Una joven seguidora del ‘Nadie’ me enseña su tattoo. «He pasado una mala época y me habéis ayudado. Escuchaba el Nadie a todas horas».
La broma entra por la piel y ahí se queda. La prueba de que, a pesar de todo, podemos ser felices.

Una joven seguidora del ‘Nadie’ me enseña su tattoo. «He pasado una mala época y me habéis ayudado. Escuchaba el Nadie a todas horas».
La broma entra por la piel y ahí se queda. La prueba de que, a pesar de todo, podemos ser felices.
Barcelona, estudios de la cadena SER. Ahí estaba la gente o una representación de ella. Treinta y cinco personas acudieron de público para el inicio de la temporada de Nadie Sabe Nada.
Por primera vez en diecinueve meses volvíamos a sentirnos acompañados, reídos y sobre todo queridos. El primer aplauso fue especial. Largo y relleno de cariño. En verdad nos lo dábamos todos a todos. De esos aplausos que dicen «aquí estamos otra vez. Hemos resistido, vamos a intentar volver a ser algo parecido a lo que siempre hemos sido».
Y el programa voló como un avión de papel. El aliento era la presencia de ese público fiel, afín y cómplice para el que da gusto trabajar. Ojalá el pasado más reciente quede atrás como una mala pesadilla y la comedia siga siendo el quitanieves que necesitamos.
Madrid, 2020.
Así las llamamos en el ‘Nadie’: cárnicas pero sobretodo, si me permiten, personas.
Un montón de buena gente que decide conscientemente invertir dos horas de su tiempo para ver como Berto y un servidor improvisamos como si no hubiera un mañana.
Un cómico sin público es solo un señor diciendo tonterías. El público es la mitad de nuestro trabajo. Su complicidad nos completa y nos justifica. (Espero que también nos perdone). Gracias y Samanté por seguir ahí después de tantos años, en Madrid, en Barcelona o allá donde vayamos con nuestra ceremonia de la ignorancia.
El premio, en realidad, es hacer lo que te da la gana, disfrutar con ello y que a la gente le guste y te lo haga saber. No se me ocurre una mejor combinación.
Es la perfección para alguien que se dedica a esto. Y eso es lo que siento con el NADIE SABE NADA. El programa más «gustoso» que he hecho nunca, como publiqué en las redes. Pero no hay que ser desagradecido. El otro premio, el ONDAS, también nos hizo mucha ilusión. Es reconocimiento, es la ocasión de poderlo agradecer, es ponerse un traje y volvernos a encontrar, los dos ajetreados amigos.
Berto está grabando su serie (el día siguiente empezaba a las seis de la mañana) y yo dejé mi programa ‘Late Motiv’ grabado
El premio es otra cosa también. Es TRABAJAR. Sentirte útil, que todavía tienes algo que contar después de treinta años en esto.