«Birdman» contra «Ironman»

Jueves, 21 de mayo de 2015

El director mexicano Alejandro González Iñárritu la ha liado un poco con sus declaraciones respecto al género de los superhéroes en el cine. A mí me interesa mucho el tema. En realidad, ha dicho lo que muchos pensamos y, más allá de su carácter impulsivo, creo que responde a un amor profundo por el cine, por el arte de contar historias en la pantalla. Algo que, por cierto, ha quedado más que patente en la genial «Birdman», una verdadera obra maestra. Hace tiempo, mucho tiempo, que al cine lo ha colonizado esa suerte de pelis de acción, ruido, efectos digitales y una épica de plástico con caras conocidas en mallas. Nunca nos acostumbraremos a ver esos extraordinarios actores haciendo el pamplinas. Yo no, al menos. Son buenos actores y lo hacen bien, claro, pero las pelis de autor, las que emocionan y tocan la fibra, esas han quedado relegadas a una extraña segunda división que se las ve y se las desea para sacar la cabeza en las carteleras. Hay alguna excepción, por suerte, pero la estrategia global, el márquetin aplastante del nuevo Hollywood, apuesta más por las sagas y ha encontrado en el cómic el terreno ideal para levantar su imperio tan espectacular como intrascendente. Cine fast food. Otro cine, otra historia.

Recuerdo estar en Londres viendo una première de «Los vengadores» con José Corbacho. Cuando ya llevábamos dos horas, me salió del alma decirle: «Pero qué rollo, ¿no?».  Nos entró la risa. Luego hablamos ocho minutos con Scarlett Johansson en un hotel y no sabíamos qué preguntarle. Quizás la pregunta hubiera sido: «¿Tan importante es la pasta, Scarlett?». Pero no lo hicimos, claro. Éramos una parte más del engranaje y lo sabíamos.

Alejandro dijo sobre el género de los superhéroes: «A veces las disfruto porque son básicas y simples y van bien con las palomitas. El problema es que a veces pretenden ser profundas, basadas en algunas cosas como de la mitología griega […]. Odio eso, y yo no respondo a esos personajes. Ha sido un veneno este genocidio cultural, porque la audiencia está sobreexpuesta a la historia y las explosiones y mierda que no significa para nada la experiencia de ser humano […]. Superhéroes… tan solo la palabra me molesta. ¿Qué chingada significa? Es una concepción falsa y confusa la del superhéroe. […] Filosóficamente, simplemente no me gustan». ¡Toma ya! El director le ha pegado una patada al avispero de Hollywood donde más le duele. A su parte más rentable y millonaria.

Se le calentó la boca, a lo mejor, con lo de genocidio cultural. Genocidio es una palabra muy dura, muy agresiva, muy oscura, de las que duelen. Era una cuestión de tiempo que el gigante contestara, y fue Robert Downey jr. el que hizo de portavoz: «Mira, yo lo respeto hasta el límite y pienso que un hombre cuya lengua natal es el español, y que sea capaz de juntar una frase en inglés como 'genocidio cultural' habla de qué tan brillante es». Mazazo de Ironman.

Un mazazo equivocado, a mi entender, y que desprende un peligroso tufo de superioridad, de prepotencia. No puedes entrar ahí, amigo Robert. No puedes usar la lengua, con un claro rasgo de menosprecio cultural y social, para ironizar sobre Iñárritu. Seguramente había ocho maneras más de bromear y discrepar al mismo tiempo. Al fin y al cabo, todo el mundo es libre de hacer lo que quiera con su carrera, faltaría más. Te digo más: a mí siempre me ha encantado Robert Downey jr. Creo que es uno de los mejores de su generación. Su interpretación de Chaplin me robó el corazón para siempre. Tiene una mirada impresionante, un actitud ante la cámara que roza la verdad en muchas ocasiones. Por eso me duele (es un decir) ver que esa tendencia actual le somete a enfundarse un traje de acero con una luz en el pecho. Luego hace otras cosas, teóricamente menores, que son las que nos recuerdan su enorme valía.

