Renée Zellweger ya no es Renée Zellweger

Miércoles, 29 de octubre de 2014

Algo ha salido mal en tu operación de cirugía estética cuando ya no te pareces a la persona que eras antes. Una cosa es que quieras pulir esos defectillos, esa arruga maldita, las patas de gallo, un poquito la papada; pero si cuando te quitan la venda de la cara, te preguntas: «¿Quién demonios es esa?» deberían devolverte el dinero y tu cara de antes. Algo así debe estar pensando Renée, que tiene a Hollywood sorprendido, según la prensa elegante, descojonado, según la cruda realidad. Aquella simpática rubia de ojos rasgados se parece ahora a Antonia Sanjuán, como alguien muy acertadamente publicó en Twitter. ¡Le han abierto los ojos!, como en la peli de Amenábar. Ahora tendrá que hacerse fotos nuevas para toda su documentación porque la van a retener en todas las aduanas. Tendrá que cambiar todos los retratos de casa de sus padres. ¡Que disgusto! Tendrá que volver a presentarse a todos su amigos y muchas cosas más. A la mayoría de nosotros nos gustaría vivir varias vidas en el transcurso de una sola. Esto no era posible hasta que Renée y su equipo de cirujanos lo han conseguido. Ya suenan para el próximo Nobel. El premio, no el tabaco.

Whoopi Goldberg es Whoopi Goldberg
En cambio, Whoopi es Whoopi. Es lo que esperas. Mejora lo que esperas porque, cuando la conoces, descubres esa normalidad, esa sensibilidad de artista que lo ha vivido todo pero a la que le sigue interesando todo. Una sabiduría cotidiana que te permite controlar y domar ese caballo desbocado que debe ser la fama a nivel global. Parece que ella lo sabe y administra su impacto. Lo aprovecha para cosas buenas, sin tonterías. Charlamos un rato, me vestí de cura. «¿Cree en los milagros?», le pregunté. «Pues claro. ¡Estoy aquí!». También quise saber si, después de tantos años, ella es capaz de oler el éxito. Si puede saber que algo será un éxito. «Pues no. Lo que puedo notar es si la gente va a ser feliz, si lo va a pasar bien. Creo que con el musical 'Sister Act' la gente va a ser feliz». «Porque, en realidad, el éxito es eso, ¿no? Ser feliz». «Pues sí». Fue un día inolvidable para mí. Le regalé una pequeña reproducción de la Virgen de Montserrat y se emocionó. Por la tarde se compró un colgante con esa imagen en el Paseo de Gracia y me la enseñó. «La llevaré siempre». Después de la función se dirigió uno a uno a todos los componentes de la compañía. Fue cálida y sincera, y les animó sin dorarles la píldora. Ya la echo de menos.

Pequeño paso para Nicolás, un gran paso para la estupidez humana
Estoy fascinado con el caso del chaval que se coló en el PP, que se hizo pasar por representante de la Casa Real y, en general, se la coló a todos. Nicolás, con su pelazo y su cara presuntamente de empanado, es un error del sistema que ya de por sí es un error. ¿En serio que nadie vio nada raro? ¿Han visto a su abogado? Todo, todo, en el caso Nicolás es un prodigio de estulticia, de ambición mal entendida, de protocolos que fallan, de caricatura del poder, de enfermiza vocación por ser quien no se puede ser. Ya sabemos que este nunca fue un país serio, pero, ¡hombre!, que el chaval parece que venga de una boda y no se haya quitado el traje. Seguiré apasionadamente todos los acontecimientos y novedades sobre el tema. Un compañero de instituto dice en un vídeo que «no puede ser que Nicolás actúe solo. No puede hacer todo eso solo, alguien le ayuda». «Tiene alguien dentro», añadía un amigo mío periodista. «¿Dentro de dónde?», digo yo. Inquietante, apasionante, espeluznante, bochornoso. Espera, que me ha salido un Piqueras. Bueno, ansío que ya hayan comprado los derechos para hacer un telefilme. ¿Se pueden comprar los derechos de la vida de una persona? ¡Vaya pregunta! Uno tiene la sensación de que nuestros derechos los hipotecamos hace tiempo. Y el resultado, si no cambian las cosas, va a ser una peli de terror de serie B. De esas en las que se ven los hilos que mueven a los monstruos.

