Verano 2012

Domingo, 12 de agosto de 2012

Una mitad del cuerpo (de la cabeza) de vacaciones, la otra no. Una mitad me dice que con este calor no hay quien haga nada, que no hay nadie operativo de verdad en ningún sitio. «Ya si eso eso en Septiembre lo hablamos…» La otra me dice que no me he ganado las vacaciones. Soy así, qué quieren que les diga.

Por primera vez en treinta años de profesión, todavía no sé qué voy a hacer en Septiembre y, eso, me desconcierta y me preocupa. Somos de rutinas. Nos gusten o no. Somos de objetivos, de metas, de un día a día planificado al que te adaptas y sobre el que orbita tu vida. Cuando eso no existe, te desenfocas, te dispersas…

Pienso en toda esa gente que no tiene trabajo, ni expectativas. Eso todavía es peor. Pienso en el otoño jodido que se avecina, en el crudo invierno en todos los aspectos. Joder… Pienso (y no lo hago positivamente), en todos los que nos han metido en este embrollo a nosotros, al resto, que toda la vida hemos trabajado y pagado nuestros impuestos. Si pienso eso, se me pasan las ganas de ir a la playa. Si no lo pienso, también. Veo tíos en bañador, gritando en un atasco. Quizás el cuerpo se detenga por vacaciones pero la mente no.

Busco siestas reparadoras, anestesiantes, he comprado un ventilador que hace mucho ruido. Es como dormir al lado de un avión sin alas. Pongo los Juegos y la tele congela la imagen diseminándola en miles de cuadrados de colores. No va bien. (Una metáfora?). Voy a leer el último libro de Pep Bras, uno de los mejores guionistas que he conocido. La ficción, ese salvavidas…

Mitad Vacaciones

Como Barcelona 92, nada

Jueves, 2 de agosto de 2012

Soy así de tajante, qué quieren que les diga. Estos días, con motivo del arranque de los Juegos de Londres y la conmemoración de los veinte años de Barcelona, la nostalgia se ha cebado en mí con su dulce latigazo. Por decirlo de una manera rápida: es la mejor experiencia que he vivido en mi vida, a todos los niveles. Y creo que hablo en nombre de miles, de millones de personas. Fue un tiempo en el que fuimos felices, capaces de afrontar el mayor reto de nuestra historia moderna, fuimos anfitriones generosos, emprendedores sin límites, estábamos unidos ante un objetivo común, subimos veinte peldaños en la escalera que lleva a la modernidad y todo eso… Lo vio el mundo entero. No me digan que fue un sueño, porque no lo fue. Fue una realidad magnífica, brillante, de colores, de alegría y de profesionalidad.

Estos días me pregunto cómo hemos podido llegar a estos lodos desde aquellos campos en flor. Cómo hemos dejado que oscureciera y se empañara aquel espíritu olímpico. No era un eslogan, ¡era de verdad y lo protagonizábamos nosotros! No tengo la respuesta porque las sociedades son demasiado complicadas como para entender sus transformaciones y deformaciones. Solo he pensado una cosa: dicen que el éxito de Barcelona 92 fue mérito de la gente. La misma gente que ahora (y se nota) está empujando con su inconformismo y su indignación el cambio lento pero implacable de un mundo enfermo, de un capitalismo que se muere. La gente, nosotros, somos los únicos capaces de provocar milagros. Y lo vamos a volver a hacer. Quizá la llama olímpica no esté apagada. Estos días quiero confiar en eso.

«El Berenjenal» en Interviú.

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