Costumbres
Un selfie como dios manda
Los dichosos selfies no son de ahora a pesar del delirio colectivo extenuante de esta modalidad fotográfica. El legendario James Cagney ya cayó en la trampa hace muchos años. Ahí está la prueba. La cosa no prosperó porque, claro, no resultaba práctico cargar con el mamotreto de la cámara a todos lados. No había teléfonos móviles, ni WIFI, ni explotaban los terminales. Tampoco había «redes sociales». La gente quedaba, hablaba, bebía, se tocaba, se escuchaba… Eran otros tiempos y eran en blanco y negro.
Sí, soy un poco mitómano
Pues sí, qué quieren que les diga. Uno no se encuentra todos los días con Ray Liotta, con uno de los nuestros. Ni que sea un rato. Un señor que ha trabajado en una peli clásica, mítica, a las órdenes de Scorsese y al lado de Robert de Niro. Un tipo aparentemente serio pero que sabe hacer su trabajo y que accedió a venir a nuestro programa y charlar de la nueva serie que estrena en España Calle 13. «Gracias —le dije— estamos empezando y el hecho de que usted haya venido nos hace sentir muy orgullosos». Porque hay que ser mitómano y agradecido.
«Birdman» contra «Ironman»
El director mexicano Alejandro González Iñárritu la ha liado un poco con sus declaraciones respecto al género de los superhéroes en el cine. A mí me interesa mucho el tema. En realidad, ha dicho lo que muchos pensamos y, más allá de su carácter impulsivo, creo que responde a un amor profundo por el cine, por el arte de contar historias en la pantalla. Algo que, por cierto, ha quedado más que patente en la genial «Birdman», una verdadera obra maestra. Hace tiempo, mucho tiempo, que al cine lo ha colonizado esa suerte de pelis de acción, ruido, efectos digitales y una épica de plástico con caras conocidas en mallas. Nunca nos acostumbraremos a ver esos extraordinarios actores haciendo el pamplinas. Yo no, al menos. Son buenos actores y lo hacen bien, claro, pero las pelis de autor, las que emocionan y tocan la fibra, esas han quedado relegadas a una extraña segunda división que se las ve y se las desea para sacar la cabeza en las carteleras. Hay alguna excepción, por suerte, pero la estrategia global, el márquetin aplastante del nuevo Hollywood, apuesta más por las sagas y ha encontrado en el cómic el terreno ideal para levantar su imperio tan espectacular como intrascendente. Cine fast food. Otro cine, otra historia.
Recuerdo estar en Londres viendo una première de «Los vengadores» con José Corbacho. Cuando ya llevábamos dos horas, me salió del alma decirle: «Pero qué rollo, ¿no?». Nos entró la risa. Luego hablamos ocho minutos con Scarlett Johansson en un hotel y no sabíamos qué preguntarle. Quizás la pregunta hubiera sido: «¿Tan importante es la pasta, Scarlett?». Pero no lo hicimos, claro. Éramos una parte más del engranaje y lo sabíamos.
Alejandro dijo sobre el género de los superhéroes: «A veces las disfruto porque son básicas y simples y van bien con las palomitas. El problema es que a veces pretenden ser profundas, basadas en algunas cosas como de la mitología griega […]. Odio eso, y yo no respondo a esos personajes. Ha sido un veneno este genocidio cultural, porque la audiencia está sobreexpuesta a la historia y las explosiones y mierda que no significa para nada la experiencia de ser humano […]. Superhéroes… tan solo la palabra me molesta. ¿Qué chingada significa? Es una concepción falsa y confusa la del superhéroe. […] Filosóficamente, simplemente no me gustan». ¡Toma ya! El director le ha pegado una patada al avispero de Hollywood donde más le duele. A su parte más rentable y millonaria.
Se le calentó la boca, a lo mejor, con lo de genocidio cultural. Genocidio es una palabra muy dura, muy agresiva, muy oscura, de las que duelen. Era una cuestión de tiempo que el gigante contestara, y fue Robert Downey jr. el que hizo de portavoz: «Mira, yo lo respeto hasta el límite y pienso que un hombre cuya lengua natal es el español, y que sea capaz de juntar una frase en inglés como 'genocidio cultural' habla de qué tan brillante es». Mazazo de Ironman.
Un mazazo equivocado, a mi entender, y que desprende un peligroso tufo de superioridad, de prepotencia. No puedes entrar ahí, amigo Robert. No puedes usar la lengua, con un claro rasgo de menosprecio cultural y social, para ironizar sobre Iñárritu. Seguramente había ocho maneras más de bromear y discrepar al mismo tiempo. Al fin y al cabo, todo el mundo es libre de hacer lo que quiera con su carrera, faltaría más. Te digo más: a mí siempre me ha encantado Robert Downey jr. Creo que es uno de los mejores de su generación. Su interpretación de Chaplin me robó el corazón para siempre. Tiene una mirada impresionante, un actitud ante la cámara que roza la verdad en muchas ocasiones. Por eso me duele (es un decir) ver que esa tendencia actual le somete a enfundarse un traje de acero con una luz en el pecho. Luego hace otras cosas, teóricamente menores, que son las que nos recuerdan su enorme valía.
Aquí solo hay una solución posible, y es que hagan las paces. Lo mejor sería que Iñárritu le propusiera un buen papel a Robert Downey jr. Una de esas películas que tocan la fibra, que sobreexponen al actor, que te conmueven y perturban. No lo descarten, porque en Hollywood todo es posible. Todo por la pasta. Incluso reconvertir una bulla en proyecto para mejor beneficio y expectación en taquilla.
«Memorias en diferido» en Interviú