Los expresidentes

Jueves, 14 de noviembre de 2013

«Cuando despertó, Aznar todavía estaba allí. Y González y Zapatero…». Habría que actualizar el que, según dicen, es el mejor relato corto de la historia en lengua castellana, escrito en 1959. Estoy seguro de que su autor, Augusto Monterroso, estaría de acuerdo. Yo lo llamaría Los expresidentes (dinosaurios). Yo nunca he presidido un país (no me lo han propuesto), pero me imagino que debe de ser algo que te cambia para siempre, algo adictivo. Una especie de tortura dulce, una condena buscada, un infierno con moqueta y servicio de habitaciones las veinticuatro horas. Como si te colocaran en el centro de un tornado pero te blindaran para que a ti, solo a ti, no te pueda pasar nada. Puedes arrasar todo a tu paso, pero tú no te despeinas. Como si un genio de la lámpara te entregara su lámpara. Luego promulgas un decreto y echas al genio, te quedas con el poder y tu propia conciencia (eso sí que es la soledad) y te rodeas de un montón de señores y señoras a los que llamas «Gobierno». El Gobierno es tu coartada, tus cómplices. Personas frías que no discrepan contigo, empapadas de doctrina y que desconectan del pulso de la calle desde el primer momento en que juran su cargo ante la atenta mirada del Rey y del presidente.

Los presidentes envejecen muy rápido, suelen tintarse el pelo, viajan, no hablan (bien) el inglés, justifican todas sus decisiones (por desenfocadas y radicales que sean) en virtud de lo que se ha venido a llamar el bien común. Con lo del bien común puedes dormir tranquilo todas las noches. También depende, claro, de la pachorra que lleves de serie antes de ser presidente. ¿Que cada día hay una manifestación, una marea, protagonizada por un colectivo machacado? No pasa nada. «Se han tomado unas decisiones, duras, pero son por el bien común de todos los españoles». Eso no es verdad, claro, porque hasta un niño de cinco años sabe que no todos los españoles son iguales. Hay castas, grupos, siempre los hubo y siempre los habrá. Los más privilegiados lucharán y presionarán para que sus privilegios se recorten lo menos posible. A estos, el bien común, el equilibrio social, les importa tanto como a usted y a mí el voleibol japonés. Y así van pasando los años, y los presidentes ansían empalmar legislaturas hasta donde la ley les permite, y luego pasan a mejor vida.

Con lo de mejor vida no me refiero a que se vayan al otro barrio, sino que la condición de expresidente, según parece, todavía es mejor. Suelen dejar unos meses como de luto, lo que no significa que no se busquen la vida en empresas de postín aunque no tengan experiencia en el sector. Les pagan una pasta de escándalo por sentarse en los consejos de administración. Nunca estuvo tan bien pagado el hecho cotidiano de sentarse. Ya después, con la calma, vuelven a la plaza pública. Suelen hacerlo revestidos de una falsa honorabilidad y ecuanimidad. No es verdad y se les ve a la legua. Están cabreados por no poder seguir. O frustrados por el mal recuerdo popular que arrastran, o sencillamente no soportan a su sucesor. Todo eso depende del ego de cada uno, que a veces no caben en el planeta Tierra. Dan conferencias, crean fundaciones que son trincheras disimuladas como centros de estudio y análisis y… ¡escriben libros! Amigos, los expresidentes no se van ni con agua caliente.

«El Berenjenal» en Interviú.

Peor imposible

Sábado, 3 de agosto de 2013

Técnicamente dicen: «El 'caso Bárcenas' marca la agenda política del país». Una manera suave de decir que «el 'caso Bárcenas' nos tiene hasta los huevos a la mayoría de los españoles». Queda más fino el primer concepto, pero es más real el segundo. Cuando peor estamos, cuando más necesitamos un liderazgo de altura, con perspectiva, autoridad y personalidad en Europa y en el mundo, va y se destapa la caja (B) de los truenos y de los sobres. ¿Esta es la marca España? Peor imposible. Los ventiladores son para el verano. Y ahora esos ventiladores, enchufados desde los juzgados, están levantando las alfombras de Génova, provocando vergüenza ajena y un ambiente irrespirable, fétido, tóxico… No me extraña que la gente empiece a organizarse para mostrar su ira contra esta mafia de tres al cuarto. ¡Si hasta Bárcenas se parece a uno de los Soprano! ¡Vaya veranito nos espera!

