Solía decir mi padre que tendría suerte en la vida si tenía tres o cuatro amigos buenos. Que no esperara más. Nunca me gustó esa afirmación. De alguna manera, siempre he luchado por desacreditarla. Algunas veces con suerte, otros sin ella.
Es cierto que algunos amigos van y vienen y que la palabra es demasiado grande para definir a menudo un simple conocido. Pero ahí sigo buscando y disfrutando de ello. Los demás (los buenos) nos completan. Me gusta pensar que Miguel Rellán, al que siempre he admirado, pueda llegar a ser un amigo. Ya se verá. Ganas y complicidad le ponemos. Hasta el punto de inventarnos una sección que se llama precisamente así: «Mi amigo Miguel». Disfruté rodando, hablando de todo y de nada con la ayuda de mi equipo. Creo que quedó interesante. Fue una pausa entre el ruido y la furia de los días, el ansia cotidiana. A mi me sentó bien y espero que a él también. A ver si nos volvemos a ver. Como somos amigos…