Dimitió una ministra y no se acabó el mundo

Viernes, 5 de diciembre de 2014

Me quedo más tranquilo, la verdad. La ministra Ana Mato, a la que no se recordará por nada bueno, dimitió o la hicieron dimitir. Y no pasó nada, no se acabó el mundo, ni los cielos se tiñeron de tinieblas, ni los mares se desbordaron. Resulta importante destacarlo porque en este país, donde la dimisión es una excepción, podría alimentarse esa teoría apocalíptica. La marcha de Mato es otro efecto del tsunami de la corrupción. Ahora, el arzobispo de Granada podría optar por el mismo camino, aunque nunca limpiaría la penosa imagen que está dando la Iglesia una vez más. Aunque para eso igual haría falta un milagro y ahí ya me pierdo.

Los futbolistas millonarios casi siempre se acaban marchando
Es bien sabido que nos mentimos a nosotros mismos muy a menudo. Es una manera como otra de seguir adelante, no creo que sea malo así en general. Nos mentimos, eludiendo lo obvio, lo gris y hasta lo normal y -lo que es mejor- nos lo creemos. ¡Somos unos cracks! Nos engañamos, por ejemplo, cuando nos creemos que la estrella millonaria y planetaria que juega en nuestro equipo nunca nos abandonará porque «está muy a gusto aquí». El último episodio en este sentido lo ha protagonizado Lionel Messi. Cada vez que viaja a Argentina suelta alguna señal de su descontento, una pequeña pulla, un atisbo de próxima fuga. Cuando está en España, no suelta prenda ni da entrevistas (otros dan la cara por él) y, claro, las especulaciones se disparan. Se llenan horas de radio y televisión, cientos de páginas de periódicos… Hasta que hace dos partidazos, bate récords goleadores (como fue el caso) y todo vuelve a una festiva normalidad. No es cierto. Todo sigue como siempre: las estrellas son infieles por naturaleza. Porque son su propia marca millonaria, gallinas de huevos de oro que miden y calculan todos sus pasos a la caza de la mejor cotización. Son seres inalcanzables rodeados de asesores y familiares que viven de ellos, dedicados a ganar el máximo de dinero posible. A veces tropiezan con el fisco y se sienten muy ofendidos. Solo los detiene su biografía. Cuando tienen más de treinta, empiezan su cuenta atrás y se acaba el póker. Así pues, mientras puedan, siempre buscarán la mejor opción, su siguiente paso, renegociarán hasta la saciedad su contrato (una auténtica pesadilla para los clubes que ya les pagan cifras astronómicas) y nunca, nunca, darán por zanjado este tema. Está en su ADN. Ya se puede arremangar el Barça -otra vez- para contentar a Messi. Es el mejor jugador del mundo, el que más goles marca y va a marear la perdiz hasta límites estratosféricos. Al tiempo…

IVA cultural: otra oportunidad perdida
El Gobierno del PP sigue despreciando a la cultura. La manera de demostrarlo es negándose, otra vez, a bajar el impuesto que ha machacado a esta industria, el impuesto más elevado de toda Europa. Una tasa vengativa a pesar de que se ha demostrado su inutilidad técnica, su poca eficacia real: hay menos trabajo y se cotiza menos, por lo que no salen los números por ningún sitio. Todo es un despropósito en este tema. Los actores sufren, los espectadores se alejan, los teatros se las ven y se las desean para seguir adelante, la cultura sigue con la cabeza en el charco y al Gobierno no le da la gana de levantar el pie del cuello. El porno, en cambio, goza de un 4 por ciento de IVA. Propongo que todos nos pongamos a producir e interpretar porno como si no hubiera un mañana. Inundemos de cuerpos desnudos y lúbricos todos los soportes posibles. Adaptemos los clásicos al porno. Hagámoslo en los teatros. Provoquemos una burbuja de lo erótico. Una huelga a la japonesa pero en el porno. Igual así, por saturación escandalosa y fuera de toda lógica, encontremos la manera de que no se olviden de nosotros y se den cuenta del desaguisado.