El otro día hablamos del tema en nuestra función de teatro con Berto. ¿Saben una cosa? La gente, la buena gente, está cansada de todo esto. La gente buena no se merece este desfile choricero. Me pareció notar que el público no reaccionaba especialmente ante los despropósitos de última hora que íbamos recitando. Me dio que pensar. La gente había venido a reír y, de repente, les pusimos ante el espejo deformado y podrido de la situación política. Así que no se reconocieron, preferían reír, evadirse, que volver a encenderse por enésima vez. Era una mezcla de impotencia y hartazgo que (ojalá) tendrá su reflejo en las próximas elecciones. Sí, ya sé que tampoco hay una alternativa sólida, una salida%u2026 de momento. Todavía hay gente (¿especialistas?) que no está de acuerdo en la evidencia de que se está descomponiendo el actual sistema de partidos. Son los que sostienen que esa descomposición hará ingobernable el país. ¿Pero es que acaso lo es en estos momentos?

«El Berenjenal» en Interviú.

Lapsus

Domingo, 19 de mayo de 2013

8 de Mayo de 2013. El presidente del Gobierno sube al estrado en el Congreso de los Diputados. Coloca sus papeles, retoca los micrófonos (en realidad los vuelve a dejar como estaban), se mira la hora (ignoro si la ve, a tenor de la mirada) y empieza su intervención: «Señor presidente del Gobierno, señoras y señores diputados…». Risas en el hemiciclo y esa mirada de Mariano. La Mirada. La cara de «ha pasado algo y no me he enterado, ¿qué será?». Son dos o tres segundos de inopia que bien podrían definir el estilo de gestión del Gobierno. Luego brotan las risas, alguna voz destacada que le hace saber el error y, finalmente, la famosa retranca de Rajoy: «No me he referido a ninguno de ustedes, no sé por qué aplauden». Los de su partido ovacionan la ocurrencia; en los socialistas, silencio.

Todo queda como un chascarrillo, pero hay más, mucho más. Me tiene fascinado la anécdota. Estamos ante un lapsus en toda regla. Si hacemos caso a los psicoanalistas (ahí, cada uno que haga lo que vea), el lapsus es la manifestación del inconsciente y tiene mucho más significado del que creemos. El lapsus es un atajo, una erupción incontrolable del inconsciente. Si así fuera, Mariano Rajoy viviría (y gobernaría) convencido de que otro toma las decisiones en su cabeza. Quizás un pariente de la famosa niña, vete tú a saber cuánta gente imaginaria vive en su cabeza. Según el lapsus y su significado, no podemos reprocharle nada de su gestión, ya que cuando habla de brotes verdes o se escaquea de los periodistas o no escucha los clamores sociales, en realidad no es él, es el otro presidente, al que, por cierto, no hemos votado. Así las cosas, Mariano habría vuelto a la casilla de salida de su biografía y volvería a ser un funcionario, un registrador de la propiedad, un escribiente, un pasante de los designios de esa inteligencia superior que está por encima de él y de todos nosotros. ¿A que se quedan mucho más tranquilos?

«El Berenjenal» en Interviú.

