Hicimos otro homenaje a los Payasos de la Tele. No sé cuántos llevaré. Aquellos payasos eran los Beatles de los niños y yo estaba allí, al otro lado de la pantalla como un mini fan más. Usamos la memoria colectiva para cantar «Susanita tiene un marrón». Y todo el mundo lo entendió y celebró. Muchos años después siguen siendo necesarios y efectivos. Son legendarios.
Los payasos
Señor payaso Miliki
Siempre pensé que me hubiera gustado que Miliki fuera mi abuelo. Hubiera sido perfecto, el abuelo ideal. Un hombre de mi gremio, sabio, con cara de buena persona, luchador, divertido, generoso… Mis abuelos de verdad murieron en la Guerra y Miliki (un niño por aquel entonces), supo huir de aquella tristeza, aquella ruina emocional, para construir junto a sus hermanos una carrera dedicada a la risa, al circo, al noble arte de entretener. Una lección de humanidad.
Todos los que consiguieron zafarse de aquella época merecen nuestro respeto. Miliki vio mucho mundo, pasó necesidades, pero nunca perdió el humor. Volvió a casa para triunfar definitivamente, algo no muy habitual por cierto y mucho menos en aquella época de blanco y negro. Los payasos de la tele eran auténticos ídolos. Recuerdo como un acontecimiento sus programas y, sobretodo, lo que ellos llamaban «la aventura». Una suerte de sketch caótico, un poco hermanos Marx, loco, gamberro y que siempre acababa igual: todos corriendo delante del señor Chinarro. ¡Me chiflaba la aventura! Quizás me enamoré de este oficio en ese momento.
Años más tarde tuve el honor de conocerle, de entrevistarle y sus cariñosas palabras, pueden creerme, son el mejor premio que jamás he recibido. Cuando un maestro te dice que vas bien, tu trabajo empieza a cobrar sentido y te pone las pilas. Recuerdo cuando le entrevistamos en TV3 hace trece años. El cumplía setenta y yo quería sorprenderle como fuera. Entró en el plató y mientras andaba estornudó y uno de sus zapatos salió disparado al mismo tiempo. ¡Fantástico! Como dejó dicho Chaplin: «los mejores chistes son los más fáciles». También recuerdo que le gustó nuestro sofá de vaca, así que se lo regalé en directo para desesperación de mi equipo (solo teníamos cuatro) y gran regocijo general. Me salió de dentro, del corazón. Era mi manera de agradecerle tantas cosas, tantas tardes delante de la televisión. La última vez que le vi me dijo: «todavía tengo el sofá de cabra». «¡De vaca! Miliki». «Eso, eso, de vaca». Genio, figura, señor y payaso.
Gracias por todo abuelo.
Los ojos de Miliki
Son los ojos que nos han visto crecer. Los ojos de la vida y la felicidad y los que no engañan. Miliki estaba emocionado el pasado sábado en Sevilla, cuando el teatro Lope de Vega se puso en pie para brindarle un merecidísimo homenaje. Era la décima gala de la Academia de televisión y pensé que Miliki debe ser el hombre más querido de España sin ningún lugar a dudas. El consenso es absoluto. Allí estaba. Con su família , sus niños «creciditos» que le cantamos «Susanita tiene un ratón» y su hijo al piano sin poder contener la emoción. Una noche bonita.
Me da la impresión que la Academia ha iniciado un proceso de refundación, de la mano del nuevo presidente Manuel Campo Vidal. Un hombre que transmite credibilidad y que pidió respeto para nuestro oficio. Faltaban directivos de televisión, pero no los echamos de menos. Estábamos los que «fabricamos» la televisión en los platós. Los técnicos y los que damos la cara. Los que la amamos, a pesar de todo. Los que tenemos la responsabilidad de recuperar su dignidad y su orgullo. Efectivamente, tenemos mucho trabajo.
Nostalgia de los payasos
La nostalgia es el recuerdo benevolente de lo que nos gustó. Es nuestra propia biografía. Juan Guilarte (que es de mi quinta y de mi onda, ahora el frente de la música espléndida de RAC 105), me manda «El auto de Papá», de los Payasos de la tele.
Sí, sí ¡Los míticos payasos! Nuestros «beatles» de pequeños. He tenido el honor de conocer a Miliki y, como ya le dije, me hubiera encantado que fuera mi abuelo. Una noche le regalé el sofá de vaca de «La Cosa Nostra», con motivo de su aniversario. Los de producción de Tv3, me querían matar. Me ha dicho que lo tiene en casa. Su hijo Emilio Aragón, me dio una alegría cuando reconoció que su padre «te considera un artista». Más allá del ego, me tomo como un gran elogio sus palabras, viniendo de un hombre que ha pasado su vida en las pistas de los circos y en los platós de televisión. El sí que sabe. A lo mejor es que la edad no perdona y esas cosas, pero siento nostalgia de aquellos años en los que no tenía preocupaciones y unos locos entrañables vestidos de rojo nos hacían cantar y reír sin más pretensión que el puro divertimento.
Ahora, en plena era digital, de telefonía salvaje y de videoconsolas, se echa de menos aquel saludo que era un himno: «¿Cómo están ustedes?».