Todo el mundo quiere ser «Charlie», pero…

Viernes, 23 de enero de 2015

Ya han pasado muchos días, pero la herida sigue abierta. Los despreciables asesinatos de la revista Charlie Hebdo están trayendo cola. Yo creo que ya se ha dicho todo. Lo que había que decir, lo que necesitábamos escuchar y hasta lo que no hacía falta. Cuando algo se alarga y se masifica, está condenado a la exageración, y claro, la manipulación, el uso, el abuso, las contradicciones y las imposturas tardan poco en llegar. El mismo director de Charlie (por si alguien se había olvidado del ADN cañero de la publicación) ya ha dicho que le dejen en paz y, sobre todo, que le da asco escuchar los apoyos de los que siempre le han odiado. A ver, el drama es incuestionable, la condena es racional, automática y obligada (faltaría más) pero algunas reacciones empiezan a ser cargantes. Todos esos mandatarios unidos (con Sarkozy colándose en la primera línea de la manifestación) desprendían un tufo oportunista, de obligado cumplimiento. Ahí estaba Rajoy, por ejemplo, representando un país en el que manifestarte te puede salir muy caro con la nueva ley. Todos ven la libertad de expresión en el país ajeno. Aquí, en España, quieren crujir al genial Javier Krahe por un vídeo prehistórico y casi naíf donde se cocina un Cristo. ¿Vamos a hacer algo? No sé… Cuando las proclamas se convierten en algo mainstream, dejan de parecer sinceras.
En el estadio del Barça, hace dos sábados, te daban un cartelito con el ya consabido «Je suis Charlie», mientras la publicidad omnipresente de Qatar todo lo iluminaba, todo lo pagaba. Qatar es ese país señalado por todos, pero acusado por nadie. Cuesta mucho condenar a un rico. También leo como se subastan los preciados ejemplares de Charlie, y ahí ya el morbo saca su pestilente cabeza entre el drama. Espero que al final, después del ruido, quede algo sólido en la consciencia colectiva. Algo para aprovechar, algo que nos haga ser una sociedad más sana, con la libertad más protegida. Si todo esto sirve para dignificar a los heroicos compañeros que hacen humor contracorriente, pues… mira, habrá valido la pena soportar el vendaval mediático global, cargado de matices, debates y enfoques. Pero, eso sí, aunque sea por la memoria de los desaparecidos, habría que exigir un poco de respeto, honestidad y coherencia. ¿Es mucho pedir?

El verdadero presidente de España es José Luis Gil
Hablo del actor, ese gran actor de comedia que, en efecto, es el auténtico presidente por antonomasia. Desde que ese caballero de la escena que parece haber sido pintado por el Greco debutó como presidente de la comunidad de vecinos de «Aquí no hay quien viva», no puedes imaginar a otro. Gil es más bueno que la propia serie en la que trabaja. Nos contó la otra noche que le tocó ser presidente en la vida real. Solo seis meses. «Un día, vino un pintor para unos trabajos en la escalera y tuve que atenderle. Bueno… la cara de ese hombre cuando me vio… Estaba buscando la cámara oculta por todos lados». Gil personifica a la perfección ese hombre atribulado y austero en mitad de la locura y el desconcierto. Un ser amenazado y avergonzado de lo que ve que acaba implicándose incomprensiblemente en el despropósito. «Tienes  una dignidad puteada», le dijo Berto. Y es verdad. Yo creo que estaría bien que lo pusiéramos un tiempo como presidente del Gobierno. Hasta las próximas elecciones. Total… ¿qué podemos perder? Sería un gustazo verlo codeándose con Hollande, Merkel, Cameron y todos sus colegas europeos. Ninguno de ellos es una fiesta. La serie podría llamarse: «Europa. Aquí no hay quien sobreviva».

