Mi horóscopo no se aclara

Lunes, 19 de enero de 2015

Tan contento que estaba yo con la previsión espectacular que me promete Acuario para los próximos tiempos. ¿Recuerdan? Escribí aquí mismo que, según parece, Marte entra en mi signo después de mucho tiempo, y eso era una revolución en toda regla. Vienen cambios potentes, todo muy espectacular. El caso es que una semana después vuelvo a leer el horóscopo en el periódico (ahí está el error) y ahora me lanza una jarra de agua helada por sorpresa. Me dice que me prepare para un año de «bajo tono energético» y que trate de evitar toda tensión, cualquier estrés. ¡¿Qué?! ¿Cómo puede vivirse una revolución con bajo tono energético? Si me fío de los astros (otro error), mi vida va a sufrir un baldeo, pero yo me lo tendré que mirar desde la barrera, no sea que me estrese. La alerta de estrés llega demasiado tarde y en el país equivocado. Están las cosas como para relajarse, ¿sabes? Andamos la mayoría con todos los sentidos en estado de alerta permanente. Nos dicen que se ha iniciado la recuperación, pero no nos lo creemos. Ya no nos creemos casi nada. Se ha sufrido demasiado, las heridas son demasiado profundas, el escenario está desolado, la gente tiene más información que nunca y además sabe interpretarla. Dicen que el estrés es un recurso natural y genético del que disponemos para mantenernos bien atentos ante el peligro inminente. Así es como estamos. Los astros pueden decir misa. Y una cosa: el que los escribe debería recordar lo que ya ha escrito unos días antes. Seguir un guión un poco lógico. Un poquito de estrés también le vendría bien.

La lección de Mayra Gómez Kemp
Ya van quedando pocas personas a las que la historia de la televisión respete y dignifique a medida que transcurre el tiempo. En realidad, la televisión tiene una memoria muy caprichosa y fragmentada. A menudo mitifica sus recuerdos. Luego los olvida o los engulle el enloquecido día a día. La televisión está fabricada para ser degustada en el momento y ya está. La de hoy en día por ejemplo, fabrica referentes fast food a toda velocidad sin mucho valor energético. Gente a la que los espectadores no quieren, más bien al contrario. Como si se gozara odiando a esos invasores de nuestra intimidad. Y en ese gozo por el ruido estuviera el éxito de audiencia. Pero no pasa nada porque todo lo que parece muy importante deja de serlo al cabo de unas horas. ¡Menos mal! Quizás recordemos caras, pero también las confundimos, se nos mezclan y al final no quedará nada. Nos vienen programas a la cabeza de cuando éramos pequeños. Cosas aisladas, un gran magma de píxeles con música de fondo. Por todo eso, cobra mucha importancia el caso de la mítica Mayra Gómez Kemp, la que fue presentadora del «Un, dos, tres… responda otra vez» durante seis temporadas en los años ochenta. Su recuerdo es impecable. Estuvo en la gloria de la televisión (su programa podían verlo hasta veinte millones de espectadores) luego se quedó a un lado, pasó dos terribles cánceres y a base de dignidad y fuerza personal ha llegado hasta nuestros días con una de las cabezas mejor amuebladas que se recuerdan. Por si lo dudan, lean ustedes «Y hasta aquí puedo leer», un libro de memorias publicado el pasado mes de octubre. Lo hizo muy bien en la tele, piensa muy bien, escribe muy bien y lo cuenta todavía mejor. Mayra pasó por el programa y nos dejó a todos con la boca abierta. Estuvo fantástica. Administra la nostalgia con elegancia, cuenta los entresijos de aquella época dorada con normalidad. Ha vivido mucho, pero no da lecciones. En una palabra: es sabia. Mayra se alegró del fin del bloqueo americano a Cuba. «¡Viva Obama!», gritó esta mujer nacida en La Habana. Su perfecto acento inglés explica muchas cosas. Es una mujer que ha vivido y viajado por todo el mundo y eso la hace mucho más inteligente. Me llenó de placer comprobar en primera persona que detrás del mito catódico hay una tipa lista, crítica y que sabe «apagar la tele cuando no interesa y leer un libro o salir a pasear con los amigos». Mayra es una lección en sí misma.

A Scarlett no le gustan sus muslos
Es la única que piensa eso. La actriz Scarlett Johanson ha dicho en una entrevista que no le gustan sus muslos y, en general «la zona media» de su cuerpo. Es la típica respuesta que dan las muy guapas para parecer un poco imperfectas y no muy creídas. Hasta se agradece. Sería insoportable que una mujer así dijera sin rubor: «Pues sí. Estoy muy bien. No me veo ningún fallo. En cambio, vosotros…». Pero lo que más me ha interesado ha sido el concepto zona media del cuerpo, especialmente el femenino. Me pregunto dónde empieza y dónde acaba. Supongo que cogerá desde debajo del pecho hasta las rodillas, ¿no? Yo lo llamaría zona central, porque ahí es donde se juega todo. Zona media me traslada hasta «El señor de los anillos». Un territorio épico y místico donde se libran las mejores batallas de la historia. Claro que… visto así, también funciona.

