Volver es mejor que irte

Jueves, 25 de septiembre de 2014

Vale para todo. Regresar es mejor que perderte. Irse es un final, volver (al lugar donde lo pasas bien) es jugar sobre seguro. Pienso todo eso esta semana, la de nuestro regreso a las profundidades abisales de la madrugada. ¡No importa el horario! «Lo bueno va tarde», le dije a una seguidora que me pidió avanzar la emisión. «Lo bueno va tarde» es como una frase que ya ha dicho otro. Se lo preguntaré a Juan Cruz, que seguro que lo sabe. Más vale tarde que nunca (esta sí). Volver significa volver a maquillarse, volver a perseguir la risa y compartirla con esos benditos insomnes que nos animan desde el anonimato activo. Porque, aunque no sepa cómo explicarlo, los que actuamos sabemos de alguna manera que hay gente al otro lado. Por eso lo hacemos, claro. Gente igual o más loca que nosotros. Yo los llamo «como de la familia». Esta temporada, además, cumpliré diez años transitando por el late show patrio. Diez años paseando en pijama por la cornisa de la programación, con alguna caída pero no al vacío. Seguimos vivos, seguimos con ganas de cachondeo y esa es la mejor noticia. «Ya dormiré cuando me muera», solía decir un amigo.

Dustin Hoffman es un insatisfecho
Bienvenido al club. Descubro con admiración que el gran actor se considera un insatisfecho crónico. Lo explicó en el Festival de Toronto, donde presentaba película, y no tuvo reparos para decir lo que piensa. Que no le gusta el Hollywood actual, por ejemplo, y hasta pidió trabajo en las series de televisión, donde parece que se ha atrincherado últimamente el talento. Hoffman dejó a un lado la impostura -¡bien!- reconoció que por si él fuera haría doscientas tomas de la escena. Un apasionado, un artesano de la vieja época que al no tener físico para hacer de superhéroe ve como escasea el trabajo. Alucino. ¿Y si le damos un papel de Superlópez en España?

Improvisar es una droga
De momento, legal. Todo se andará. Improvisar es lo mejor, es adictivo, sorprendente, estimulante y cada vez menos frecuente en el mundo de la comunicación. El mundo se ha puesto muy previsible, muy controlador, muy tontorrón. Por eso disfruté como un niño viendo al genial Alejandro Dolina en la sala Galileo Galilei, donde recaló con su show radiofónico «La venganza será terrible». Treinta años lleva el genio de Dolina columpiándose con la palabra, con la risa, con las historias, con la música. Siempre sin red. El programa dura dos horas y cuando acaba quieres más y más. Ahí está el secreto de su longevidad. Le he invitado a mi programa. Quiero que lo conozca más gente. Lo bueno debe compartirse, difundirse, gozarse. Fuimos a cenar, amparados por Luis Piedrahita, y le dije que lo que más me gustaba era que no tenía prisa. Trabaja el humor con calma, escrito en redondilla… Parece una tontería pero ahora todo el mundo tiene prisa en la radio y en la tele. Se ha confundido el ritmo con la velocidad (como el tocino) un poco vacía. «¡Que pasen cosas!», suelen pedir los programadores. Lo que sea. ¡Cosas! Y muy rápido. A veces pienso que un buen programa sería poner una cámara en el puente de un autopista enfocando a los carriles y en una hora punta. Pasan muchos coches y bastante deprisa. Se podrían hacer entrevistas de un segundo (justo el momento en el que pasan por debajo del puente). ¿Se imaginan la cantidad de entrevistas que cabrían? Una locura. Lo voy a proponer. Se llamará COSAS, así en general. ¿Querían ritmo? Se van a enterar.

Nota: se podría rodar en Cataluña, donde vamos sobrados de autopistas. Cuando los coches pasaran por los peajes (de los que también vamos sobrados) pondríamos publicidad.

«El Berenjenal» en Interviú.

