Los niños nos hacen mejores personas

Jueves, 12 de febrero de 2015

Hasta que tienes un hijo no te das cuenta. Aparte de no dejarte dormir y poner a prueba tus lumbares, los niños endulzan tu carácter, lo liman, consiguen hacer un peeling de tu personalidad (que cuanto mayor eres, más imperfecciones acumula) y, en definitiva, te convierten en una persona mejor. Vuelves a jugar, a reír, a emocionarte por cualquier cosa. Parece mágico, pero debe de ser algo perfectamente calculado por la naturaleza. La cría pasa a ser prioritaria, y todo lo que esté a su favor hará posible que salga adelante y lo haga en las mejores condiciones. Cuando vino Pablo Carbonell al programa hace unos días, nos reencontramos con el loco entrañable vestido con mono de trabajo. «Me encanta ir en mono porque tengo la sensación de que voy desnudo por dentro». Cantó y deliró, pero cuando habló de su hija Mafalda, ahí mejoró todo. Le cambió la cara. Bajó un poco el tono, calculó todas sus palabras y estas se convirtieron en elogios sinceros y de admiración. Mafalda ha participado con su padre en un programa musical, y el líder de Los Toreros Muertos (que, por cierto, están de vuelta otra vez) reconoció «la fuerza con que supera sus problemas físicos, las ganas que le pone». Ahora él es su fan, y Mafalda, con unos ojos azules que tiran de espaldas, el centro de su universo.
Bob Pop nos dijo hace poco a Berto y a mí que le encanta oírnos hablar de nuestros hijos. Creo que no somos padres babosos (si así fuera, tampoco sería ningún problema) solo es que queremos compartir lo que vivimos porque lo que vivimos es bonito. Y cuando lo contamos, tenemos mejor aspecto. No hay terapia que consiga eso, ni año sabático, ni la práctica de deporte extremo (muy de moda ahora). Tenga usted un hijo, querido, deseado. Déjese llevar por el cariño y el sentido común. Ellos harán el resto.

Que dice «el Follonero» que este año no será fácil
El domingo 8 regresó Jordi Évole con su «Salvados» a laSexta. Esperanza Aguirre fue la protagonista, y volvió a quedar claro de qué pie calza, constatamos su poca gracia (por no decir nula), su rabia mezclada con ambición, esa falta de empatía que no puede disimular. «Salvados» es un programa-radiografía. Una endoscopia de la realidad y de sus protagonistas. Su estilo directo, relajado pero intenso, documentado pero natural, su narrativa, son ideales para calar a los personajes que acuden a él. Lo que eres, sale. Para lo bueno y para lo malo. Por eso muchos no quieren ir: porque no se gustan o porque tienen algo que esconder. Hablamos con Jordi de su temporada, de este año repleto de citas electorales, de posibles vuelcos políticos, del hundimiento de la izquierda, los nervios de la derecha… Él sostiene que no será tan fácil contar todo lo que va a ir pasando. Hay mucho en juego. Ya estamos viviendo un fuego cruzado de intereses, miedos, conservación de poltronas y una calle que se está viniendo arriba. En ese tablero cambiante y ardiente se va mover Évole y va a volver a sorprender, ya verán. Porque seguirá la agenda política, pero, cuando quiera, saldrá de esa autopista para buscar otros territorios del reportaje, otros protagonistas. Y lo hará bien, como siempre. Hace unos años, cuando empezamos, resultaba muy difícil vender un programa de periodismo en prime time. Era una excentricidad. Recuerdo que nos miraban como a los tontos de la película, los raritos… Ahora, en cambio, todo el mundo los programa, todos los quieren en sus parrillas. Algunos con más suerte que otros, claro. Algunos con rigor, otros solo con ruido y provocación. En la mayoría de ellos sale Marhuenda. A mí, personalmente, ya me empiezan a aburrir porque veo más show que información. Más tertulianos que especialistas. Más portavoces que protagonistas reales. Pero bueno, es una opinión personal, repito. Prefiero a Jordi y a su «Salvados», confío en su selección de los temas, en su manera de editar y escoger (dando voz) a los que normalmente no aparecen. Seguramente será un año difícil, pero el hecho de que sea decisivo y determinante lo hace apasionante. Y como, además, no hay otro remedio que vivirlo, lo mejor será hacerlo en la mejor compañía.