«Memorias en diferido» en Interviú

El niño que era fan de otro programa

Jueves, 15 de enero de 2015

La popularidad (que no el prestigio) nos acompaña a todos los que por suerte o por desgracia trabajamos en la televisión desde hace años. Nos acompaña todo el día, todas las horas. O te acostumbras o lo llevas claro. Como me dijo una vez Terenci Moix cuando yo empezaba: «Si te molesta mucho, déjalo. Tú lo escogiste, así que no te quejes». ¡Cuánta razón! La televisión es el medio que todo lo amplifica y masifica, que todo lo estandariza, que todavía sigue fascinando un poco a pesar de que se han colado personajes que no sabes muy bien lo que hacen o que lo que hacen te produce vergüenza ajena directamente. Es lo que hay, y quejarte mucho te hace parecer un antiguo. Mejor callar y parecer un moderno. Así las cosas, se trata de llevarlo lo mejor que puedas, agradecer SIEMPRE el apoyo de tus seguidores (lo mejor de esta historia) y poner tu mejor cara. Si tienes un mal día, te quedas en casa. Eso es lo que yo hago.
Pero el otro día me sucedió algo inédito en mi coqueteo constante con eso de la fama. Estaba tomándome un café, y un niño, acompañado de su padre, me miraba con indisimulada curiosidad. Yo, como si nada. Cuando me levanté para pagar e irme, se armó de valor y me abordó: «¿Podría hacerme una foto contigo?». «Claro». Pero reparé en su edad, unos diez años. «Aunque no creo que veas el programa, ¿no? Vamos muy tarde», le dije. El chaval era sincero: «No, no. Yo soy muy fan de 'La que se avecina'». No me había pasado nunca. Respondí a su sinceridad con la mía: «Vale. Vamos a hacer la foto, pero déjame que te diga que no sé si es una serie para ti». El padre me miró con ese semblante de derrota doméstica. Como diciendo: «No, si ya…». Me ratifiqué ante el progenitor con educación: «Lo digo en serio, pero es mi opinión; no me hagas mucho caso». Nos retratamos y me fui dándole vueltas. Hace tiempo que pienso en los valores que transmite la serie. No es culpa de los actores (magníficos en la comedia), sino más bien de los guiones, del motor que mueve la comedia, de lo que quieren contar, de las tramas: sexo, sexo, engaño, corrupción y un poquito más de sexo. Todos contra todos, todos encima de todos, cueste lo que cueste. Su aplastante éxito y continua (hasta obsesiva) repetición han generado un impresionante fenómeno en la calle. La ven todos los niños. Si tuviéramos que analizar la ficción de comedia, seguramente nos tiraríamos varios siglos y no creo que nos pusiéramos de acuerdo. Cada uno es libre de hacer lo que quiere, faltaría más. Hay tantos estilos como autores y eso no tiene que ser malo. Solo quería reparar en el hecho de que los más jóvenes están fascinados e idolatran a esos seres marrulleros, insolidarios y liantes. ¿Eso es bueno? «Hombre, es una serie de ficción!», me dirán los interesados. Claro, claro. Entonces no hay ningún problema, ¿no? Vale, vale…

Ya no sé qué regalar
La gente ya no regala como antes. Primero, porque no puede y ha descubierto que no hace falta comprar cosas que no necesita con el dinero que no tiene. No pasa nada, el mundo gira igual. Segundo, porque quizás ya lo ha regalado todo. Me acuerdo ahora de esa gente que dice que dejó de beber porque ya se había bebido lo suyo y ahora se estaba bebiendo lo de los demás. En mi caso, creo que ya lo había regalado todo y tengo fundadas sospechas de que estaba regalando también lo de otros. No es que vaya de generoso patológico, pero sí es cierto que me gusta más regalar que ser el beneficiario. Y con la fiebre consumista de hace unos años llevé ese placer a las más altas cotas de la estupidez. A mucha gente le pasó. Pero mis problemas empezaron cuando me repetía con los presentes y solo me salvaba el tique regalo. Los amigos sonreían con educación y al día siguiente acudían a la tienda para cambiárselo por otra cosa. Bien por ellos, mal por mí. Toqué fondo. O techo. El caso es que tomé conciencia (eso es la edad) de lo absurdo que es regalar a destajo por la imposición de unas fechas y toda la artillería de márquetin que disparan sobre nosotros en Navidad. ¡Ya está bien, hombre! Descubrí, asimismo, la enorme ilusión que genera un regalo fuera de temporada. Son los mejores. Es como si recuperara todo su auténtico significado. Un regalo inesperado, un detalle, un gesto, tienen mucho más valor que unos calzoncillos o una colonia. Así las cosas, yo regalo todo el año, cuando quiero y a quien quiero. Gano más, emocionalmente hablando, y gasto menos económicamente. Fin del problema.

«Memorias en diferido» en Interviú

Navidad

Jueves, 18 de diciembre de 2014

Ya es Navidad en el programa. Aunque Berto Chicote, con su habitual carácter, diga que eso será la semana que viene y que nos estamos precipitando. Bueno, vale, y ¿qué? Es una celebración modesta antes de marcharnos unos dias de vacaciones. «Ho ho ho!!!»

Ho, ho ho!!!

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