A pesar de todo
(Foto: Barcelona, 2024)
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Nueva etapa, más color, más ganas, más abstracción, más luz…
De repente te cogen muchas ganas de pintar, seguir una idea, un camino y probar. Disfrutas haciéndolo y pasan las horas volando.
Diga treinta y tres
Las canciones del verano han muerto
Le ponen algo a los helados. Si no es así, no se entiende
Le ponen algo adictivo a los helados, especialmente en verano. Y no les culpo. Es más, les felicito siempre que esa sustancia no sea tóxica. Me siento irremediablemente atraído por las heladerías. Oigo sus cantos de sirena a cientos de metros de distancia y ando como un zombi hacia ellas siempre que puedo. ¿Ustedes también? Vale, me quedo más tranquilo. Las heladerías son esos sitios donde tienes la sensación de que nada malo puede suceder. Están protegidos, reparten felicidad. Solo comes un helado si estás de buen humor y, durante el tiempo que dura, no piensas en nada más. No sé quién se lo inventó, pero le felicito. Mezcló el frío con el azúcar y llegó directo a nuestros corazones, pasando por la lengua. Solo una cosa: no haría falta seguir innovando con los sabores. Quizás yo sea muy clásico, pero ya lo tenemos. Y de sobra. Hace tiempo que han prosperado los heladeros creativos, esos que han saltado la barrera de lo previsible y hasta la recomendable. He visto helados de paella. Bueno, no hace falta de verdad. Dame avellana, dame chocolate, dame vainilla, dame nata… ¡Será por sabores! Cuando aprieta el calor, se produce una lucha contra el reloj. Se trata de lamer antes de que se derrita y siempre, siempre, ganamos nosotros. (Ya me han entrado ganas de comerme uno. Ahora vengo…).
Las canciones del verano han muerto
Y es un pena. ¡Anda que no daban juego! Tengo una añoranza enfermiza por aquellos tiempos en los que el verano venía de la mano de una canción pegadiza, ridícula y repetitiva. Empezaban a machacarnos sobre el mes de mayo, y hacia julio y agosto caímos rendidos. No fallaba. ¿Cómo puedo echar de menos algo técnicamente malo? Es un misterio. A veces, echo de menos la mili, y eso tampoco tiene explicación. Es como si, en nuestra cabeza, nuestro pensamiento estuviera todo el año dándoselas de listo, muy concentrado y sesudo. De alguna manera, también se tomaba unas vacaciones. El cuerpo, nuestro cuerpo, hacía el resto. El alcohol, quieras que no, también ayudaba un poquito. Por lo de desinhibirse y esas cosas. Las canciones estivales eran la banda sonora de la horterada más popular y ayudaban a democratizar la estupidez. Georgie Dann era (y sigue siendo) el gran monarca del genero. Un señor francés con pelazo, adosado a unas mujeres estupendas y unos bailes bastante asequibles. ¿La temática?: chiringuitos y alrededores. Un tiro. Todavía ahora, cuando suenan, perdemos el mundo de vista y empezamos a tararear como unos posesos y hacemos el tonto sin vergüenza ninguna. Puede que hayan muerto porque ya no se componen, pero siguen martilleando desde nuestra memoria.
Los turistas ya no van con sandalias y calcetines
Van peor, según el caso, pero ya no responden a aquel patrón de los sesenta y de los setenta. Esos señores y señoras de piel blanca enrojecida, gorros como de tenis y las míticas sandalias con calcetín blanco. Ahora, los turistas van como quieren, vienen desde todos lados y cada uno es de su padre y de su madre. Por supuesto que quedan los que se visten a oscuras, pero han ganado algo de estilo. (Seguro que algún lector dirá: vente a Mallorca o a Benidorm, y vas a flipar, Andreu…). En Barcelona, desde donde les escribo, convivimos todo el año con los turistas. TODO EL AÑO. Yo diría que hay más visitantes que habitantes empadronados. Por supuesto que ya han surgido los que están hartos y se quejan de que vivimos en un parque temático de Gaudí. Hay que respetar todas las opiniones, pero, amigos, no sé si estamos como para quejarnos mucho. Necesitamos sus divisas más que nunca, así que lo mejor será poner buena cara, armarse de paciencia y aprender idiomas. No vale hablar chillando y despacio. Aunque se ha intentado muchas veces, el extranjero no entiende nada. A lo sumo cree que estamos sordos.