«Memorias en diferido» en Interviú

El efecto Dani Rovira

Miércoles, 4 de febrero de 2015

Vino, por fin, Dani Rovira al programa. Es un cómico en estado de gracia y eso es terriblemente positivo y hay que disfrutarlo. El gigantesco éxito de «Ocho apellidos vascos» le aupó a un cielo del que todavía no ha bajado. Y no parece que vaya a hacerlo pronto. Todo el mundo quiere a Rovira, todos se ríen con él, es un velero en un mar en calma, con el viento a favor y en un día soleado de verano. Todo es positivo, todo parece fácil en su caso, y ahí está una de sus principales características: sencillez y disfrute, mucho disfrute. Resulta muy reconfortante y muy justo que todo esto le suceda a alguien que viene de abajo, de los clubes, de los bares, de picar piedra y sudar cada risa. Alguien que no esperaba nada más que trabajar en lo que le gusta e ir viéndolas venir. ¡Esa es la actitud! El destino le va premiando y al mismo tiempo le va otorgando oportunidades. Cada una pone a prueba tu madurez, tu oficio. La próxima: los Goya. Me asegura que está tranquilo, coincidimos en que son «los otros» los que te ponen nervioso, y yo -porque cada vez me gusta menos dar consejos- solamente le digo que se proteja hasta donde pueda. Que mime celosamente esa parcela de placer y de tranquilidad que representan los Goya. Los nervios que los gestionen los demás. No se puede hacer comedia nervioso, ni preocupado. Bueno, sí se puede, pero se acaba notando. Los Goya son un avispero, un terremoto más o menos controlado (a veces te sientes en el epicentro), una tormenta de egos y expectativas, una fiesta de la que están pendientes millones de personas, un evento con un montón de gente tensa en la platea: «¿Me darán el premio o no? ¿Y, si me lo dan, qué digo?». Si puedes abstraerte de todo eso (que no es fácil) y te conviertes en presentador/espectador, las cosas fluyen. Y luego, a esperar esa magia que supone conectar con el público, surfear las risas, mecerse en la energía positiva que se va generando. Al acabar, te sientes como si un tren te hubiera pasado por encima sin matarte. Estás hecho polvo, pero contento. Algo así. Le deseo toda la suerte a Dani porque hay que alegrarse de los éxitos de los compañeros.

Esperanza Aguirre: broncas a domicilio
Esperanza se supera día a día. Es incombustible, alguien que se resiste a pasar a la historia y que usa, para ello, toda su influencia y rancio abolengo. Es un poco cansina también, como consecuencia. La bronca que le pegó a Susanna Griso en Antena 3 es para enmarcarse en el olimpo de la prepotencia y el despropósito televisivo. Después de las elecciones griegas (otra pesadilla para la derecha, que además les coincidió con su convención-fiesta-congreso), Esperanza se quejó del «apoyo» de la cadena a la causa helénica. La rabia le salió de dentro y lo dijo sin rubor alguno, sin respeto a los profesionales. «Si ustedes hacen eso, ¿qué estarán haciendo en laSexta?». Y más perlas: «Conozco a José Manuel Lara». Muy típico de los señoritos: conozco a vuestro jefe, tengo poder y no me gusta lo que hacéis. Y lo puedo decir porque no me pasa nada. Al contrario: meto presión y a ver qué pasa.
A Esperanza no le gusta que se hable de Grecia ni de Podemos porque no le interesa, claro. Le trae al pairo el oficio periodístico, la libertad editorial y todas esas cosas «de izquierdas» que desestabilizan el putrefacto oasis neocon. A la derecha no le gusta el guion de los acontecimientos, y en lugar de convencernos con hechos de que otras políticas, otros caminos sensatos son posibles, le da por quejarse, demonizar y culpar a los que piensan diferente. Naturalmente, es la opción equivocada. Y eso no lo salva ni la delirante campaña de Mariano puerta a puerta. A los humoristas nos ha salido una clara competencia. En el nuevo vídeo humorístico del PP, el presidente no pega la bronca, sino que viene a «darnos las gracias». Lo mejor son las caras de los sorprendidos (ninguno habla) ante la visita inesperada. Caras de nada, medias sonrisas, susto/sorpresa. Gente como ausente que no da crédito, como los bancos.

A todo eso, sumen al malo oficial del país, que se llama Luis Bárcenas. Muy buenas, por cierto, las fotos que publicó Interviú en las que se le ve entrenándose, ¡sin gomina!, sudando. Me recordó a Robert de Niro en «El cabo del miedo». «¡Saaaaal, Marianoooo! Enséñame la coliiiiita». Vaya añito nos espera.

