Las cenas de navidad las carga el diablo

Viernes, 19 de diciembre de 2014

Soy hombre de pocos lujos. Para mí el lujo es estar tranquilo, y eso, normalmente, es más barato de lo que parece. Suelo escaparme algún viernes a un buen restaurante-pizzería de mi barrio. Un sitio barato, donde te atienden bien (conocen tu nombre aunque no salgas por la tele) y la cocina es digna y sabrosa. Ya saben que siempre pido lo mismo: unos espagueti carbonara y una cerveza. Una patada a la dieta cabrona de siempre, pero estamos hablando de lujos, ¿no? Me siento en un rincón, releo el periódico manoseado de todo el día y vuelvo a darme cuenta de que las noticias urgentes y tremendas de la mañana por la noche son una letanía de tinta con algunas manchas de aceite. Más de lo mismo. Por la noche todo es menos grave o así lo parece. Hace poco pregunté cómo andaba el negocio, vi mucho follón de gente. «Pues ya estamos con las cenas de empresa de Navidad. Lo que pasa es que desde hace tiempo las cenas se las paga la gente, los trabajadores». No deja de ser curioso que la gente no quiera descabalgar de ese rito laico y lúdico que son las cenas de empresa. «Yo creo que se lo han tomado como algo personal. Si tienen que pagárselo ellos, pues se lo pagan». Así está el panorama. Cuando yo empecé a trabajar, en los ochenta, la Navidad se notaba en las empresas por la cantidad monstruosa e impúdica de regalos que se amontonaban en las oficinas. Una barbaridad. Recuerdo al conserje construyendo una pirámide en el hall de las oficinas. «Esto es para el director». Con el paso de los años y la llegada de las penurias, la pirámide cada vez era más pequeña. El conserje se fue a su casa con una jubilación anticipada, si es que tuvo suerte. Luego, los regalos  se redujeron a algún que otro mensajero y un paquete pequeñito. Alguna agenda, alguna botella de vino, cuatro cosas… Ahora, ya ni eso. En el entorno empresarial ya no se regala nada, así de asfixiados vamos todos. «El regalo es tener un trabajo», se escucha de vez en cuando, y eso suena como una derrota, un resignarse, un «pues vaya una mierda». Yo creo que se va a hablar de todo eso en las cenas de empresa. Se beberán muchos gin-tonics repletos de variadas hortalizas, se tonteará entre compañeros (se olvidará al alba), se pondrá a los jefes a caer de un burro y, después de la resaca, algo parecido al alivio se percibirá en la cara de los trabajadores. Menos da una piedra.

Un buen chiste
Anuncio de la lotería. El apesadumbrado hombre de moda entra en el café. Le rodea la fiesta de los agraciados. Pide la cuenta y el sonriente camarero le dice que son 21 euros. «¿Veintiún euros? No me digas que me has comprado el décimo…» «¿Qué décimo? Esto es un Starbucks».

Yo aviso: Marte ha entrado en mi signo
¡Atención! Esto es lo que leí hace pocos días sobre mi signo, Acuario, en un periódico respetable: «Marte en Acuario, después de dos años de ausencia, inicia un periodo de renovación energética. Es el momento de emprender cambios». ¡Toma ya! No sé muy bien qué significa, pero suena bien. Suena a que van a pasar cosas, y eso me encanta. No especifica qué tipo de cosas, ni cuántas, ni en qué cantidad, pero no importa porque van a pasar. Yo, si eso, ya iré viendo. «Renovación energética». Eso debe ser muy bueno también. He renovado mi energía como los millonarios renuevan su sangre en clínicas selectas. Me gusta imaginarme como Iron Man con una luz en el pecho apartando de mi camino a los pesados, los tristes profesionales y los agoreros, lanzando un gran chorro de luz blanca. ¡Fuera, tengo energía! «Cambios». Eso depende, claro, pero pensemos que son cambios a mejor. Para eso están los horóscopos, ¿no? Para cogerlos por la parte buena y creerte, cuando tomas el café de la mañana, que una gran batalla cósmica que se libra en el universo conocido va a determinar tu vida. Mmm… vale. No puedo tener más que palabras de agradecimiento a Marte, al que no conozco personalmente, por el baldeo que le va a pegar a Acuario y del cual me voy a beneficiar. ¡Gracias, Marte! Y todo gratis, ojo. De momento, esa transformación imparable ha empezado con un resfriado que arrastro desde hace tres semanas y que me ha dejado hecho un guiñapo. No me preocupa. Ahora sé que forma parte de un gran plan, de mi relanzamiento. Soy como una serpiente que está mudando su piel y eso me hará invencible. Voy a tomarme un Frenadol para celebrarlo. ¡ A su salud!

