Esto del periodismo

Miércoles, 12 de febrero de 2014

No me considero periodista, aunque a veces pueda parecer remotamente que lo soy. Creo que lo mío es hablar  primero yo solo y luego con la gente. Me comporto como un anfitrión que invita a una serie de personas con algo que contar a su casa y todo eso se retransmite por televisión. A poder ser, bastante tarde por la noche. Mi trabajo es conseguir que hablen, me gusta crear un clima propicio y distendido. «Tú lo que eres, es un climatizador», me dijo una vez mi amigo y compañero de fatigas Xavi. Bueno. Me gusta bastante. Un climatizador crea confort, ¿no? Pues está bien, oye. Supongo que en verano, con el calor que hace en el plató, seré un aire acondicionado.

Que no sea periodista no quita que no me interese el gremio. Como consumidor (sufrido) y como vecino y amigo de periodistas. Me parece un gremio muy necesario y muy complicado a la vez. Siempre zarandeado por sus propios egos, por las tensiones que soportan y provocan, por la incomodidad que generan en los «afectados», o sea la gente que «es noticia», por las presiones y prebendas que marcan sus empresas editoras… ¡No veas! Si lo piensas bien, parece un milagro que todavía se editen periódicos. Por no hablar del combate a muerte papel vs. digital. Tienes que saber todo eso cuando te acercas a un medio de comunicación con el objetivo de informarte. Tienes que separar la opinión y la intención de los hechos en sí, tienes que cotejarlo con otros medios, tienes que recordar qué partido gobierna… Un currazo, vamos.

Los periodistas han visto muchas películas de periodistas. Por eso hacen cosas que a menudo parecen escritas por un guionista. Ahí está la imagen de Pedro Jota encaramándose a unos paquetes de folios para darse un homenaje el día que se va. Pedro Jota supo tocar la tecla de la épica y una cierta autoparodia y allí aguantó, y lo seguro es que hasta emocionó a más de un compañero. Estamos hablando del hombre que, con su contumaz perseverancia, ha tirado sal en los motores de todos los gobiernos y se ha agarrado a la tesis de que fue ETA la que voló aquellos malditos trenes. Eso, entre otras muchas cosas. No importa. Él ha sabido navegar y sobrevivir (escándalo privado aparte) y se ha plantado en el momento actual como un mártir del rajoísmo. Que te echen (teóricamente) siempre añade valor a tu currículum. Que te eche (teóricamente) Rajoy no deja de ser un milagro, conociendo la proverbial pasividad de Mariano. Se habla de una indemnización escandalosa pero, claro, a ver quién es el medio que lo saca. Los grandes gurús del periodismo siempre están a la greña, con el hacha de guerra en la boca. Yo creo que esos gurús (y sus acólitos) están más preocupados en contar cómo les gustaría que fueran las cosas. No es tan importante cómo son de verdad, porque usted y yo somos unos indocumentados a los que nos tienen que aleccionar poniéndolo todo en contextos a menudo enfermizos.

A mí, si me hacen escoger, me gusta mucho más Jordi Évole. Mi compañero de productora lo está bordando con su Salvados. Le conozco y sé que siempre busca la equidistancia, el contraste, el testimonio, la voz de la noticia. Un hombre con un equipo, cargado con la responsabilidad del éxito, que no hace otra cosa que espolearle cada semana. Un perfeccionista, eso es lo que es Jordi. ¿Tiene fallos? Pues claro, como todo el mundo. Estoy convencido de que si un día se sube encima de un paquete de folios (que lo dudo), dirá toda la verdad, no omitirá nada y se subirá con todo el equipo.

«El Berenjenal» en Interviú.

Periodismo «monárquico» entre algodones

Jueves, 9 de mayo de 2013

Cada minuto que pasa se deteriora un poco más la imagen de la Casa Real. Es un tobogán de descrédito y su consiguiente desafección popular. Pero lo más interesante resulta ser el seguimiento informativo del proceso de descomposición de la corona. Donde antes había un silencio (legislado y amenazante), ahora hay datos sonrojantes y mucho cachondeo popular.

