Señor payaso Miliki

Lunes, 19 de noviembre de 2012

Siempre pensé que me hubiera gustado que Miliki fuera mi abuelo. Hubiera sido perfecto, el abuelo ideal. Un hombre de mi gremio, sabio, con cara de buena persona, luchador, divertido, generoso… Mis abuelos de verdad murieron en la Guerra y Miliki (un niño por aquel entonces), supo huir de aquella tristeza, aquella ruina emocional, para construir junto a sus hermanos una carrera dedicada a la risa, al circo, al noble arte de entretener. Una lección de humanidad.

Todos los que consiguieron zafarse de aquella época merecen nuestro respeto. Miliki vio mucho mundo, pasó necesidades, pero nunca perdió el humor. Volvió a casa para triunfar definitivamente, algo no muy habitual por cierto y mucho menos en aquella época de blanco y negro. Los payasos de la tele eran auténticos ídolos. Recuerdo como un acontecimiento sus programas y, sobretodo, lo que ellos llamaban «la aventura». Una suerte de sketch caótico, un poco hermanos Marx, loco, gamberro y que siempre acababa igual: todos corriendo delante del señor Chinarro. ¡Me chiflaba la aventura! Quizás me enamoré de este oficio en ese momento.

Años más tarde tuve el honor de conocerle, de entrevistarle y sus cariñosas palabras, pueden creerme, son el mejor premio que jamás he recibido. Cuando un maestro te dice que vas bien, tu trabajo empieza a cobrar sentido y te pone las pilas. Recuerdo cuando le entrevistamos en TV3 hace trece años. El cumplía setenta y yo quería sorprenderle como fuera. Entró en el plató y mientras andaba estornudó y uno de sus zapatos salió disparado al mismo tiempo. ¡Fantástico! Como dejó dicho Chaplin: «los mejores chistes son los más fáciles». También recuerdo que le gustó nuestro sofá de vaca, así que se lo regalé en directo para desesperación de mi equipo (solo teníamos cuatro) y gran regocijo general. Me salió de dentro, del corazón. Era mi manera de agradecerle tantas cosas, tantas tardes delante de la televisión. La última vez que le vi me dijo: «todavía tengo el sofá de cabra». «¡De vaca! Miliki». «Eso, eso, de vaca». Genio, figura, señor y payaso.

Gracias por todo abuelo.

Buscar explicaciones en Argentina

Lunes, 5 de noviembre de 2012

Hemos pasado la última semana en Argentina buscando explicaciones, buscando pistas de mi pasado profesional pero también de mi presente.

Se trata de una modesta producción (que nadie me ha encargado y eso lo hace interesante) sobre mis treinta años en la profesión. Sí, sí… treinta años. Empecé con diecisiete en Reus y aquí estoy: con cuarenta y siete, sin programa y dos millones de ideas. Por eso, porque tengo más tiempo, decidí que era una buen momento para rebobinar, para pensar un poco, para ordenar cuatro ideas. Aquí en Argentina, hay algunas pistas aunque si las buscas puedes encontrarlas por todas partes. Porque esta es la magia de la comunicación: tú emites, sales al aire y luego ese aire lleva tu trabajo a todas partes, a todas las personas que quieran atender. Después de treinta años, me parece algo increíble que, mezclado y agitado con la risa, lo hace irresistible. Vuelvo a casa.

Argentina

Nada de nada

Jueves, 25 de octubre de 2012

Tres de la madrugada: «¿Se ha hablado del rescate de España durante la cumbre, señor Rajoy?». «No se ha hablado. No hay nada de nada». Nada de nada. La negación al cuadrado. Nada de nada es el eco sordo de la inoperancia y de la impotencia. Un buen eslogan para la corriente filosófica del nihilismo, que siempre me ha resultado inquietante. (Nihilismo, del latín nihil, nada). Los del nihilismo dicen que toman como base la negación de uno o más de los supuestos de la vida. Unos pasotas ilustrados y con argumentos, vamos. O sea, que la vida carece de significado, propósito o valor intrínseco. ¡Glups! La nada me persigue. Llego al despacho. «¿Qué tal, chicos, alguna televisión interesada en algo?». «No. Nada. No hay dinero». (Cara oculta del capitalismo: si no hay dinero, no hay nada. Si hay dinero, lo hay todo. Para los de siempre, claro). Nada. ¿Qué te da un banco ahora si vas a contarles que las estás pasando putas? ¿Qué le queda a Lance Armstrong después de destaparse su fraudulenta carrera de campeón? ¡Exacto! Nada. En blanco. Armstrong se quedará con el maillot blanco de rey de la nada. Hombre o mujer que viene de la oficina del paro: «¿Has encontrado algo?». Ya imaginan la respuesta.

Recuerdo que cuando preparaba el programa «Conversaciones secretas», del Plus, al que me invitó el genial Millás, hablamos y hablamos. Le conté mi vida, mis angustias, algunos secretos y muchas perplejidades. Millás escuchó y zanjó el final de la comida con un «Andreu, nadie sabe nada». Me he apropiado del concepto y voy a usarlo pronto. Creo que resume un momento de aparente inopia social. Solo aparente. Debajo del manto de la nada está pasando todo.

«El Berenjenal» en Interviú.

Animar en tiempos de crisis

Jueves, 11 de octubre de 2012

Lo mejor que me ha pasado en los últimos días ha sido comprobar, una vez más, la generosidad y la amistad desinteresada de uno de los hombres que más admiro: Karlos Arguiñano. El cocinero, con el que me une una bonita amistad, dijo en su programa que me echaba de menos, que volviera, que en estos tiempos jodidos hacía falta nuestro humor en televisión. Y, como siempre, lo dijo como si tal cosa, sin esperar nada a cambio, mientras iba tirando patatas cortadas a una sartén con aceite caliente. Me emocioné. Admiro mucho a Karlos, y todavía más desde que le conozco personalmente.

Todos buscamos que nos quieran. Todos necesitamos cariño, y ahora mucho más. Todos necesitamos que nos animen, que alguien abra una puerta de esperanza, que alguien detenga el rodillo diario de malos augurios repetitivos. Karlos (un elegido, sin duda) lo consigue, y el valor de sus ánimos, de su sabiduría de hombre común es incalculable. Más allá del rescate (que caerá sí o sí), necesitaríamos un ejército pacífico de Arguiñanos. Un escuadrón de hombres con gorro blanco, sonrisa, ese descreimiento gracioso, esas ganas de currar, de vivir y de que no le compliquen la vida los políticos, los banqueros y otras aves. Nos iría mucho mejor. Viviríamos más felices y mejor alimentados. Gracias, maestro.

«El Berenjenal» en Interviú.

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