Las canciones del verano han muerto

Martes, 29 de julio de 2014

Le ponen algo a los helados. Si no es así, no se entiende
Le ponen algo adictivo a los helados, especialmente en verano. Y no les culpo. Es más, les felicito siempre que esa sustancia no sea tóxica. Me siento irremediablemente atraído por las heladerías. Oigo sus cantos de sirena a cientos de metros de distancia y ando como un zombi hacia ellas siempre que puedo. ¿Ustedes también? Vale, me quedo más tranquilo. Las heladerías son esos sitios donde tienes la sensación de que nada malo puede suceder. Están protegidos, reparten felicidad. Solo comes un helado si estás de buen humor y, durante el tiempo que dura, no piensas en nada más. No sé quién se lo inventó, pero le felicito. Mezcló el frío con el azúcar y llegó directo a nuestros corazones, pasando por la lengua. Solo una cosa: no haría falta seguir innovando con los sabores. Quizás yo sea muy clásico, pero ya lo tenemos. Y de sobra. Hace tiempo que han prosperado los heladeros creativos, esos que han saltado la barrera de lo previsible y hasta la recomendable. He visto helados de paella. Bueno, no hace falta de verdad. Dame avellana, dame chocolate, dame vainilla, dame nata… ¡Será por sabores! Cuando aprieta el calor, se produce una lucha contra el reloj. Se trata de lamer antes de que se derrita y siempre, siempre, ganamos nosotros. (Ya me han entrado ganas de comerme uno. Ahora vengo…).

Las canciones del verano han muerto
Y es un pena. ¡Anda que no daban juego! Tengo una añoranza enfermiza por aquellos tiempos en los que el verano venía de la mano de una canción pegadiza, ridícula y repetitiva. Empezaban a machacarnos sobre el mes de mayo, y hacia julio y agosto caímos rendidos. No fallaba. ¿Cómo puedo echar de menos algo técnicamente malo? Es un misterio. A veces, echo de menos la mili, y eso tampoco tiene explicación. Es como si, en nuestra cabeza, nuestro pensamiento estuviera todo el año dándoselas de listo, muy concentrado y sesudo. De alguna manera, también se tomaba unas vacaciones. El cuerpo, nuestro cuerpo, hacía el resto. El alcohol, quieras que no, también ayudaba un poquito. Por lo de desinhibirse y esas cosas. Las canciones estivales eran la banda sonora de la horterada más popular y ayudaban a democratizar la estupidez. Georgie Dann era (y sigue siendo) el gran monarca del genero. Un señor francés con pelazo, adosado a unas mujeres estupendas y unos bailes bastante asequibles. ¿La temática?: chiringuitos y alrededores. Un tiro. Todavía ahora, cuando suenan, perdemos el mundo de vista y empezamos a tararear como unos posesos y hacemos el tonto sin vergüenza ninguna. Puede que hayan muerto porque ya no se componen, pero siguen martilleando desde nuestra memoria.

Los turistas ya no van con sandalias y calcetines
Van peor, según el caso, pero ya no responden a aquel patrón de los sesenta y de los setenta. Esos señores y señoras de piel blanca enrojecida, gorros como de tenis y las míticas sandalias con calcetín blanco. Ahora, los turistas van como quieren, vienen desde todos lados y cada uno es de su padre y de su madre. Por supuesto que quedan los que se visten a oscuras, pero han ganado algo de estilo. (Seguro que algún lector dirá: vente a Mallorca o a Benidorm, y vas a flipar, Andreu…). En Barcelona, desde donde les escribo, convivimos todo el año con los turistas. TODO EL AÑO. Yo diría que hay más visitantes que habitantes empadronados. Por supuesto que ya han surgido los que están hartos y se quejan de que vivimos en un parque temático de Gaudí. Hay que respetar todas las opiniones, pero, amigos, no sé si estamos como para quejarnos mucho. Necesitamos sus divisas más que nunca, así que lo mejor será poner buena cara, armarse de paciencia y aprender idiomas. No vale hablar chillando y despacio. Aunque se ha intentado muchas veces, el extranjero no entiende nada. A lo sumo cree que estamos sordos.
(¡Maldición! Yo aquí escribiendo para ustedes y el helado derritiéndose. Voy a por otro).