«Memorias en diferido» en Interviú

Mi horóscopo no se aclara

Lunes, 19 de enero de 2015

Tan contento que estaba yo con la previsión espectacular que me promete Acuario para los próximos tiempos. ¿Recuerdan? Escribí aquí mismo que, según parece, Marte entra en mi signo después de mucho tiempo, y eso era una revolución en toda regla. Vienen cambios potentes, todo muy espectacular. El caso es que una semana después vuelvo a leer el horóscopo en el periódico (ahí está el error) y ahora me lanza una jarra de agua helada por sorpresa. Me dice que me prepare para un año de «bajo tono energético» y que trate de evitar toda tensión, cualquier estrés. ¡¿Qué?! ¿Cómo puede vivirse una revolución con bajo tono energético? Si me fío de los astros (otro error), mi vida va a sufrir un baldeo, pero yo me lo tendré que mirar desde la barrera, no sea que me estrese. La alerta de estrés llega demasiado tarde y en el país equivocado. Están las cosas como para relajarse, ¿sabes? Andamos la mayoría con todos los sentidos en estado de alerta permanente. Nos dicen que se ha iniciado la recuperación, pero no nos lo creemos. Ya no nos creemos casi nada. Se ha sufrido demasiado, las heridas son demasiado profundas, el escenario está desolado, la gente tiene más información que nunca y además sabe interpretarla. Dicen que el estrés es un recurso natural y genético del que disponemos para mantenernos bien atentos ante el peligro inminente. Así es como estamos. Los astros pueden decir misa. Y una cosa: el que los escribe debería recordar lo que ya ha escrito unos días antes. Seguir un guión un poco lógico. Un poquito de estrés también le vendría bien.

La lección de Mayra Gómez Kemp
Ya van quedando pocas personas a las que la historia de la televisión respete y dignifique a medida que transcurre el tiempo. En realidad, la televisión tiene una memoria muy caprichosa y fragmentada. A menudo mitifica sus recuerdos. Luego los olvida o los engulle el enloquecido día a día. La televisión está fabricada para ser degustada en el momento y ya está. La de hoy en día por ejemplo, fabrica referentes fast food a toda velocidad sin mucho valor energético. Gente a la que los espectadores no quieren, más bien al contrario. Como si se gozara odiando a esos invasores de nuestra intimidad. Y en ese gozo por el ruido estuviera el éxito de audiencia. Pero no pasa nada porque todo lo que parece muy importante deja de serlo al cabo de unas horas. ¡Menos mal! Quizás recordemos caras, pero también las confundimos, se nos mezclan y al final no quedará nada. Nos vienen programas a la cabeza de cuando éramos pequeños. Cosas aisladas, un gran magma de píxeles con música de fondo. Por todo eso, cobra mucha importancia el caso de la mítica Mayra Gómez Kemp, la que fue presentadora del «Un, dos, tres… responda otra vez» durante seis temporadas en los años ochenta. Su recuerdo es impecable. Estuvo en la gloria de la televisión (su programa podían verlo hasta veinte millones de espectadores) luego se quedó a un lado, pasó dos terribles cánceres y a base de dignidad y fuerza personal ha llegado hasta nuestros días con una de las cabezas mejor amuebladas que se recuerdan. Por si lo dudan, lean ustedes «Y hasta aquí puedo leer», un libro de memorias publicado el pasado mes de octubre. Lo hizo muy bien en la tele, piensa muy bien, escribe muy bien y lo cuenta todavía mejor. Mayra pasó por el programa y nos dejó a todos con la boca abierta. Estuvo fantástica. Administra la nostalgia con elegancia, cuenta los entresijos de aquella época dorada con normalidad. Ha vivido mucho, pero no da lecciones. En una palabra: es sabia. Mayra se alegró del fin del bloqueo americano a Cuba. «¡Viva Obama!», gritó esta mujer nacida en La Habana. Su perfecto acento inglés explica muchas cosas. Es una mujer que ha vivido y viajado por todo el mundo y eso la hace mucho más inteligente. Me llenó de placer comprobar en primera persona que detrás del mito catódico hay una tipa lista, crítica y que sabe «apagar la tele cuando no interesa y leer un libro o salir a pasear con los amigos». Mayra es una lección en sí misma.

A Scarlett no le gustan sus muslos
Es la única que piensa eso. La actriz Scarlett Johanson ha dicho en una entrevista que no le gustan sus muslos y, en general «la zona media» de su cuerpo. Es la típica respuesta que dan las muy guapas para parecer un poco imperfectas y no muy creídas. Hasta se agradece. Sería insoportable que una mujer así dijera sin rubor: «Pues sí. Estoy muy bien. No me veo ningún fallo. En cambio, vosotros…». Pero lo que más me ha interesado ha sido el concepto zona media del cuerpo, especialmente el femenino. Me pregunto dónde empieza y dónde acaba. Supongo que cogerá desde debajo del pecho hasta las rodillas, ¿no? Yo lo llamaría zona central, porque ahí es donde se juega todo. Zona media me traslada hasta «El señor de los anillos». Un territorio épico y místico donde se libran las mejores batallas de la historia. Claro que… visto así, también funciona.