«Memorias en diferido» en Interviú

Marc Márquez sonríe al éxito

Miércoles, 22 de octubre de 2014

Normalmente se formularía al revés: «el éxito sonríe a Marc Márquez». Pero el de Cervera le ha dado la vuelta al tópico. Le ha dado la vuelta a todo. Ha girado como un calcetín la lista de favoritos y estrellas en el mundo acelerado de las motos y ahora él es el jefe. También ha cambiado la cara del triunfo, la actitud. Cuando estábamos cansados de campeones con cara de «misteriosos», haciendo el papel de héroes, un poco oscuros y con poca empatía, llega un chaval de Cervera de veintiún años y se descojona literalmente de todo eso. Ahí está una de sus grandes armas: la alegría, el placer de correr, un gamberrismo sano. Y , claro, se ha puesto a todo el mundo en el bolsillo de su mono de trabajo. Creo que hay Márquez para rato, algunos ya lo llaman el Messi de las motos. Espero que solo se refieran al aspecto deportivo. Seguro que sí. Lo de Marc es otro triunfo de la gente normal, bien rodeada y con los pies en el suelo. Unos pies que solo despega un rato cuando se sube en la moto para delirio de sus fans. ¡Enhorabuena!

Soñar sigue siendo gratis y alucinógeno
Al menos hasta el momento, pero todo se andará. Soñar es ese momento en el que estamos más locos de lo normal y además, no podemos controlarlo. Unas veces lo recordamos al despertarnos, otras no. Otra locura errática y aleatoria. Soñar es la venganza de la razón. El caso es que hace unos días pedimos en el programa a nuestros espectadores que nos contaran alguno de sus sueños. Nos quedamos impresionados. Podría transcribirlos todos, pero me decanto por uno: «soñé que era Murcia», nos dijo alguien. Mira que he escuchado sueños raros, curiosos, oscuros, surrealistas, lúbricos, presuntamente premonitorios y demás, pero JAMÁS, nunca nadie, me contó que soñara ser una ciudad. O una comunidad entera, que me he quedado con la duda. Acabó el programa y seguimos comentando el tema. «¿No os habéis quedado muy rotos, con lo del que soñó que era Murcia?». Efectivamente. Que alguien quiera ser una ciudad, es tan mágico y sorprendente como inquietante. Espero que no tenga ninguna lectura política. Mira Fabra: quería ser Castellón entero y ya ves como ha acabado. Hasta se construyó un aeropuerto por si le apetecía ser otro territorio. Podría salir volando. El plan parecía perfecto.

Menos mal que tenemos a Leo Bassi
Estaba un servidor bajando al plató y pasé por el camerino de invitados. Allí estaba Leo Bassi vistiéndose en silencio y en penumbra antes de su aparición en el show. Solo fue un segundo pero aquella imagen me sugirió lo siguiente: Leo Bassi es «el ofício de cómico, de bufón. Es la encarnación, todo nuestro gremio se resume en él». Luego, por supuesto, lo confirmó una noche más. Le recordé que, en 2004, cuando empezó a airear y a mofarse de las miserias de la política, muchos le llamaban incendiario, provocador y antisistema. (Eso era exactamente lo que buscaba). Ahora, diez años después, el guión de la realidad le ha adelantado por la derecha, le ha desbordado. A él y a todos nosotros que seguimos atónitos ante el desfile de choriceo y tarjetas black. Con el gorro de su bisabuelo payaso en la cabeza, Leo sabe poner el dedo en la llaga, pero siempre desde su oficio de bufón. Su nariz de payaso es el punto que señala exactamente el sitio donde debe estar, en mitad de esta vida desordenada, caótica y sin mapas. Es su geolocalizador. Hay algo terapéutico, poético y liberador en su trabajo. Cuando derrama dos jarras de miel sobre su cuerpo, nos emocionamos. «¡Quiero ser dulce!» gritaba. Y el público se puso en pie. Bassi es inimitable, es un desagüe, un incendio controlado, una patada en los huevos que no hace daño, una colleja sorda, un pato de goma gigante, un Papa que baila… Menos mal que existe.