Me faltan horas

Miércoles, 20 de febrero de 2013

Intercambio de e-mails con Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Laborales:

«Benvolgut Andreu: Te adjunto dossier informativo de la Comisión Nacional para la Racionalización de los horarios Españoles. Te invito a visitar nuestra página web, www.horariosenespana.es. Celebraría pudieras ser un excelente referente para promover una mejor utilización del tiempo. Te adjunto el Manifiesto por unos Horarios Racionales, con relación de firmantes referentes. ¡Ojalá fueras uno de ellos! Me complace felicitarte por tu reciente aniversario. Espero y deseo pasaras una muy grata jornada con un mejor aprovechamiento del tiempo. Me permito recordarte que estoy en la batalla de un mejor uso del tiempo, y la necesidad de unos horarios racionales normalizados con los de los demás países de la Unión Europea».

«Señor Buqueras: Le agradezco la felicitación y siento darle a usted dos malas noticias. La primera es que no lo celebré porque no tuve tiempo y la segunda, no cuente conmigo para la promoción de los horarios racionales. No puedo acompañarle en la batalla porque ya la he perdido. Un muerto no puede ir a una guerra. Considero su objetivo más que loable: titánico, justo, necesario. Le admiro. Lo que sucede es que desde hace unos años trabajo más que nunca y tengo la impresión de que los días son cortos, los objetivos inmensos y los horizontes ya ni le cuento. O sea, que hay que trabajar y trabajar y trabajar. Trabajar para poder trabajar. Me temo que nos pasa a todos. Es de locos. Multiplique usted por diez las reuniones de hace unos años y divida por diez también los réditos del trabajo. Ahí me encontrará. Optimista siempre, a la par que estresado. Así las cosas, ¿cómo voy a racionalizar mi tiempo, en un país que se bebió su razón hace más de un lustro?
P.D.: Le deseo toda la suerte en su cruzada y me pregunto: ¿me ha escrito usted durante su horario laboral o bien en su tiempo de ocio? Y otra más: ¿qué es el ocio?
Suyo (solo un rato, que ya voy tarde)»

«El Berenjenal» en Interviú.

Esto no es (B)ida

Domingo, 17 de febrero de 2013

No sé cómo funcionan de verdad los países. No sabría decir qué los cohesiona, cuál es la materia común que crea un vínculo entre los ciudadanos que viven dentro de esos países, pagando sus impuestos, alegrándose, sufriendo, soñando… En realidad, el concepto de país está ahora más en entredicho que nunca. Muchos lo explican como un sentimiento, y ahí es donde empiezan (y nunca acaban) algunos de los debates que marcan los tiempos actuales.

Lo que no podemos negar es que, en estos momentos, pertenecemos administrativamente a un Estado llamado España, «un lugar de desencuentro», como escribe Albert Sánchez Piñol en su reciente y brillante novela «Victus». Y España, ahora, solo tiene algo común entre todos sus habitantes: el cabreo. España está herida de gravedad con el escándalo de los famosos papeles de Bárcenas que salpican al partido en el Gobierno, empezando por su presidente.
Así no se puede (B)ivir.

Me sorprende la vehemencia, la contundencia con la que los afectados lo niegan todo. Si esto fuera una partida de póquer, puede decirse que los del PP van con todo, a muerte. Así que si se demuestra que van de farol, no les quedará otro remedio que irse en bloque. Cuando juegas tan fuerte, debes ser consciente de las consecuencias. La primera ya la estamos viendo: hartazgo y cabreo máximo de la población.

Yo creo que se prepara una primavera caliente como no hemos visto todavía. Aquellas pancartas donde se leía «No es una crisis, es una estafa» eran desgraciadamente proféticas. Mientras se pregonan y se aplican los recortes y la austeridad, unos señores, ¡en el Gobierno!, se lo llevaban crudo. ¡Esto no es vida! Con v y con b de bochorno. Mariano podría haber reconocido mamoneo en su partido (como en todos) y comprometerse a depurar inmediatamente. Podría haber pedido perdón y ponerse a trabajar desde ya, para recuperar lo que queda de confianza en la clase política. En lugar de eso, no dio la cara, salió dentro de una televisión y lo negó todo mientras le temblaba la voz. No es un hombre de Estado, y ahora los frágiles y cuestionados Estados necesitan hombres de verdad.

«El Berenjenal» en Interviú.

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