Después de cientos, miles de artículos… Después de millones de tertúlias radiofónicas y televisivas… Después de todo eso y más, tenía que ser Aleix Saló el que lo explicara desde el humor. Aunque a veces, a pesar de utilizar el cómic, se te va helando la sonrisa y te entra una mala leche…
Imprescindible
Perder
Es muy fácil decir: «Hay que saber perder». Lo difícil es llevarlo bien, asumirlo, integrarlo y obrar en consecuencia. El amargo aroma de la derrota nos sobrevuela, parece que todo lo impregna con un perfume barato y rancio. El fútbol (el gran analgésico) nos ha fallado, y el Barça y el Madrid se quedaron a las puertas de la final. Hombres tristes, hinchas deshinchados, balones en las nubes, sueños en los infiernos…
Perder… Perdemos en Europa, a la que comparan economías. Nos han puesto de cara a la pared con grandes orejas de burro. Perdemos prestaciones sanitarias, capacidad de gestión en las autonomías, empresas en el extranjero… Pero, cuidado, hasta los listos pueden perder su poltrona. Sarkozy, el que dice tener un GPS junto a los alemanes para salir de esta, quizás se quede en la cuneta.
¿Se acuerdan de cuando ganábamos? Ya no digo dinero, hablo de un estado de ánimo. Quizás lo soñamos, pero me niego a pensar que todo va a ser oscuro, negro, nublado, lluvioso… La esperanza es lo último que se pierde. Hay que blindarla como sea.
«El Berenjenal» en Interviú.
El cachondeo real
El cachondeo (reacciones críticas y divertidas) que ha generado la lesión del Rey en su cacería es proporcional a su omnipresencia en la sociedad española. Casi todo el mundo ha hecho, ha escuchado, ha tuiteado o ha dado difusión a una chanza sobre el tema. En la calle, en las redes, en los bares, en las casas, en las oficinas del paro… En todas partes, vamos. ¿Había ganas? Seguramente.
Miren, yo no sé casi de nada. De lo poco que tengo unos cuantos conocimientos es de comedia y no recuerdo que una cadera rota diera tanto juego. También recuerdo cuando, en este país, los chistes sobre la monarquía eran algo así como un atentado al Estado de derecho. No era verdad. Hablaba nuestro miedo, nuestra falta de práctica, los años de oscurantismo humorístico y todas esas cosas nocivas para la salud mental de un país. Todo eso ha cambiado un poco. Ahora, un soplo de republicanismo recorre las calles de un país con las tuercas apretadas, las tijeras de los recortes afiladas y la paciencia evaporándose como un vaso de agua al sol. El Rey pidió perdón en un vídeo casi doméstico (calculadísimo) y ya circulan bromas también sobre eso. Bendito contagio el del humor que nos ayuda a soportar lo que no entendemos o lo que no estamos dispuestos a entender.
«El Berenjenal» en Interviú.
El crack de Sacha Baron Cohen
Hay que ser un crack para colarte en la alfombra roja disfrazado de dictador (promocionando tu nueva peli, claro) y tirarle las cenizas de Kim Jong-Il al reportero de televisión que te entrevista. Una hazaña al alcance de muy pocos cómicos que, aprovechando una rendija del sistema, pone en entredicho la pompa promocional de este evento.
Los Oscar consiguen que los odies y los ames al mismo tiempo. Es algo increíble. La crítica más repetida horas después es que no han sorprendido, que son previsibles e incluso aburridos.
¿Pero como van a sorprender? Los Oscar son el escaparate, la punta de lanza de la inmensa industria de este sector en Estados Unidos. A pesar de que pasen horas bajas de creatividad (como ha señalado un siempre acertado George Clooney), mueven muchísimo dinero y muchos intereses. En ningún caso van a permitir que la gala sea transgresora, se reinvente o provoque. Jamás.
Esta pensada para que hablemos de los vestidos (vaya aburrimiento) de los artistas, está perfectamente calculada para la televisión (de ahí la prisa sostenida, la brevedad de las intervenciones, el ritmo), y por encima de todo, debe generarte más ganas de ir al cine. Ya está. Estos son los Oscar.
Esta frustración permanente es un poco absurda ya que estamos esperando algo que nunca pasará. Solo hay que conocer un poco a los norteamericanos para ver como blindan los formatos que van bien, desnaturalizándonos si hace falta.
Hace poco vi el mítico «Saturday Night Live» y me aburrí como ostra. Una decepción. Era una sucesión de gags entre corte y corte de publicidad. ¡Qué lejos quedan los setenta con Belusi, por ejemplo! Un tipo genial que se encerraba en su camerino y decía que no salía cuando el programa es en directo. Luego salía, claro, y lo bordaba. Genialidad, incorrección, provocación…
Todo eso se ha ido diluyendo con el tiempo. Se ha ido amaestrando. Y los Oscar son la sublimación del amaestramiento. Por eso aluciné con Sacha Baron Cohen aunque solo fuera como pegarle una patada a un dinosaurio.
Archivar
Archivar y guardar todas tus fotos tiene cosas buenas y cosas malas. Las buenas son que lo tienes todo y lo malo es que lo puedes ver. Según qué imágenes quizás sería mejor no volverlas a ver. Como la de aquella noche en la que Berto toca techo en su imitación progresiva de Julio Iglesias. No se vé mi cara, pero estoy que no doy crédito. Como un banco que no da crédito.