«El Berenjenal» en Interviú.

El agua del mar siempre está fría

Jueves, 24 de julio de 2014

Desconfíe de aquellos que le responden «está buenísima» a la pregunta «¿cómo está el agua?». Quizás habían entendido otra cosa, y no importa que sean parientes cercanos, gente que presuntamente no está dispuesta a mentir. Lo hacen y nadie sabe por qué. El agua siempre está fría, y está helada si eres friolero. Para mí, que lo soy, una temperatura aceptable sería la de mi propio cuerpo, a poder ser con fiebre. Lo suyo sería que no notara nada, ningún contraste, solo un líquido rodeándome. El agua del mar tendría que estar a treinta y nueve grados, pero solo en la zona en que me encontrara. Que no quisiera ser yo el causante de un cambio climático. ¿Cómo se consigue eso? No lo sé, pero si hemos llegado a la Luna, deberíamos poder calentar una playa. Otra mentira muy típica en esta situación es «la encontrarás fresquita al entrar, pero luego ya te acostumbras y bien». No me vale. Nunca te acostumbras a lo malo. Parece que estén definiendo la crisis en España.

Los best sellers son para el verano
Hay que proclamarlo sin ningún tipo de rubor. Durante el verano, los niveles de auto exigencia literaria se relajan también (en el caso de que uno los tenga muy elevados, claro). No hay nada mejor que sumergirse en esos libros inmensos, pensados para que luego pueda hacerse la película. Esos folletines épicos, con héroes insobornables y atormentados que superan todos los obstáculos de la vida. Con sus pinceladas de amor, de sexo y ambientados en lugares que algún día tú crees que visitarás. ¡Esos son los libros del verano! Te emocionas con ellos, te identificas y, luego, levantas la vista de las páginas y ves a tu cuñado con su tripa de embarazado y enarbolando una cerveza: «¡Qué pasa, hombre! Vaya coñazo el Mundial de este año, ¿no?». Y piensas: «Menos mal que soy un intelectual y estoy leyendo 'Leyendas de pasión' (título imaginario), porque, si no, ¿qué iba a ser de mí?».

No hagas más fotos. Ya las tienes todas
¿Han pensado alguna vez que las fotos que van a hacer este verano son las mismas que las del año pasado? Lo digo por experiencia. Soy un fotógrafo compulsivo aficionado, pero me estoy quitando. Durante las vacaciones me da por ser creativo y me siento transportado por las horas de luz, la gente en manga corta, los niños comiendo helado o los paisajes. ¡Todo son fotos! ¡Y no hay que revelarlas porque son digitales! Me emborracho de píxeles y disparo y disparo. Luego lo vuelco en el ordenador. Como siempre voy con la misma gente y a los mismos sitios (al menos últimamente) el resultado es un poco inquietante ya que uno puede ver cómo envejecemos lentamente. En manga corta, eso sí. Tengo la misma roca de un acantilado desde trescientos ángulos diferentes. Si la roca pudiera hablar, me diría: «Ya está, ¿no? No busques más, hombre, es lo que ves». Pero la roca no habla y yo sigo disparando. Quién sabe, quizás un día en segundo o tercer plano aparezca un fantasma y la puedo mandar a Cuarto milenio.

Los consejos repetitivos
Todos somos un poco tontos, y por eso todos los años se repiten esos consejos que de tan obvios parecen bromas. Pero los dicen en serio. Nos suelen recordar a través de los medios que intentemos pasar por la sombra, beber líquidos, no practicar deporte en las horas de mucho sol y cosas así. Cada vez que los escucho me pregunto si hay alguien dispuesto a no beber nada durante un día de fuerte calor y correr todo el rato bajo el sol por el mero hecho de probar a ver qué pasa. Pero, bueno, no quiero generalizar, que hay gente para todo.

«El Berenjenal» en Interviú.