«Memorias en diferido» en Interviú

Navidad

Jueves, 18 de diciembre de 2014

Ya es Navidad en el programa. Aunque Berto Chicote, con su habitual carácter, diga que eso será la semana que viene y que nos estamos precipitando. Bueno, vale, y ¿qué? Es una celebración modesta antes de marcharnos unos dias de vacaciones. «Ho ho ho!!!»

Ho, ho ho!!!

Carta a los reyes

Jueves, 3 de julio de 2014

QUERIDOS REYES 'MAJOS':

Soy un niño catalán de casi cincuenta años que todavía cree en los milagros. Lo de los milagros lo cuento ahora, lo de catalán al final de la carta. Creo en los milagros cotidianos, los de la gente normal. Esos que no reconoce el Vaticano. Hoy en día, para muchos españoles resulta un milagro llegar a final de mes. Como también lo es que la gente no se haya cabreado de verdad, viendo cómo nos cuentan (sin reír) que «ya estamos saliendo de la crisis, gracias al esfuerzo de todos». Últimamente se usa la palabra todos con demasiada ligereza.

Ya que me he portado bien durante todo el año (mejor de lo que me hubiera gustado), les hago llegar mi carta con el sueño de que se vean cumplidos mis deseos. Además, me han dicho que son ustedes mágicos. El día de su coronación, por ejemplo, desaparecieron por arte de magia todos los símbolos republicanos y si ponías la tele o leías los periódicos, se respiraba una unanimidad y una genuflexión colectiva que luego no encontrabas en la vida real. Debía tratarse de un truco. Les felicito por eso. A ustedes y a los siete mil policías que velaron por la «seguridad». Yo, ante siete mil policías, no digo ni que soy del Barça y podría confesar que maté a Kennedy a mis cuatro años de edad. Cada vez que veo un policía, creo que he hecho algo delictivo, es un problema que tengo. Un eco del pasado.

Un servidor de ustedes y del Ministerio de Hacienda creía que un país normal podía discrepar en libertad y que las opiniones, por diversas que sean, conforman el carácter de un pueblo. Eso no es ni bueno ni malo. Sencillamente es lo que hay. Porque esos a los que ustedes llaman «súbditos» son cada uno de su padre y de su madre, y tienen mucha mala leche en la intimidad. A la gente se les convence con normalidad/modernidad democrática, con transparencia y con ética. Las pompas y las circunstancia parecen de otro siglo. Quedan muy bien en las fotos, pero nada más. Lo más sano sería escuchar a todas las minorías, valorar todas las opiniones, consultar y luego gobernar en consecuencia. Pero, bueno, no me hagan mucho caso porque yo soy cómico y estoy todo el día diciendo tonterías. De momento me pagan por eso. No mucho, pero no me quejo. Está la cosa como para quejarse, ¿saben? Me siento un poco raro escribiendo esta carta. Todo es un poco extraño porque hace calor, es verano y no se ven renos, ni Papa Noeles, ni tampoco suenan los villancicos de siempre. Además, me han comentado que los Reyes, antes, eran sus padres. Eso les iguala, solo un poco, con la mayoría de mortales. Confío que la magia sea hereditaria, y los hobbys, no. Les pido que naveguen menos y escuchen más. Que no cacen, que recorten sus gastos como hemos hecho todos.

Les he comentado que soy catalán. Mis padres nacieron en Andalucía y vinieron a Cataluña a ganarse la vida. Después nací yo. Así pues, solo tengo agradecimiento para mi tierra. Y respeto. Por eso no puedo hacer otra cosa que respetar a la mayoría de los que viven aquí y todo lo que deseen para prosperar. Ahora Cataluña plantea el reto más importante de su historia. Algunos lo ven como una maniobra política, pero yo creo que es algo mucho más importante. Se trata de un sentir ciudadano, social y sentimental. Les aseguro que es gente buena que quiere ser escuchada. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? La misma España que ha tolerado su coronación está en plena transformación. Las estructuras mentales, institucionales y capitalistas parecen agotadas y ahora se trata de evolucionar. No hay otro camino. Ustedes pueden ponerse del lado de los poderosos, los que no quieren que nada cambie para mantener su estatus, los amantes del besamanos, los interesados, o bien del lado de la gente normal que necesita cambiar la Constitución y limpiar y renovar el panorama político y social. Entre muchas otras cosas. Estoy convencido de que se pondrán del lado que más les interese.