«Memorias en diferido» en Interviú

El niño que era fan de otro programa

Jueves, 15 de enero de 2015

La popularidad (que no el prestigio) nos acompaña a todos los que por suerte o por desgracia trabajamos en la televisión desde hace años. Nos acompaña todo el día, todas las horas. O te acostumbras o lo llevas claro. Como me dijo una vez Terenci Moix cuando yo empezaba: «Si te molesta mucho, déjalo. Tú lo escogiste, así que no te quejes». ¡Cuánta razón! La televisión es el medio que todo lo amplifica y masifica, que todo lo estandariza, que todavía sigue fascinando un poco a pesar de que se han colado personajes que no sabes muy bien lo que hacen o que lo que hacen te produce vergüenza ajena directamente. Es lo que hay, y quejarte mucho te hace parecer un antiguo. Mejor callar y parecer un moderno. Así las cosas, se trata de llevarlo lo mejor que puedas, agradecer SIEMPRE el apoyo de tus seguidores (lo mejor de esta historia) y poner tu mejor cara. Si tienes un mal día, te quedas en casa. Eso es lo que yo hago.
Pero el otro día me sucedió algo inédito en mi coqueteo constante con eso de la fama. Estaba tomándome un café, y un niño, acompañado de su padre, me miraba con indisimulada curiosidad. Yo, como si nada. Cuando me levanté para pagar e irme, se armó de valor y me abordó: «¿Podría hacerme una foto contigo?». «Claro». Pero reparé en su edad, unos diez años. «Aunque no creo que veas el programa, ¿no? Vamos muy tarde», le dije. El chaval era sincero: «No, no. Yo soy muy fan de 'La que se avecina'». No me había pasado nunca. Respondí a su sinceridad con la mía: «Vale. Vamos a hacer la foto, pero déjame que te diga que no sé si es una serie para ti». El padre me miró con ese semblante de derrota doméstica. Como diciendo: «No, si ya…». Me ratifiqué ante el progenitor con educación: «Lo digo en serio, pero es mi opinión; no me hagas mucho caso». Nos retratamos y me fui dándole vueltas. Hace tiempo que pienso en los valores que transmite la serie. No es culpa de los actores (magníficos en la comedia), sino más bien de los guiones, del motor que mueve la comedia, de lo que quieren contar, de las tramas: sexo, sexo, engaño, corrupción y un poquito más de sexo. Todos contra todos, todos encima de todos, cueste lo que cueste. Su aplastante éxito y continua (hasta obsesiva) repetición han generado un impresionante fenómeno en la calle. La ven todos los niños. Si tuviéramos que analizar la ficción de comedia, seguramente nos tiraríamos varios siglos y no creo que nos pusiéramos de acuerdo. Cada uno es libre de hacer lo que quiere, faltaría más. Hay tantos estilos como autores y eso no tiene que ser malo. Solo quería reparar en el hecho de que los más jóvenes están fascinados e idolatran a esos seres marrulleros, insolidarios y liantes. ¿Eso es bueno? «Hombre, es una serie de ficción!», me dirán los interesados. Claro, claro. Entonces no hay ningún problema, ¿no? Vale, vale…

Ya no sé qué regalar
La gente ya no regala como antes. Primero, porque no puede y ha descubierto que no hace falta comprar cosas que no necesita con el dinero que no tiene. No pasa nada, el mundo gira igual. Segundo, porque quizás ya lo ha regalado todo. Me acuerdo ahora de esa gente que dice que dejó de beber porque ya se había bebido lo suyo y ahora se estaba bebiendo lo de los demás. En mi caso, creo que ya lo había regalado todo y tengo fundadas sospechas de que estaba regalando también lo de otros. No es que vaya de generoso patológico, pero sí es cierto que me gusta más regalar que ser el beneficiario. Y con la fiebre consumista de hace unos años llevé ese placer a las más altas cotas de la estupidez. A mucha gente le pasó. Pero mis problemas empezaron cuando me repetía con los presentes y solo me salvaba el tique regalo. Los amigos sonreían con educación y al día siguiente acudían a la tienda para cambiárselo por otra cosa. Bien por ellos, mal por mí. Toqué fondo. O techo. El caso es que tomé conciencia (eso es la edad) de lo absurdo que es regalar a destajo por la imposición de unas fechas y toda la artillería de márquetin que disparan sobre nosotros en Navidad. ¡Ya está bien, hombre! Descubrí, asimismo, la enorme ilusión que genera un regalo fuera de temporada. Son los mejores. Es como si recuperara todo su auténtico significado. Un regalo inesperado, un detalle, un gesto, tienen mucho más valor que unos calzoncillos o una colonia. Así las cosas, yo regalo todo el año, cuando quiero y a quien quiero. Gano más, emocionalmente hablando, y gasto menos económicamente. Fin del problema.