«Memorias en diferido» en Interviú

A veces, las palabras se gastan

Viernes, 17 de octubre de 2014

Tengo la sensación de que, a veces, la palabras se gastan con el uso. Con el mal uso, quizá sería más exacto. Hace poco estuve como invitado en un evento de jóvenes emprendedores. Buena gente. Personas con toda la vida y toda las ganas del mundo por delante. Se organizan, usan las redes para trazar la alianzas y sacar adelante sus proyectos. Me llamaron para hablar de mi experiencia personal en el mundo de las empresas. Entonces pensé que lo mejor sería ser muy sincero, nada convencional y lo menos épico posible. Una actitud que no cotiza demasiado en este mundillo, donde se prodigan los iluminados, los hombres y mujeres hechos a sí mismos (otro concepto gastado) y los powerpoints motivacionales y muy edulcorados. Les dije, solo para empezar, que la palabra emprendedor me parece gastada, que habría que inventar otra o quizá no inventar nada y volver al clásico «buscarse la vida», como ha sido siempre. El lenguaje se gasta cuando se cierne sobre él la sombra de la manipulación interesada. Nuestro sistema actual es muy hábil para esas cosas. Cuando los políticos se llenan la boca con lo de los jóvenes emprendedores, algo huele mal. «Lo primero que tendrían que hacer es no penalizar y coser a impuestos lo de crear una empresa en este país. Este es uno de los sitios más caros para hacerlo». (Aquí hubo aplausos, la espina está clavada y duele). Les seguí hablando de mi realidad, de los miles de jóvenes como ellos que han tenido que irse del país porque esto es un páramo, de lo farragoso y desagradecido que supone, la mayoría de veces, seguir en pie, buscar oportunidades e intentar ganar algo digno. Y más ahora. Puestos hablar de la maldita crisis actual, les pregunté qué habían aprendido y cómo iban a aplicarlo. «El mundo que conocíamos y sufríamos se está desmoronando. Vosotros vais a construir el nuevo y sería bueno que nos pudiéramos sentir más orgullosos. Que las empresas tuvieran una conciencia ética digna, compatible con su ambición. Que la codicia no lo justificara todo y que la justicia social no fuera una rareza en vuestros idearios». No me tiraron el cubata a la cabeza, por lo que deduzco que no sentó mal.

Esteso se emociona cuando habla de teatro
Fernando Esteso ha sido uno de los mejores invitados que nos ha visitado últimamente. Venía para hablar de «Torrente 5», la película que no necesita promoción. El actor estuvo cariñoso, simpático, lúcido y se puso al público en el bolsillo. Al acabar, lo felicité sinceramente y puedo decirles que eso no es algo que haga habitualmente. El cómico, que lo fue todo en su momento, habla del pasado y se le ilumina la cara. En un momento dado, se refirió a una obra de teatro, «La extraña pareja», que hizo con Pajares en 1985. «Mira, se me pone la piel de gallina». Miré su brazo y era verdad, se le erizaba la piel. Reparé sobre eso con el público. Sobre cómo un hombre de 69 años se emociona recordando el teatro, la experiencia escénica de darlo todo ante los espectadores. Un arte, el teatro, que tenemos frito a IVA, siempre bajo la sospecha, el menosprecio y la interesada devaluación de los gobiernos. Mira, me salió así.

El virus de la desinformación
Está costando encontrar una información centrada y veraz sobre el ébola y su repercusión en España. Lo de la «pandemia» está sacando lo peor de la prensa, con portadas vergonzosas, especiales alarmistas o versiones culpabilizadoras que dan un poco de asco. Los responsables políticos tampoco se quedan atrás. Ni las medidas de precaución, ni las comparecencias oficiales o algunos debates ciudadanos. Hablábamos con los compañeros de cómo incorporar todo eso a la comedia y decidimos que, de momento, no había manera. «Hacemos un programa de humor», nos repetimos como un mantra. «Bendito humor», añado yo. Y muy necesario.