El placer es de los que arriesgan

Miércoles, 16 de julio de 2014

Muchos son los que hablan de «arriesgar», pero pocos (muy pocos) son los que lo pueden poner en práctica. Arriesgar va asociado a la creatividad, al carácter, a la personalidad, posiblemente al éxito. Viste mucho, vende más, pero la gris realidad se encarga de abortar el riesgo. Cuando planteas algo arriesgado, topas frontalmente contra la corrección, el cálculo de posibilidades, la rentabilización o la «monetización», como la definen algunos odiosos. «¿Cuánto me costará ese riesgo?», «¿qué posibilidades hay de que salga bien?», «¿cómo lo vamos a monetizar?» y otras preguntas similares enfrían, desmontan y hasta anulan. ¡Si no lo probamos, no sabemos cómo puede ir!

Piensen en negocios, en deporte, en innovación, en todos los sectores que puedan imaginar donde el riesgo, la prueba, el tirarse a la piscina es parte consustancial y evidentemente la más divertida del proceso. También es la que más celebra y agradece el espectador o el consumidor. Debe de ser una historia tan antigua como el propio ser humano. Siempre ha habido gente dispuesta a arriesgar; y otros (la mayoría de las veces son los que tienen el dinero y el poder), preparados para cortar la cabeza a ese riesgo e incluso tildarlo de estúpido, infantil y otros calificativos. El famoso y tenso diálogo entre los que tienen las ideas y los que las harán posibles. Las dos partes son importantes. O hay generosidad entre ambos, o hay complicidad, compromiso, pasión y una emoción propia del juego y la experimentación, o no hay nada. Bueno, sí. Hay algo: lo previsible, lo gris, lo estándar, lo normal. No hay palabra más odiosa que normal. Las historias de riesgos que salieron bien son épicas y se ponen como ejemplos. Inspiran libros, películas, se estudian en las escuelas de negocios. Pero la mayoría de los riesgos no se tomaron, y si conociéramos los detalles de cómo se cortaron las alas a los sueños, se nos caería la cara de vergüenza.

Hace poco compartí una maravillosa conferencia con Javier Mariscal en Barcelona. Nos hemos inventado un ciclo que llamamos Instint, donde convocamos a la gente para que escuche y viva lo que personas con talento tienen que contarnos. Mariscal es un genio. Un inconformista, un soñador, un hombre al que lo convencional le provoca repelús. Dijo muchas cosas, pero una de las que me gustaron fue su reivindicación del riesgo. Y lo enmarcó en aquellos maravillosos años previos a los juegos de Barcelona 92. Se ha hablado mucho del éxito de aquello, pero piensen en los años previos, cuando había que tomar decisiones para deslumbrar al mundo. Podía hacerse bien pero normal, o arriesgar. Y Pasqual Maragall (otro genio) optó por lo segundo. Encargó una mascota a un dibujante casi underground y puso la ceremonia de inauguración en manos de un grupo como La Fura dels Baus, que provocaba e incomodaba en sus actuaciones. Maragall jugó fuerte y… ganó. El mundo entero etiquetó a Barcelona como la ciudad más moderna, creativa y atractiva del mundo en aquel momento. ¿Qué pasó luego? Personalmente, creo que nos dormimos en los laureles y que no supimos aprovechar aquella inercia, aquel clima favorable para la verdadera y luminosa innovación. Ganó el turismo, el cartón piedra, el escaparate, más que el taller de artista. Quedó el cuerpo, pero se disolvió el alma y los ciudadanos pasamos de aquella alegría y orgullo a una rutina más o menos agradable. Y eso que… ¡habíamos arriesgado y nos había salido bien! ¡Teníamos una marca!

Les dejo con una frase del piloto Marc Márquez. Soy muy fan de Márquez. Ha dicho: «El talento es vital, pero si no eres atrevido, si no tienes coraje, nunca podrás experimentar todo tu talento. La técnica se puede trabajar, entrenar, aprender, memorizar. Para mí, el orden sería: talento, coraje y técnica». Creo que coraje es igual a riesgo, es igual a placer. Márquez tiene 21 años y ya está dando lecciones.

«El Berenjenal» en Interviú.

