. Es un día laborable, dicen, pero yo no conozco a nadie que no haga fiesta por la mañana o por la tarde para salir a la calle y comprar libros, rosas y hacer colas interminables para conseguir una firma de su autor favorito. Todo el mundo lo sabe y todo el mundo lo tolera. No recomiendo a los del programa El jefe infiltrado que rueden un episodio ese día. El jefe se tiraría de los pelos viendo su oficina semivacía. Por un día no pasa nada, ¿no? He tenido el placer de poder vivirlo en todas sus facetas. Recuerdo cuando editábamos nuestras recopilaciones de monólogos y nos poníamos frente a nuestros seguidores, pluma en ristre. ¡Aquello era una bendita locura! Firmas, besos, fotos, breves charlas, regalos, confidencias, emoción a flor de piel… Una vez firmé un quiosco, como lo oyen. Se encuentra en la calle Bailén de Barcelona si no lo han demolido. Lo firmé todo menos los libros de otros (costaba convencer al seguidor, no crean) y libros para perros. «¿Se lo puedes dedicar a mi perro?». «Perdona, pero ahí sí que no. No creo que el perro pueda leerlo y, si lo hiciera, te recuerdo que los perros no saben reír. Así que no». Se marchó contrariado, qué le vamos a hacer.

La gente cuando quiere algo es muy tenaz y poco dialogante. Acababan aquellas jornadas maratonianas y tenían que pasar varios días para que nuestras cabezas ordenaran y digirieran lo vivido. Y ni así, dado el alud de impulsos que recibíamos. Quedaban las fotos y un dolor casi agradable en la muñeca y en los dedos de tanto firmar. A menudo se nos criticaba desde las esferas más puristas de la literatura. Se nos tildaba de intrusos, se nos quería aguar la fiesta. Se inventaban categorías nuevas en los rankings, corrales para acotar a los «no escritores». Vale. Pero a la gente todo eso le daba igual porque habían comprado su libro de regalo, el que les daba la gana, el que sabían que le iba a hacer ilusión al destinatario. Triunfaban (y siguen haciéndolo) personajes populares y yo creo que esto no tiene por qué ser malo necesariamente. ¿Va a ser malo que se vendan libros? Este año, por ejemplo, ha arrasado Belén Esteban. Había que ver la peregrinación. La gente (devota catódica) parecía que iba a pedir un milagro a la Virgen de Guadalupe. Mejor tomárselo con humor y analizarlo con el objetivo más abierto posible. %u2028Sant Jordi no es el día de la literatura, es el día del libro, que es un poco diferente. La literatura, profunda, exquisita, casi infinita, adictiva, sigue otros caminos, responde a otros consumos y usos. El buen lector de verdad, ese que goza de una novela poco conocida en la tranquilidad de una terraza por ejemplo, quizás no ha comprado su libro en las fechas señaladas. Si es un buen lector, entendido y con criterio, comprará uno o dos libros cada mes y su pasión le mantendrá al margen de las tendencias y de las fiestas. Yo creo eso. Y vuelvo al especialista inglés, ese antropólogo que pretende hacernos creer que vamos a prescindir de todo eso. Que vamos a escoger la frialdad de la pantalla, la tinta electrónica. Pues mire usted, no estoy de acuerdo. Quizás haga un libro sobre eso.

«El Berenjenal» en Interviú.

Vida de un buscador de comedia

Lunes, 7 de enero de 2013

«Hay que respetar a los veteranos, hay que respetar a los veteranos…» No dejo de repetírmelo nunca. Como un mantra. Quizás sea porque voy camino de esa veteranía. La verdad es que siempre he pensado así. Y el tiempo me da la razón.

He disfrutado de lo lindo con el nuevo libro de Romeu por su verdad, su sensibilidad y su honestidad. Un dibujante, dibujando y explicando su vida. Romeu es un veterano que empezó con las revistas satíricas cuando eso era algo muy jodido de sacar adelante. La sombra alargada del franquismo lo enfangaba todo. Pero se rodeó de gente como él (unos locos entrañables) y se metió en mil líos. Contemporáneo de Perich, de Vázquez Montalban, unos genios… Ha sido guionista de televisión, escritor, ha publicado «Miguelito» durante treinta y tres años en EL PAIS, que se dice pronto. Y no solo eso: le han perseguido las enfermedades y los quirófanos y lo ha superado todo. ¿Cómo? Pues porque ha cabalgado a lomos de la ironía que es como un sedante o una vacuna y ahora ha decidido contarlo todo.

Es un tipo de libro que suele publicarse en Estados Unidos o en Francia por eso tiene mérito hacerlo en este país donde la memoria es tan frágil y los veteranos se diría que no cuentan. Mentira. Todos venimos de ellos y respetarlos es una obligación y un placer. Y mi enhorabuena a la editorial ASTIBERRI.

'Ahora que aún me acuerdo de todo'

Imprescindible

Martes, 8 de mayo de 2012

Después de cientos, miles de artículos… Después de millones de tertúlias radiofónicas y televisivas… Después de todo eso y más, tenía que ser Aleix Saló el que lo explicara desde el humor. Aunque a veces, a pesar de utilizar el cómic, se te va helando la sonrisa y te entra una mala leche…

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