«Memorias en diferido» en Interviú

Que dice Hawking que Dios no existe

Viernes, 10 de octubre de 2014

Te quedas más tranquilo o menos (eso depende de cada uno), cuando te enteras de que el eminente Stephen Hawking dice que «no hay ningún Dios». Luego aclara: «soy ateo». Silencio. Reflexión. Más silencio. Estamos hablando de uno de los hombres más listos de la historia. Podría ser que el científico, harto de buscar explicaciones y luego darlas, cansado de tanta expectativa, haya decidido ser más directo y tajante. Como diciendo: «No me lo volváis a preguntar más, que sois muy pesados con el tema. Si queréis creer porque os relaja u os justifica o sencillamente os da un sentido a toda esta locura de la vida, allá vosotros. Pero existir, lo que se dice existir, como que no». Yo soy de los pesados. Propongo un cara a cara entre el propio Hawking y el Papa de Roma. Un duelo en la cumbre y en terreno neutral. En Murcia, por ejemplo. Razón y ciencia versus fe y espíritu. Un combate dialéctico e intelectual sin precedentes, retransmitido por todos los medios del mundo a la vez. Limpio, sin golpes bajos. Mirando a la cara. Lo podría moderar Ana Pastor.

Las bodas son caras
Y las de las estrellas de Hollywood aún más. Yo creo que les viene por contrato, están obligados. Todavía no se ha dado el caso que una celebrity haga el convite en un bar de carretera, en una hamburguesería, en un merendero. Eso sería aniquilar el glamour (que nunca he sabido exactamente qué demonios es). Clooney, como no podía ser de otra manera, se ha gastado una fortuna en su fiesta. Diez millones de euros ha costado el bodorrio en Venecia, según se ha publicado. Poco me parece. A la vista del dispendio, se avecinan anuncios de café durante varios años más. Ya lo verás. Por cierto: ya podrían cambiar la foto del galán en las tiendas de las cápsulas. En ella aparece Clooney cuando rodaba «Urgencias». El tío es un crack y las mujeres se derriten, pero también va cumpliendo años. A ver si solo cumplimos los demás. Ustedes pensarán: «Andreu siente envidia». Han acertado. ¿Quién no?

Lo de Cataluña va para largo
Leo, escucho y observo todo lo que genera el denominado «pulso catalán». Todo lo que puedo. A veces me saturo porque soy humano. También alucino con el enfoque -dependiendo de donde  te llegue el cheque a final de mes- de todas las noticias y análisis. Creo que  hay que vivir en Cataluña para deducir (sin ser muy listo), que esto solo ha hecho que empezar. Puede pensarse que con las resoluciones exprés de los tribunales la gente se va enfriar. Al contrario. Cuanto más se prohíba, más subirá la temperatura. Cuanto menos se hable, más se protestará. Cuanto menos se decida, más se pedirá. Esto es un cóctel de política, sentimientos, frustraciones históricas, cabreos y anhelos.  Los que ciñen el tema a una locura del presidente Artur Mas no han entendido nada.

Pelearse funciona
He cambiado de tema. Ahora voy con Pimpinela, el dúo que ha hecho de la pelea conyugal un género en sí mismo. Llevan treinta años así, como algunos matrimonios. Joaquín y Lucía empezaron por casualidad. (En realidad, TODO empieza por casualidad, ¿no?). El caso es que la madre de ambos le pidió al chico que hiciera algo con su hermana cuando lo veía cantar con su guitarra. El muchacho hizo caso a la madre (un caso raro) y se inventaron los diálogos cantados, la puya con música de fondo, la pelea en el que siempre gana ella. Funcionó. Y ahí siguen. Pasaron por el programa. Berto y un servidor les hicimos un dudoso pero resultón homenaje. Luego durante la charla, les propuse una suerte de cierre a su carrera cuando llegue el caso: «Pimpinela lo dejan. Se pusieron de acuerdo». Les gustó. Me quedé más tranquilo.