Carta a los reyes

Jueves, 3 de julio de 2014

QUERIDOS REYES 'MAJOS':

Soy un niño catalán de casi cincuenta años que todavía cree en los milagros. Lo de los milagros lo cuento ahora, lo de catalán al final de la carta. Creo en los milagros cotidianos, los de la gente normal. Esos que no reconoce el Vaticano. Hoy en día, para muchos españoles resulta un milagro llegar a final de mes. Como también lo es que la gente no se haya cabreado de verdad, viendo cómo nos cuentan (sin reír) que «ya estamos saliendo de la crisis, gracias al esfuerzo de todos». Últimamente se usa la palabra todos con demasiada ligereza.

Ya que me he portado bien durante todo el año (mejor de lo que me hubiera gustado), les hago llegar mi carta con el sueño de que se vean cumplidos mis deseos. Además, me han dicho que son ustedes mágicos. El día de su coronación, por ejemplo, desaparecieron por arte de magia todos los símbolos republicanos y si ponías la tele o leías los periódicos, se respiraba una unanimidad y una genuflexión colectiva que luego no encontrabas en la vida real. Debía tratarse de un truco. Les felicito por eso. A ustedes y a los siete mil policías que velaron por la «seguridad». Yo, ante siete mil policías, no digo ni que soy del Barça y podría confesar que maté a Kennedy a mis cuatro años de edad. Cada vez que veo un policía, creo que he hecho algo delictivo, es un problema que tengo. Un eco del pasado.

Un servidor de ustedes y del Ministerio de Hacienda creía que un país normal podía discrepar en libertad y que las opiniones, por diversas que sean, conforman el carácter de un pueblo. Eso no es ni bueno ni malo. Sencillamente es lo que hay. Porque esos a los que ustedes llaman «súbditos» son cada uno de su padre y de su madre, y tienen mucha mala leche en la intimidad. A la gente se les convence con normalidad/modernidad democrática, con transparencia y con ética. Las pompas y las circunstancia parecen de otro siglo. Quedan muy bien en las fotos, pero nada más. Lo más sano sería escuchar a todas las minorías, valorar todas las opiniones, consultar y luego gobernar en consecuencia. Pero, bueno, no me hagan mucho caso porque yo soy cómico y estoy todo el día diciendo tonterías. De momento me pagan por eso. No mucho, pero no me quejo. Está la cosa como para quejarse, ¿saben? Me siento un poco raro escribiendo esta carta. Todo es un poco extraño porque hace calor, es verano y no se ven renos, ni Papa Noeles, ni tampoco suenan los villancicos de siempre. Además, me han comentado que los Reyes, antes, eran sus padres. Eso les iguala, solo un poco, con la mayoría de mortales. Confío que la magia sea hereditaria, y los hobbys, no. Les pido que naveguen menos y escuchen más. Que no cacen, que recorten sus gastos como hemos hecho todos.

Les he comentado que soy catalán. Mis padres nacieron en Andalucía y vinieron a Cataluña a ganarse la vida. Después nací yo. Así pues, solo tengo agradecimiento para mi tierra. Y respeto. Por eso no puedo hacer otra cosa que respetar a la mayoría de los que viven aquí y todo lo que deseen para prosperar. Ahora Cataluña plantea el reto más importante de su historia. Algunos lo ven como una maniobra política, pero yo creo que es algo mucho más importante. Se trata de un sentir ciudadano, social y sentimental. Les aseguro que es gente buena que quiere ser escuchada. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? La misma España que ha tolerado su coronación está en plena transformación. Las estructuras mentales, institucionales y capitalistas parecen agotadas y ahora se trata de evolucionar. No hay otro camino. Ustedes pueden ponerse del lado de los poderosos, los que no quieren que nada cambie para mantener su estatus, los amantes del besamanos, los interesados, o bien del lado de la gente normal que necesita cambiar la Constitución y limpiar y renovar el panorama político y social. Entre muchas otras cosas. Estoy convencido de que se pondrán del lado que más les interese.

P.D.: Ah, se me olvidaba lo más importante. Siempre me quedé con las ganas de que los Reyes me trajeran un Scalextric. ¿Tienen ustedes manera? Muchas gracias.

«El Berenjenal» en Interviú.

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