«Memorias en diferido» en Interviú

Todo el mundo quiere ser «Charlie», pero…

Viernes, 23 de enero de 2015

Ya han pasado muchos días, pero la herida sigue abierta. Los despreciables asesinatos de la revista Charlie Hebdo están trayendo cola. Yo creo que ya se ha dicho todo. Lo que había que decir, lo que necesitábamos escuchar y hasta lo que no hacía falta. Cuando algo se alarga y se masifica, está condenado a la exageración, y claro, la manipulación, el uso, el abuso, las contradicciones y las imposturas tardan poco en llegar. El mismo director de Charlie (por si alguien se había olvidado del ADN cañero de la publicación) ya ha dicho que le dejen en paz y, sobre todo, que le da asco escuchar los apoyos de los que siempre le han odiado. A ver, el drama es incuestionable, la condena es racional, automática y obligada (faltaría más) pero algunas reacciones empiezan a ser cargantes. Todos esos mandatarios unidos (con Sarkozy colándose en la primera línea de la manifestación) desprendían un tufo oportunista, de obligado cumplimiento. Ahí estaba Rajoy, por ejemplo, representando un país en el que manifestarte te puede salir muy caro con la nueva ley. Todos ven la libertad de expresión en el país ajeno. Aquí, en España, quieren crujir al genial Javier Krahe por un vídeo prehistórico y casi naíf donde se cocina un Cristo. ¿Vamos a hacer algo? No sé… Cuando las proclamas se convierten en algo mainstream, dejan de parecer sinceras.
En el estadio del Barça, hace dos sábados, te daban un cartelito con el ya consabido «Je suis Charlie», mientras la publicidad omnipresente de Qatar todo lo iluminaba, todo lo pagaba. Qatar es ese país señalado por todos, pero acusado por nadie. Cuesta mucho condenar a un rico. También leo como se subastan los preciados ejemplares de Charlie, y ahí ya el morbo saca su pestilente cabeza entre el drama. Espero que al final, después del ruido, quede algo sólido en la consciencia colectiva. Algo para aprovechar, algo que nos haga ser una sociedad más sana, con la libertad más protegida. Si todo esto sirve para dignificar a los heroicos compañeros que hacen humor contracorriente, pues… mira, habrá valido la pena soportar el vendaval mediático global, cargado de matices, debates y enfoques. Pero, eso sí, aunque sea por la memoria de los desaparecidos, habría que exigir un poco de respeto, honestidad y coherencia. ¿Es mucho pedir?

El verdadero presidente de España es José Luis Gil
Hablo del actor, ese gran actor de comedia que, en efecto, es el auténtico presidente por antonomasia. Desde que ese caballero de la escena que parece haber sido pintado por el Greco debutó como presidente de la comunidad de vecinos de «Aquí no hay quien viva», no puedes imaginar a otro. Gil es más bueno que la propia serie en la que trabaja. Nos contó la otra noche que le tocó ser presidente en la vida real. Solo seis meses. «Un día, vino un pintor para unos trabajos en la escalera y tuve que atenderle. Bueno… la cara de ese hombre cuando me vio… Estaba buscando la cámara oculta por todos lados». Gil personifica a la perfección ese hombre atribulado y austero en mitad de la locura y el desconcierto. Un ser amenazado y avergonzado de lo que ve que acaba implicándose incomprensiblemente en el despropósito. «Tienes  una dignidad puteada», le dijo Berto. Y es verdad. Yo creo que estaría bien que lo pusiéramos un tiempo como presidente del Gobierno. Hasta las próximas elecciones. Total… ¿qué podemos perder? Sería un gustazo verlo codeándose con Hollande, Merkel, Cameron y todos sus colegas europeos. Ninguno de ellos es una fiesta. La serie podría llamarse: «Europa. Aquí no hay quien sobreviva».

«Memorias en diferido» en Interviú

La monja Aurita

Jueves, 22 de enero de 2015

Ya sabemos que Berto se parece a mucha gente. Y viceversa. Periódicamente van saliendo (y propagándose) parecidos razonables. Algunos más agradables que otros. El último nos traslada cuarenta años atrás. Una espectadora nos hizo llegar la foto familiar donde la «tía Aurita», una monja, parece Berto. Escalofriante. Tanto que decidimos enseñarlo a todo el mundo y disfrazar a nuestro compañero para ese viaje en el tiempo. Fue inolvidable. Como prueba, la foto de Marta Libertad.

Berto de tía Aurita

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