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La fama es relativa, como el tiempo

Miércoles, 1 de octubre de 2014

Me dirigía a la SER para hablar con mi amigo Carles Francino. En la puerta de la radio, una mujer de mediana edad reclamó mi atención. Hasta aquí todo normal. Pero lo importante fue lo que me dijo a continuación: «Yo a usted le admiro mucho, lo que pasa es que ahora no me acuerdo cómo se llama». ¡Fantástico! La señora acababa de sintetizar en una sola frase el sentido actual y más profundo de la fama. (Si es que alguna vez tuvo un sentido). Ahora, la explosión mediática en todos los soportes y formatos posibles hace que nos suenen las caras de esa gente que vemos por todos lados, pero no sabríamos ubicarlos exactamente. Nos suenan, pero no sabemos si tienen programa, salen en él, cantan, lloran, son de Youtube o nos lo han mandado por Whatsapp. Puede que, a estas alturas, haya más famosos que ciudadanos anónimos. Es una consecuencia del ruido, la repercusión y la repetición de contenidos a toda hora. Una lluvia ácida que estaría oxidando el ya de por sí odioso concepto de la fama, la popularidad o como demonios queramos llamarlo. Me permití contestarle a la señora: «¿No cree que si no se acuerda de quién soy, igual es que no me admira tanto? ¡Que no pasa nada, eh! Me conformo con que me mire un poco». No me contestó. Solo me pidió una foto que al final no pudimos hacer porque tenía la memoria del teléfono llena. Lo que digo: saturación. La fama es relativa, como el tiempo. Y cuando ese tiempo pase, la fama se convertirá en un pequeño recuerdo. Y más adelante será un vestigio. Y un poco más tarde, una curiosidad del pasado.

El efecto Gallardón
La mayoría de la gente estaba contenta tras la dimisión del ministro Gallardón. A falta de una encuesta del CIS, ese sería el baremo del fracaso en tu gestión. Cuando dejas un cargo y la gente respira y resopla, como el que se libera del botón del pantalón tras una opípara comida, es que muy bien, muy bien, no lo has hecho. Ni los más viejos del lugar recordaban una dimisión. Ya sabemos que aquí no se lleva. Gallardón dice que deja la política. Se aceptan apuestas para descubrir en qué consejo de administración de una gran empresa se sentará el muchacho. No pasen pena, llegará a final de mes.

Debería haber guarderías para padres
Me ha tocado pasar por el doloroso trago del primer día de guardería de mi hija. Yo lo viví peor que ella. La noche anterior casi no dormí. Sentía una especie de pena pequeña, como un quiste de tristeza en el ánimo. Por la mañana, la entregué en la escuela y… ella no lloró. Al contrario. Jugó y lo pasó en grande. Pensé que estaría bien, para estos casos, una segunda guardería para adultos adonde acudir en estos momentos. Un sitio donde nos arroparan madres expertas, nos dijeran que no pasa nada, que somos buenas personas y nos dejaran dormir en sus brazos. Luego, ya recompuestos, volveríamos a recoger a nuestros hijos con la energía renovada. Ahí lo dejo.

Santiago Segura es inmortal
Háganme caso. Esto es así. El director, a punto de estrenar «Torrente 5», está igual que hace veinte años. El tiempo no pasa por él. Es un paréntesis, vive entre corchetes, es un error espacio temporal del que le está sacando mucho provecho y yo me alegro. Pensaba todo eso el día que vino al programa. Cerré los ojos (metafóricamente hablando) y le vi en 1995, cuando vino por primera vez. No se le ha caído el pelo porque ya venía caído de serie. Engorda y adelgaza secuencialmente. Pim-pam, pim-pam. Tienes que fijarte en la camiseta de promoción y prestar atención al número de la entrega torrentiana. Solo así puedes ubicarte en el calendario. Todos moriremos algún día, pero él seguirá rodando Torrente hasta el infinito y más allá.

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