(¡Maldición! Yo aquí escribiendo para ustedes y el helado derritiéndose. Voy a por otro).
«El Berenjenal» en Interviú.
El agua del mar siempre está fría
Desconfíe de aquellos que le responden «está buenísima» a la pregunta «¿cómo está el agua?». Quizás habían entendido otra cosa, y no importa que sean parientes cercanos, gente que presuntamente no está dispuesta a mentir. Lo hacen y nadie sabe por qué. El agua siempre está fría, y está helada si eres friolero. Para mí, que lo soy, una temperatura aceptable sería la de mi propio cuerpo, a poder ser con fiebre. Lo suyo sería que no notara nada, ningún contraste, solo un líquido rodeándome. El agua del mar tendría que estar a treinta y nueve grados, pero solo en la zona en que me encontrara. Que no quisiera ser yo el causante de un cambio climático. ¿Cómo se consigue eso? No lo sé, pero si hemos llegado a la Luna, deberíamos poder calentar una playa. Otra mentira muy típica en esta situación es «la encontrarás fresquita al entrar, pero luego ya te acostumbras y bien». No me vale. Nunca te acostumbras a lo malo. Parece que estén definiendo la crisis en España.
Los best sellers son para el verano
Hay que proclamarlo sin ningún tipo de rubor. Durante el verano, los niveles de auto exigencia literaria se relajan también (en el caso de que uno los tenga muy elevados, claro). No hay nada mejor que sumergirse en esos libros inmensos, pensados para que luego pueda hacerse la película. Esos folletines épicos, con héroes insobornables y atormentados que superan todos los obstáculos de la vida. Con sus pinceladas de amor, de sexo y ambientados en lugares que algún día tú crees que visitarás. ¡Esos son los libros del verano! Te emocionas con ellos, te identificas y, luego, levantas la vista de las páginas y ves a tu cuñado con su tripa de embarazado y enarbolando una cerveza: «¡Qué pasa, hombre! Vaya coñazo el Mundial de este año, ¿no?». Y piensas: «Menos mal que soy un intelectual y estoy leyendo 'Leyendas de pasión' (título imaginario), porque, si no, ¿qué iba a ser de mí?».
No hagas más fotos. Ya las tienes todas
¿Han pensado alguna vez que las fotos que van a hacer este verano son las mismas que las del año pasado? Lo digo por experiencia. Soy un fotógrafo compulsivo aficionado, pero me estoy quitando. Durante las vacaciones me da por ser creativo y me siento transportado por las horas de luz, la gente en manga corta, los niños comiendo helado o los paisajes. ¡Todo son fotos! ¡Y no hay que revelarlas porque son digitales! Me emborracho de píxeles y disparo y disparo. Luego lo vuelco en el ordenador. Como siempre voy con la misma gente y a los mismos sitios (al menos últimamente) el resultado es un poco inquietante ya que uno puede ver cómo envejecemos lentamente. En manga corta, eso sí. Tengo la misma roca de un acantilado desde trescientos ángulos diferentes. Si la roca pudiera hablar, me diría: «Ya está, ¿no? No busques más, hombre, es lo que ves». Pero la roca no habla y yo sigo disparando. Quién sabe, quizás un día en segundo o tercer plano aparezca un fantasma y la puedo mandar a Cuarto milenio.
Los consejos repetitivos
Todos somos un poco tontos, y por eso todos los años se repiten esos consejos que de tan obvios parecen bromas. Pero los dicen en serio. Nos suelen recordar a través de los medios que intentemos pasar por la sombra, beber líquidos, no practicar deporte en las horas de mucho sol y cosas así. Cada vez que los escucho me pregunto si hay alguien dispuesto a no beber nada durante un día de fuerte calor y correr todo el rato bajo el sol por el mero hecho de probar a ver qué pasa. Pero, bueno, no quiero generalizar, que hay gente para todo.
«El Berenjenal» en Interviú.