Hay de todo. En el último número de Lecturas (la revista que le compro a mi madre), aparece en portada una infanta Cristina seria y ojerosa con el titular: «Cristina espera un milagro». ¡Un milagro! En el interior, una crónica calculada al milímetro en la que Urdangarín es el malo; la Infanta, no queda claro; la Reina, en el extranjero, «más solidaria que nunca»; el heredero, en su discreto tercer plano; y el Rey… (ahí está el tema), preocupado por cómo van las cosas. Una crónica de suave y edulcorada —sacarina, ya no azúcar— periodismo rosa y azul que refleja solo un 20 por ciento del verdadero malestar general. (Han sido muchos años de crónicas laudatorias de viajes y regatas, como para virar de repente al prerrepublicanismo).

Los escándalos reales se están cargando el mito del Rey garante de la democracia. Su inmunidad parece ser una alfombra que esconde cosas que no queríamos saber. Pero ahí están, y cada vez que Urdangarín baja la rampa del juzgado de Mallorca, toda la familia baja con él. Cada vez que un periodista habla del futuro de la monarquía, esquivando la incómoda verdad, un elefante se da de bruces contra un árbol en África. Seguiremos atentos.

«El Berenjenal» en Interviú.

¿Qué pasa?

Viernes, 19 de abril de 2013

Un periodista extranjero informa desde el exterior del congreso de los Diputados en Madrid. Acerqué mi oído a ver si me enteraba de lo qué pasaba, pero nada. Hablaba un idioma muy extraño. Le ponía enfasis, eso sí.

El congreso está blindado por todas partes. Decenas de policías día y noche y unas sospechosas obras que van para largo lo alejan de la gente. No hay quien proteste delante de la cámara porque, según dicen, no quiere darse esa imagen al extranjero. Una medida profiláctica absurda ya que nos tienen calados, controlados y acojonados. Y hoy en día ,además, no hay quien ponga puertas al «campo» de las redes sociales. (¿Qué estaría contando el periodista?)

¿Qué pasa?

Cuidado con ‘Mongolia’

Jueves, 28 de marzo de 2013

Ya que, por lo que veo, todos estamos de acuerdo en que el nuevo Papa es muy humilde, me quedo mucho más tranquilo y me permito hablar de otra cosa. Hay más temas, lo juro. A riesgo de quedar como un excéntrico, ahora voy a hablar de algo que me gusta. Miren, en realidad, lo que más me emociona de mi mundo (laboral) es buscar talento. Abrir los ojos y las orejas a todo lo nuevo, sorprendente, rompedor, con futuro. Acercarme a él. A veces captarlo, otras sencillamente disfrutarlo. Así es como me he ganado la vida durante los últimos treinta años. He intentado ser un cómico decente y rodearme de talento. Disfruto mucho más con alguien nuevo y prometedor que con un veterano pagado de sí mismo que te va refregando su biografía continuamente. Me aburre ese tipo de gente. Son pasado. Si algún día me comporto así, dispárenme en una pierna, por favor.

Por eso disfruté como un loco la semana pasada, cuando me tocó presentar en Barcelona El libro rojo de Mongolia, rodeado de sus locos y geniales creadores. Ya hace tiempo que vengo siguiéndolos así como de lejos, no me vayan a soltar un sopapo. (Sí. Tienen mala leche). Son gente moderadamente joven, valiente, incorrecta, incómodamente satírica, visceral y provocadora. ¿Cómo no iba a estar bien con ellos? Encima me invitaron a cenar en un sitio bueno.

Creo, sinceramente, que los de Mongolia han llegado para quedarse, para darnos un baldeo a todos los del gremio y para señalar los nuevos caminos del humor. Cada nuevo número de Mongolia es un pequeño (gran) acontecimiento. Usan bien las redes, cuidan a sus seguidores y saben manejar su ambición. En esta España del cabreo, se han calzado los sombreros de papel de periódico y se han inventado otro país insobornable que solo existe en sus mentes retorcidas y críticas. Mongolia. Puede que no estés de acuerdo con algunas de sus fobias, pero hay que reconocerles el talento y agradecerles su trabajo.

«El Berenjenal» en Interviú.

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