A veces, las palabras se gastan

Viernes, 17 de octubre de 2014

Tengo la sensación de que, a veces, la palabras se gastan con el uso. Con el mal uso, quizá sería más exacto. Hace poco estuve como invitado en un evento de jóvenes emprendedores. Buena gente. Personas con toda la vida y toda las ganas del mundo por delante. Se organizan, usan las redes para trazar la alianzas y sacar adelante sus proyectos. Me llamaron para hablar de mi experiencia personal en el mundo de las empresas. Entonces pensé que lo mejor sería ser muy sincero, nada convencional y lo menos épico posible. Una actitud que no cotiza demasiado en este mundillo, donde se prodigan los iluminados, los hombres y mujeres hechos a sí mismos (otro concepto gastado) y los powerpoints motivacionales y muy edulcorados. Les dije, solo para empezar, que la palabra emprendedor me parece gastada, que habría que inventar otra o quizá no inventar nada y volver al clásico «buscarse la vida», como ha sido siempre. El lenguaje se gasta cuando se cierne sobre él la sombra de la manipulación interesada. Nuestro sistema actual es muy hábil para esas cosas. Cuando los políticos se llenan la boca con lo de los jóvenes emprendedores, algo huele mal. «Lo primero que tendrían que hacer es no penalizar y coser a impuestos lo de crear una empresa en este país. Este es uno de los sitios más caros para hacerlo». (Aquí hubo aplausos, la espina está clavada y duele). Les seguí hablando de mi realidad, de los miles de jóvenes como ellos que han tenido que irse del país porque esto es un páramo, de lo farragoso y desagradecido que supone, la mayoría de veces, seguir en pie, buscar oportunidades e intentar ganar algo digno. Y más ahora. Puestos hablar de la maldita crisis actual, les pregunté qué habían aprendido y cómo iban a aplicarlo. «El mundo que conocíamos y sufríamos se está desmoronando. Vosotros vais a construir el nuevo y sería bueno que nos pudiéramos sentir más orgullosos. Que las empresas tuvieran una conciencia ética digna, compatible con su ambición. Que la codicia no lo justificara todo y que la justicia social no fuera una rareza en vuestros idearios». No me tiraron el cubata a la cabeza, por lo que deduzco que no sentó mal.

Esteso se emociona cuando habla de teatro
Fernando Esteso ha sido uno de los mejores invitados que nos ha visitado últimamente. Venía para hablar de «Torrente 5», la película que no necesita promoción. El actor estuvo cariñoso, simpático, lúcido y se puso al público en el bolsillo. Al acabar, lo felicité sinceramente y puedo decirles que eso no es algo que haga habitualmente. El cómico, que lo fue todo en su momento, habla del pasado y se le ilumina la cara. En un momento dado, se refirió a una obra de teatro, «La extraña pareja», que hizo con Pajares en 1985. «Mira, se me pone la piel de gallina». Miré su brazo y era verdad, se le erizaba la piel. Reparé sobre eso con el público. Sobre cómo un hombre de 69 años se emociona recordando el teatro, la experiencia escénica de darlo todo ante los espectadores. Un arte, el teatro, que tenemos frito a IVA, siempre bajo la sospecha, el menosprecio y la interesada devaluación de los gobiernos. Mira, me salió así.

El virus de la desinformación
Está costando encontrar una información centrada y veraz sobre el ébola y su repercusión en España. Lo de la «pandemia» está sacando lo peor de la prensa, con portadas vergonzosas, especiales alarmistas o versiones culpabilizadoras que dan un poco de asco. Los responsables políticos tampoco se quedan atrás. Ni las medidas de precaución, ni las comparecencias oficiales o algunos debates ciudadanos. Hablábamos con los compañeros de cómo incorporar todo eso a la comedia y decidimos que, de momento, no había manera. «Hacemos un programa de humor», nos repetimos como un mantra. «Bendito humor», añado yo. Y muy necesario.