P.D.: Ah, se me olvidaba lo más importante. Siempre me quedé con las ganas de que los Reyes me trajeran un Scalextric. ¿Tienen ustedes manera? Muchas gracias.

«El Berenjenal» en Interviú.

Cambio de utilidad

Jueves, 20 de febrero de 2014

Durante las pasadas Navidades, el cochecito de nuestra hija cambió totalmente su utilidad. Ya que la niña se empeñó en corretear (aunque apenas había empezado a andar) y las compras se acumulaban, la ecuación era sencilla: el cochecito iba a cargar los regalos. Alguna gente nos miraba un poco raro, pero al ver a la niña esprintando de un lado a otro, sonreían como consintiendo. Así pasamos la tarde. Bueno, muchas tardes. Como el gobierno dijo que habíamos salido de la crisis, pues no vinimos arriba.

«Fotodiario» en El Periódico

Cambio de utilidad

Optimistas a pesar de todo

Domingo, 12 de enero de 2014

Alguien que sepa del tema, alguien preparado y con estudios superiores, debería analizar seriamente el tema del optimismo. Esa energía mental y vital que nos hace esperar lo mejor a pesar de estar «en lo peor» tras comprobarlo día a día, noticia a noticia. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo podemos esperar una mejoría, cuando los que deberían allanar el terreno, solucionar las cosas, se empeñan patológicamente en hacerlo cada vez más impracticable? ¿Cómo puedes ser optimista, viendo la que ha liado Gallardón con una ley del aborto de los años setenta? Pues, por increíble que parezca, somos optimistas. Yo mismo mandé un guasap para fin de año con una flecha señalando hacia arriba y una frase: «Este año, sí». Vale, llevaba una buena dosis de sorna, pero en lo más profundo de mis deseos, una pequeña luz me empujaba a desear que las cosas fueran bien. Quería compartir ese sentimiento, muchos lo hicieron. ¿Desear cosas buenas es de optimistas o más bien un reflejo de supervivencia? Otra pregunta para el estudioso del tema. Me viene otra sentencia a la cabeza: el optimista es un pesimista mal informado. ¡No! Hoy me niego a entrar en ese juego. La gente no se informa tanto como creemos los que trabajamos en este gremio. Este frenesí que nos sacude a los de los medios (y que ahora ha enloquecido con las redes sociales), no afecta tanto a la población en general. La gente tiene muchas cosas que hacer, no compra demasiada prensa y lleva otro ritmo informativo. No es que sea bueno o sea malo, es que es así. Por lo tanto, las noticias les llegan más reposadas, no tan afiladas (salvo alguna excepción) y las someten a esa otra energía llamada «sabiduría popular». Lo importante quedará, lo superficial se disolverá. Por mucho que se empeñen esos tertulianos incendiarios o esos periódicos obsesionados en explicar las cosas como les gustaría que fueran y no como son realmente. La gente, con sus vidas a cuestas y el tiempo y el esfuerzo que eso conlleva, quiere saber cómo evoluciona Schumacher, por ejemplo, y no entiende ni tiene ganas o tiempos de analizar lo del Canal de Panamá y la empresa Sacyr, que ahora dice que todo vale mucho dinero. Vaya novedad, por cierto. Cualquiera que haya hecho obras en casa sabrá que el presupuesto inicial es tan solo una broma respecto a la factura final.

Pero a pesar de todo, la gente es optimista, la gente es buena, la gente quiere que las cosas vayan bien. El Gobierno lo sabe y saca pecho con las cifras del paro, filtrándolas unas horas antes (a pesar de que lo nieguen), para conseguir el efecto de zanahoria gigante atada a un palo y ponerla delante de todos los españoles. Bueno, vale. Mejor esto que una patada en los huevos, que decían en mi pueblo los optimistas de antaño. Baja el paro. Muchos se alegraron y es justo reconocer la buena voluntad de esa alegría. Menos parados: ¡Bien! En ese momento no te acuerdas de que el Estado de bienestar se está erosionando a marchas forzadas. No caes en que la sanidad pública está bajo mínimos (ojalá no la necesites) o en que los bancos, después de recibir una increíble inyección de dinero, siguen despidiendo y cortando el grifo del crédito. Por poner solos dos ejemplos. No, no. No te acuerdas de eso. Solo ves lo bueno de que disminuya esa lacra del paro. Me viene a la cabeza mi amigo Leopoldo Abadía, que siempre dice: «Yo hablaré del final de la crisis, de buenos augurios, el día que empiece a bajar de verdad el paro». Hoy deber ser uno más de los optimistas. Optimistas, a pesar de todo.

«El Berenjenal» en Interviú.

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