Aquí solo hay una solución posible, y es que hagan las paces. Lo mejor sería que Iñárritu le propusiera un buen papel a Robert Downey jr. Una de esas películas que tocan la fibra, que sobreexponen al actor, que te conmueven y perturban. No lo descarten, porque en Hollywood todo es posible. Todo por la pasta. Incluso reconvertir una bulla en proyecto para mejor beneficio y expectación en taquilla.

«Memorias en diferido» en Interviú

¿Pero baja el IVA cultural o no?

Viernes, 20 de marzo de 2015

Ahí sigo con la duda. La semana pasada el diario ABC dedicaba una de sus contundentes portadas al tema y anunciaba: «El Gobierno bajará el IVA cultural». Cabe recordar que esta es una reclamación permanente, justificada, indispensable, algo que el sector formula constantemente. Algo vital y vergonzoso a la vez. Somos el país con el IVA cultural más caro de Europa. Quién sabe si se trata de una prueba piloto para ver hasta qué punto se puede machacar una cultura. Un experimento bizarro de aniquilación por desgaste, por asfixia. Bueno, así las cosas, el anuncio de Abc captó la atención. Otros medios se hicieron eco. Lo siguiente que sucedió fue que el Gobierno negó (con timidez, pero lo negó) tal medida. ABC insistió con su primicia: «El Gobierno busca el momento adecuado para anunciarlo». Me gustó mucho lo de «buscar un momento adecuado». Esa tarde colgué un vídeo en Twitter que me grabé yo mismo, donde se ve un pie pisando una especie de superficie lunar y una voz en off que decía: «Si baja el IVA cultural, será un pequeño paso para la cultura, pero un gran paso para la campaña electoral». Pero pasaban las horas y la medida no cogía cuerpo oficial. Por la noche decidimos llamar en directo al ABC. Lo denominamos «periodismo de investigación» y así, de paso, nos reímos un poco de las imposturas del gremio. Costó comunicar con el rotativo, pero al final contestó un señor. «Soy Buenafuente y estamos en directo. Si, por lo que sea, no quiere seguir hablando, no pasa nada». Algo así le dije. Estábamos haciendo una gamberrada, de acuerdo, pero avisando. Una broma bastante blanca, francamente. Lo he practicado en la radio toda mi vida.

Lo que vino a continuación fue un momento tenso e incluso agrio. «¿Qué quiere?». «Quiero que me confirme si se va a bajar el IVA». «Eso es lo que hemos dicho», apuntó muy seco. «Ya, pero el Gobierno no lo confirma, compañero». «¿Cómo ha dicho?». Con esta pregunta, con su pausa, me estaba recriminando que lo llamara «compañero». Lo pillé y no le faltaba razón. Yo también noté que me había precipitado. Todo se torció a partir de ahí. «Llame usted al Gobierno. Oigo risas, ¿estamos en un programa?». «Sí -le recordé-, ya se lo he dicho». Al final me colgó, no entró ni en el juego, ni en la conversación, ni en nada. Estaba en su derecho, faltaría más, pero perdió la oportunidad de ser amable. Después del sofoco, recordé que «nos hemos quedado igual, no sabemos si se baja el IVA de la cultura». Y así es. Mi modesto olfato me dice que Abc dispone de esta información, de una filtración seguramente interesada del Ejecutivo. Pero no deja de ser muy peliculero que el propio Gobierno lo desmienta. Como si les hubieran dicho: «Vosotros lo publicáis, nosotros lo desmentimos, pero es verdad. Cuando por fin se confirme, podréis decir que ya lo habíais avanzado». Algo así. O no. Hace tiempo que no entiendo el periodismo. Y cuando no entiendo algo, no me lo creo o me enfrío, me alejo de él. La prensa, últimamente, parece un juego barato de espías con intereses. Una mezcla de propaganda, de márquetin. Algunas portadas son más bien páginas de humor. Levantan más sonrisas que interés y, por supuesto, credibilidad.