«Memorias en diferido» en Interviú

Las cenas de navidad las carga el diablo

Viernes, 19 de diciembre de 2014

Soy hombre de pocos lujos. Para mí el lujo es estar tranquilo, y eso, normalmente, es más barato de lo que parece. Suelo escaparme algún viernes a un buen restaurante-pizzería de mi barrio. Un sitio barato, donde te atienden bien (conocen tu nombre aunque no salgas por la tele) y la cocina es digna y sabrosa. Ya saben que siempre pido lo mismo: unos espagueti carbonara y una cerveza. Una patada a la dieta cabrona de siempre, pero estamos hablando de lujos, ¿no? Me siento en un rincón, releo el periódico manoseado de todo el día y vuelvo a darme cuenta de que las noticias urgentes y tremendas de la mañana por la noche son una letanía de tinta con algunas manchas de aceite. Más de lo mismo. Por la noche todo es menos grave o así lo parece. Hace poco pregunté cómo andaba el negocio, vi mucho follón de gente. «Pues ya estamos con las cenas de empresa de Navidad. Lo que pasa es que desde hace tiempo las cenas se las paga la gente, los trabajadores». No deja de ser curioso que la gente no quiera descabalgar de ese rito laico y lúdico que son las cenas de empresa. «Yo creo que se lo han tomado como algo personal. Si tienen que pagárselo ellos, pues se lo pagan». Así está el panorama. Cuando yo empecé a trabajar, en los ochenta, la Navidad se notaba en las empresas por la cantidad monstruosa e impúdica de regalos que se amontonaban en las oficinas. Una barbaridad. Recuerdo al conserje construyendo una pirámide en el hall de las oficinas. «Esto es para el director». Con el paso de los años y la llegada de las penurias, la pirámide cada vez era más pequeña. El conserje se fue a su casa con una jubilación anticipada, si es que tuvo suerte. Luego, los regalos  se redujeron a algún que otro mensajero y un paquete pequeñito. Alguna agenda, alguna botella de vino, cuatro cosas… Ahora, ya ni eso. En el entorno empresarial ya no se regala nada, así de asfixiados vamos todos. «El regalo es tener un trabajo», se escucha de vez en cuando, y eso suena como una derrota, un resignarse, un «pues vaya una mierda». Yo creo que se va a hablar de todo eso en las cenas de empresa. Se beberán muchos gin-tonics repletos de variadas hortalizas, se tonteará entre compañeros (se olvidará al alba), se pondrá a los jefes a caer de un burro y, después de la resaca, algo parecido al alivio se percibirá en la cara de los trabajadores. Menos da una piedra.

Un buen chiste
Anuncio de la lotería. El apesadumbrado hombre de moda entra en el café. Le rodea la fiesta de los agraciados. Pide la cuenta y el sonriente camarero le dice que son 21 euros. «¿Veintiún euros? No me digas que me has comprado el décimo…» «¿Qué décimo? Esto es un Starbucks».

Yo aviso: Marte ha entrado en mi signo
¡Atención! Esto es lo que leí hace pocos días sobre mi signo, Acuario, en un periódico respetable: «Marte en Acuario, después de dos años de ausencia, inicia un periodo de renovación energética. Es el momento de emprender cambios». ¡Toma ya! No sé muy bien qué significa, pero suena bien. Suena a que van a pasar cosas, y eso me encanta. No especifica qué tipo de cosas, ni cuántas, ni en qué cantidad, pero no importa porque van a pasar. Yo, si eso, ya iré viendo. «Renovación energética». Eso debe ser muy bueno también. He renovado mi energía como los millonarios renuevan su sangre en clínicas selectas. Me gusta imaginarme como Iron Man con una luz en el pecho apartando de mi camino a los pesados, los tristes profesionales y los agoreros, lanzando un gran chorro de luz blanca. ¡Fuera, tengo energía! «Cambios». Eso depende, claro, pero pensemos que son cambios a mejor. Para eso están los horóscopos, ¿no? Para cogerlos por la parte buena y creerte, cuando tomas el café de la mañana, que una gran batalla cósmica que se libra en el universo conocido va a determinar tu vida. Mmm… vale. No puedo tener más que palabras de agradecimiento a Marte, al que no conozco personalmente, por el baldeo que le va a pegar a Acuario y del cual me voy a beneficiar. ¡Gracias, Marte! Y todo gratis, ojo. De momento, esa transformación imparable ha empezado con un resfriado que arrastro desde hace tres semanas y que me ha dejado hecho un guiñapo. No me preocupa. Ahora sé que forma parte de un gran plan, de mi relanzamiento. Soy como una serpiente que está mudando su piel y eso me hará invencible. Voy a tomarme un Frenadol para celebrarlo. ¡ A su salud!

