La genialidad de Quim Monzó, está fuera de toda duda. Y, como tal, siempre puede sorprenderte. Cuando me dijeron que era un fan de Rodolfo, me alegré un montón. Me alegré ante la posibilidad de volver a contactar con él y disfrutar de su ironía, de la verdad que lanza a borbotones, de ese surrealismo cultivado, de esa seriedad contracultural y, en definitiva, del gamberro que vive en su interior. Cuando vino el martes al programa, me recordó al Monzó de su época gloriosa en Tv3, allá por el año 93. Ha llovido (poco) desde entonces, pero Monzó sigue tan libre e inclasificable como siempre. O más. Encima escribe como pocos y opina cada día en La Vanguardia. Un verdadero lujo para la «apalacanada» Catalunya. Fue un placer reencontrarme con él.
El genio de Monzó
Bravo por Millás
Desde siempre (que yo recuerde), he sido un fan de Juan José Millás. Me parece uno de los escritores más originales, uno de los columnistas más sinceros y directos, uno de los periodistas más honestos y un colaborador brillante de radio. Lo creo sinceramente y no pierdo ocasión de proclamarlo.
De repente lo oigo en «La ventana» de la ser y tengo que mandarle un sms a Gemma Nierga felicitándola. ¡Es brillante y sorprende! Para mí es tan importante una cosa, como la otra. Piensen en comunicadores que les sorprendan. ¿A qué hay pocos? Pues eso. Cuando estás al lado de Millás, sientes el aire de la genialidad, de lo irrepetible y del talento. Es una sensación gratificante. Me pidió que le presentara su último libro «Laura y Julio» en Barcelona y fui con fiebre. No podía perdérmelo.
Me encanta que haya ganado el Planeta, a pesar de que cada vez creo menos en los premios. Puestos a darlos, mejor que se lo lleve un creador que no nos defraudará, que se compromete con lo que cree, que dice lo que piensa y que ha hermanado en su narrativa, la literatura y el periodismo como muy pocos lo han conseguido en lengua española. ¡Que lo disfrutes Juanjo!
En cuanto a Boris Izaguirre, reconozco que me va a costar «creerme» su novela, por el recuerdo demoledor de aquellas noches marcianas de pantalón (y calzoncillo) bajados. Pero lo voy a intentar para no quedarme instalado en el prejuicio. A mi también me encantan las frivolidades, pero enseñar el cacahuete, encima de una mesa, supera todos mis limites. Me leeré los dos libros. Los dos me caen bien. «Somos como Batman y Robin», dijó Boris ayer en el programa. Fue un momento televisivo tenerlos a los dos. Una gozada.
31 grados
Dejo mi aislamiento por unas horas y paso por Barcelona, camino de Madrid. Se acerca la noticia que todos estamos esperando: la continuidad de nuestro programa en otra cadena. Ya quedan pocas horas… Mientras tanto, la ciudad se achicharra y se apaga. Pero se apaga de verdad, porque se ha ido la luz y se ha quedado a oscuras. Un pedazo de avería de esas que les gusta a los periodistas. La radio vuelve a jugar un papel importante y va informando de lo que sucede. Mejor eso, que quedarse una hora colgado al teléfono de Fecsa Endesa que , como es habitual, indica que «espera que todo se solucione en breve». Lo mismo que dijo Kofi Annan, cuando dejo la ONU. Los apagones, dejan siempre en bragas a la modernidad. De repente recordamos nuestra vulnerabilidad y empezamos a buscar velas por todos los cajones. Y ya sabemos que en los cajones, suele haber de todo menos velas.
Yo, por si acaso, me he quedado en casa toda la mañana aplatanado. Compruebo que los de el jueves ya tienen operativa la web que había sido silenciada. La portada es cojonuda: Leticia de flor y Felipe de abeja apunto de fertilizarla. Punto y final para la polémica y las ventas de la revista que, a buen seguro, se van a disparar. Dicen que hasta se subasta la portada «maldita» en el e-bay. Si quieres dar importancia a algo, prohíbelo.
Me cruzo con un tío por el paseo de Gracia que me pregunta con complicidad: ¿Qué tal el ocho? ¡El ocho! Como soy muy educado, le digo que bien, muy bien. La verdad es que me gusta el número, pero desconocía que eso era de dominio común. La ciudad es más mestiza que nunca. Barcelona ya es , en toda regla, un destino turístico de primer orden. A mi eso me gusta. Siento algo parecido al orgullo. Orgullo de ciudad. Cuando veo que un turista consulta un mapa, pienso que se siente atraído por algo que yo quiero y, eso, no deja de ser bueno. ¿Se puede querer a una ciudad? Pues sí. La ciudad como escenario silencioso. Como el decorado de nuestras vidas.
Me he comprado Rayuela de Cortázar para saborearla en las tardes sofocantes. Me he leído «Plataforma» y la verdad es que me ha decepcionado un poco. Compro papel. Hay muchas cartas por escribir y todavía más dibujos por nacer.
Soy un fan de Miguel Brieva
Desde el primer día que descubrí el trabajo como dibujante «comiquero atípico» de Miguel Brieva, me di cuenta de que estaba ante un genio. Alguien que sale del camino establecido, que tiene voz propia, que te agarra por el estómago con sus viñetas sobre la absurdidad del mundo consumista y autodestructivo en el que nos toca vivir. Miguel Brieva mezcla talento, ironía, crueldad, auto-crítica y una inquietante visión profética.
He comprado varios ejemplares de su última publicación «Enciclopedia Universal Clismón», editada por Reservoir books. Alucinante. Los regalo a los amigos que se que les va a gustar y todos me contestan entusiasmados. Me lo encontré en la pasada feria del libro de Madrid. El estaba firmando y le busque como un fan que soy. Charlamos un rato en la trastienda de la caseta y hasta me dedicó un ejemplar que guardo como un tesoro. Miguel Brieva es sevillano, parece tranquilo y modesto. Ya ha publicado en EL PAIS, Rolling Stone o El Jueves. Es un dignísimo sucesor de otro genio del lápiz, llamado EL ROTO. Dicen más con un dibujo que cientos de libros de ensayo. Eso los hace únicos.
He encontrado esta entrevista con el artista.
Sant Jordi 07
Otro Sant Jordi vivido y disfrutado. Quizás éste sea uno de los mejores. La renovación del cariño de todas y todos los seguidores, en estos tiempos de dispersión televisiva, resulta que tiene mucho, mucho valor. Después de tantos años.
Con la de cosas que hemos hecho, con un programa en las profundidades de la madrugada. Pues ahí estaba la gente, la única «verdad» de nuestro oficio. Al menos así me lo planteo yo. Yo trabajo para la gente. No trabajo para los periodistas, ni para los críticos que se la cogen con un papel de fumar, ni para los frustrados, ni los «miopes» que no ven, ni quieren ver lo que pasa. Gracias a la «gente» estoy donde estoy y en Sant Jordi me lo recuerdan.
Fueron casi siete horas firmando sin parar. Hubo comida familiar, algún pequeño paseo, bastantes fotos y el amor escurridizo que sobrevolaba una ciudad preciosa. Es EL MEJOR DIA DEL AÑO.