«Memorias en diferido» en Interviú

Dimitió una ministra y no se acabó el mundo

Viernes, 5 de diciembre de 2014

Me quedo más tranquilo, la verdad. La ministra Ana Mato, a la que no se recordará por nada bueno, dimitió o la hicieron dimitir. Y no pasó nada, no se acabó el mundo, ni los cielos se tiñeron de tinieblas, ni los mares se desbordaron. Resulta importante destacarlo porque en este país, donde la dimisión es una excepción, podría alimentarse esa teoría apocalíptica. La marcha de Mato es otro efecto del tsunami de la corrupción. Ahora, el arzobispo de Granada podría optar por el mismo camino, aunque nunca limpiaría la penosa imagen que está dando la Iglesia una vez más. Aunque para eso igual haría falta un milagro y ahí ya me pierdo.

Los futbolistas millonarios casi siempre se acaban marchando
Es bien sabido que nos mentimos a nosotros mismos muy a menudo. Es una manera como otra de seguir adelante, no creo que sea malo así en general. Nos mentimos, eludiendo lo obvio, lo gris y hasta lo normal y -lo que es mejor- nos lo creemos. ¡Somos unos cracks! Nos engañamos, por ejemplo, cuando nos creemos que la estrella millonaria y planetaria que juega en nuestro equipo nunca nos abandonará porque «está muy a gusto aquí». El último episodio en este sentido lo ha protagonizado Lionel Messi. Cada vez que viaja a Argentina suelta alguna señal de su descontento, una pequeña pulla, un atisbo de próxima fuga. Cuando está en España, no suelta prenda ni da entrevistas (otros dan la cara por él) y, claro, las especulaciones se disparan. Se llenan horas de radio y televisión, cientos de páginas de periódicos… Hasta que hace dos partidazos, bate récords goleadores (como fue el caso) y todo vuelve a una festiva normalidad. No es cierto. Todo sigue como siempre: las estrellas son infieles por naturaleza. Porque son su propia marca millonaria, gallinas de huevos de oro que miden y calculan todos sus pasos a la caza de la mejor cotización. Son seres inalcanzables rodeados de asesores y familiares que viven de ellos, dedicados a ganar el máximo de dinero posible. A veces tropiezan con el fisco y se sienten muy ofendidos. Solo los detiene su biografía. Cuando tienen más de treinta, empiezan su cuenta atrás y se acaba el póker. Así pues, mientras puedan, siempre buscarán la mejor opción, su siguiente paso, renegociarán hasta la saciedad su contrato (una auténtica pesadilla para los clubes que ya les pagan cifras astronómicas) y nunca, nunca, darán por zanjado este tema. Está en su ADN. Ya se puede arremangar el Barça -otra vez- para contentar a Messi. Es el mejor jugador del mundo, el que más goles marca y va a marear la perdiz hasta límites estratosféricos. Al tiempo…

IVA cultural: otra oportunidad perdida
El Gobierno del PP sigue despreciando a la cultura. La manera de demostrarlo es negándose, otra vez, a bajar el impuesto que ha machacado a esta industria, el impuesto más elevado de toda Europa. Una tasa vengativa a pesar de que se ha demostrado su inutilidad técnica, su poca eficacia real: hay menos trabajo y se cotiza menos, por lo que no salen los números por ningún sitio. Todo es un despropósito en este tema. Los actores sufren, los espectadores se alejan, los teatros se las ven y se las desean para seguir adelante, la cultura sigue con la cabeza en el charco y al Gobierno no le da la gana de levantar el pie del cuello. El porno, en cambio, goza de un 4 por ciento de IVA. Propongo que todos nos pongamos a producir e interpretar porno como si no hubiera un mañana. Inundemos de cuerpos desnudos y lúbricos todos los soportes posibles. Adaptemos los clásicos al porno. Hagámoslo en los teatros. Provoquemos una burbuja de lo erótico. Una huelga a la japonesa pero en el porno. Igual así, por saturación escandalosa y fuera de toda lógica, encontremos la manera de que no se olviden de nosotros y se den cuenta del desaguisado.

Debilidad por Damien Rice

Martes, 28 de octubre de 2014

Cada canción, cada nota, todo lo de Rice me interesa. Desde el primer momento en el que le escuché. Te atrapa, te lo crees, te emocionas…

Con muchas ganas de escuchar el nuevo disco. De momento un adelanto, con un clip sencillo pero intenso y muy bien rodado. Lo ha hecho otra vez.

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