«Memorias en diferido» en Interviú

Manolo García no tiene prisa

Miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cada visita de Manolo García al programa resulta estimulante. Así lo siento yo. Ya me quedan pocos ídolos, la verdad, pero Manolo sigue ahí, en ese podio de los buenos artistas con los que da gusto coincidir, charlar, aprender algo si es posible. Quedan pocos y buenos. Tiene nuevo disco, Todo es ahora, y viejas costumbres. Una de ellas es no sucumbir ante la imperante necesidad de la prisa, de los resultados, de ese correr siempre dentro de la industria del espectáculo. Manolo no quiere, no cede y no lo necesita. Entre disco y disco pueden pasar dos o tres años. Solo con pensarlo ya me salen canas. Antes de entrar en directo, me contaba que quiere disfrutar cada paso, no «apelotonarse», no tener la sensación de que todo le quema. «Ahora la promoción, luego las Navidades y ya veremos más adelante si hay gira». «¿Pero tú no puedes estar sin actuar, no?», le dije. Sonrió, pero matizó: «Hombre, me gusta mucho, pero todo a su tiempo». Mientras me contaba esto, una compañera del programa me apremiaba: «Andreu, dos minutos y entramos. Tendrías que ir pasando…». Siempre me quedan dos minutos para algo. Los de la tele llevamos la velocidad en la sangre, surfeamos la inmediatez, lo explosivo, lo caliente. Y mañana otra vez y luego otra vez. Y así mientras tienes salud y ganas. Lo bueno es que tengas las dos cosas. Es nuestro oficio y nos gusta, pero un servidor, que es muy influenciable, o todo lo que veo me meo, sintió una cierta envidia sana ante el Manolo sereno de ahora y de siempre. Me alegro por él y ya vuelvo a tener ganas de verlo en directo. Cuando quiera, sin prisas… pero que no tarde.

¿Y si se casan PP y PSOE?
Cospedal ha dejado caer que a lo mejor estaría bien que se unieran PP y PSOE después de las próximas elecciones para garantizar la estabilidad democrática. Lo de la gobernabilidad y esas mandangas abstractas e indemostrables que cada vez salen más a la palestra. Alucino un poco con el anuncio de Cospedal y solo puedo achacarlo al miedo (por no decir pánico) que ya sienten los dos grandes partidos ante el auge imparable de Podemos. Así lo comenté en el monólogo de esa noche y, por supuesto, ya me cayeron algunas collejas en las redes. Algo se mueve. Algo pica. Eso sí: Pdro Snchz (el líder que perdía las vocales) salió rápidamente al paso para aclarar que no, que ellos no pactan con nadie, que el PP es el partido de la corrupción. Siempre se ve la corrupción el ojo ajeno. Es como el mal olor corporal: los que lo desprenden son los últimos en enterarse. Deriva, mucha deriva. Inseguridad, flaqueza, falta de recursos… Eso es lo que transmiten. Todo es muy raro y hasta muy poco profesional. ¿De verdad que la estrategia electoral de los dos grandes va a ser sembrar el pánico por si gana Podemos? ¿No hay argumentos alternativos, sólidos y de fair play democrático? ¿No va a haber datos fiables, contrastados y serios para que podamos valorar los electores? Nos jugamos el futuro, no es por nada. Sembrar miedo provoca rabia, reacción, acción militante de todos aquellos que se están creyendo que el vuelco político en España es posible. Y esto no ha hecho más que empezar.

La gente se desnuda en televisión
Pero se desnuda de verdad. No me refiero a la trampa periodística de «fulanito se desnuda en esta entrevista y… lo cuenta todo». Cuando yo era adolescente, siempre me lo creía y picaba. Me podían las ganas. No, no. Ahora hay un programa donde la gente va directamente en pelotas. Ni rastro de erotismo, ni insinuación, ni una mera fantasía. A saco. En bolas. Y no solo eso: también acuden al plató así. Contra eso no podemos luchar, aunque yo nunca he entendido la televisión como una lucha o una guerra. Bueno, ya me entienden… Miré a mis compañeros, los imaginé desnudos y rápidamente me lo saqué de la cabeza. Cada uno debe ser consciente de sus limitaciones.

«Memorias en diferido» en Interviú

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