«Memorias en diferido» en Interviú

La família irreal

Sábado, 18 de enero de 2014

Estos días ha bajado el telón en Barcelona uno de los acontecimientos teatrales más espectaculares de los últimos años. Algunos lo llaman «teatro comercial». Vale. Yo creo que no está el teatro como para ser segmentado o etiquetado. Con lo del 21 por ciento de IVA, el sector está bastante canino y cuesta horrores (comprensibles) llenar las salas. Así que todo éxito en este sector merece ser subrayado, y en este caso, si me lo permiten, brevemente analizado.

Les hablo de «La familia irreal», una gran sátira sobre la monarquía española que han puesto en pie durante dos años (sí, sí, dos años) unos magníficos cómicos catalanes. Se trata de la gente de «Polònia», el mítico programa de TV3, y la compañía Dagoll Dagom, unos históricos de la escena. El escenario del gran aquelarre ha sido el Teatre Victòria, en el corazón del Paralelo de Barcelona. O sea, que la cosa se ha vivido a lo grande. No estamos hablando de una sala pequeña, ni de teatro alternativo o minoritario con poca repercusión. No, no. A lo grande, para todos los públicos, con luz, taquígrafos y risas. Muchas risas. La función ha batido todos los récords de asistencia, y si lo dejan es por una mera cuestión de compromisos pendientes. Así que podrían estar todo el tiempo que quisieran sin un final claro. Como la misma monarquía, vamos. A lo mejor ustedes no han leído nada en los grandes medios españoles. Puede ser. Pero que no lo hayan tratado no significa que no haya sucedido. Allá ellos con su conciencia editorial.

Tuve la suerte de poder verlos en directo y reafirmar lo que ya sabía: la sátira, la gran bufonada, es necesaria e higiénica. Leo Bassi me dijo una vez que el humor es el gran antídoto contra el miedo. Un país sin sátira está incompleto, receloso y amordazado. Es una disfunción. En otros países lo saben y nos llevan mucha ventaja. Los que se ponen al frente de esa labor merecen todos mis respetos. El Rey de los escenarios se llama Toni Albà, un bicharraco inclasificable. Una bestia genial de teatro que cayó de pequeño en la marmita de la comedia. Brutal. Le rodea una compañía excelente. No me saco el sombrero porque no llevo. «La familia irreal» no dejaba títere con cabeza y sacaba casi todos los trapos sucios de Palacio. Así es como debe ser, ¿no? Si vas a hacer una sátira tibia o condescendiente, no la hagas. El público (sabio, cachondo y de uñas afiladas) lo va a notar y no va a venir.

Pero es que, además, quizá coincidan conmigo en que la actualidad real (y sus alrededores) está suministrando últimamente más material, más guion, del que los propios cómicos pueden absorber e integrar. Es una locura, una catarata constante. El paraíso de los republicanos y la pesadilla de los monárquicos. Los juancarlistas guardan silencio. Algo de eso me comentaron cuando los visité: «No damos abasto, Andreu. Safaris, Corinas, Urdangarines, imputaciones… Van por delante. No descartamos —sostenían— que la Casa Real disponga de guionistas propios que van tramando la historia con grandes golpes de efectos y giros inesperados». No lo creo, pero es una buena visión de cómico. La historia se está precipitando, eso sí, y una cosa lleva a la otra. Le pese a quien le pese. Lo último: la imputación de la Infanta y ese juez Castro, perseverante e implacable, que no ha cejado en su intento de pedir explicaciones, de equiparar a la Infanta con cualquier ciudadano ante la ley. Veremos si lo consigue. Como decíamos el otro día en el programa: «Ya queda menos para el indulto».

«El Berenjenal» en Interviú.

Cara de teatro

Martes, 26 de noviembre de 2013

Soy feliz en el teatro. Esas cosas se notan. Soy feliz cuando se apagan las luces de la normalidad y se encienden las del escenario. Como esta luz roja que pintó el ambiente durante los ensayos de «Espain» un espectáculo con La Shica. Rojo pasión, rojo energía, rojo vida. Durante una hora y media el mundo entra en un paréntesis de música y palabras. Todo es posible. Luego salimos a la calle y todo parece imposible. ¿Cómo no voy a amar el teatro?

«Fotodiario» en El Periódico

Cara de teatro

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